El documental brasileño O processo, que estará disponible en la plataforma Mubi por un par de semanas más, lidia con un evento crucial de la política sudamericana reciente: el impeachment a Dilma Rousseff. Observando desde adentro las instancias parlamentarias de Brasil, O processo proporciona insumos vívidos sobre el fin del “ciclo progresista” y habilita reflexiones acerca de procesos políticos y sociales en los que la legitimidad formal puede no ser necesariamente legítima. En esta película de 2018 podemos captar, en forma retrospectiva, los síntomas de la situación sociocultural que terminó conduciendo a la elección de Jair Bolsonaro.

El asunto de este documental es el mismo que Democracia em vertigem (2019, Petra Costa), es decir, el proceso de impeachment que llevó a la destitución de la presidenta de Brasil en 2016. Si bien ambas películas se plantan contra la destitución, se trata de dos experiencias totalmente distintas: la película de Costa, mucho más difundida (está en Netflix), es personal, subjetiva, y hace jugar los eventos políticos con los rumbos de la nación brasileña.

O processo, en cambio, enfoca en forma casi exclusiva las altas esferas de la política en sus ámbitos de trabajo (unos pocos edificios en Brasilia), y el contexto es más o menos como el de la serie House of Cards, aunque con las limitaciones de un documental observacional que, por supuesto, no tuvo acceso a las conversaciones más secretas. Vemos discusiones plenarias, reuniones internas, breves momentos de relajación previos a que los políticos se apronten para una nueva sesión y salgan como si fueran boxeadores rumbo al ring. Casi no hay referencias a la vida privada, los únicos momentos de reposo formal son unas imágenes meditativas de los edificios gubernamentales, y hay planos de las turbas que se manifiestan afuera, los dos bandos irreconciliables, a favor y en contra de Dilma y el Partido de los Trabajadores (PT). Son breves interregnos que sirven para refrescarnos antes de la siguiente andanada de discusiones, discursos, mociones de orden y entrevistas periodísticas, que también contribuyen a generar la sensación del paso de las semanas de abril a agosto (cuando, finalmente, se resolvió el impeachment).

En ningún momento se indica quiénes son los personajes que acompañamos, de modo que, salvo para quienes estén muy familiarizados con la política brasileña reciente y sepan reconocer los rostros, se requiere atención y paciencia para ir armando un quién es quién. La única ayuda son los intertítulos que indican la fecha y explican en forma sucinta la instancia oficial que se muestra, por ejemplo: “Un comité del Senado examina los cargos”, “Lectura preliminar de los pareceres de acusación y defensa”; o relata algún evento crucial que condiciona el momento: “El presidente de la cámara, Eduardo Cunha, fue destituido por cargos de corrupción”.

También las reglas de juego del documental están libradas a las inferencias del espectador. Hay algunas imágenes de archivo de reuniones parlamentarias, pero la mayoría del contenido parece haber sido filmado especialmente (en la ficha técnica se nombra a siete camarógrafos). Queda claro que los realizadores tuvieron acceso privilegiado a los ámbitos de acción política de los senadores Lindbergh Farias y Gleisi Hoffmann, ambos del PT e integrantes de la comisión del Senado que estudia el proceso judicial, y son los personajes con mayor presencia en pantalla. No sabemos si se trató de hacer lo mismo con otros representantes y no se les concedió el acceso, o si la intención de los realizadores fue realmente contar la historia compartiendo su perspectiva. Tampoco sabemos si la absoluta ausencia en la pantalla de Michel Temer (vicepresidente, conspirador del impeachment, a partir de mayo presidente en ejercicio y, luego de agosto, presidente efectivo del país) fue una decisión expresivo-conceptual (un fora Temer cinematográfico), o si el político negó autorización para aparecer.

Tampoco hay recursos manipuladores evidentes: no hay música incidental, la iluminación y los ángulos son de noticiero, no hay comentarios de montaje eisensteinianos. La parcialidad está en el acompañamiento de cierta interna del PT pero no las de otros grupos. Y, por supuesto, la selección de lo que se muestra y lo que no. Las intervenciones ideológicas más notorias son el título de la película, alusión a la novela distópico-absurdista (1915) de Franz Kafka; y la imagen final, ya durante el gobierno Temer, en la que una manifestación antigubernalmental es reprimida por la Policía, y vemos el humo negro de los gases cubrir totalmente la pantalla.

Conspiraciones

El panorama que nos deja el documental es que Dilma fue imputada por dos nimiedades, al menos en comparación con la dimensión monstruosa de los crímenes de corrupción que en esos años invadían los noticieros. De las dos acusaciones puntuales, una no se demostró y la otra es discutible pero, en todo caso, no tuvo consecuencia práctica alguna. Nadie realmente tomó en serio esas acusaciones, que fueron usadas como un mero pretexto. Y hubo una combinación de motivaciones que terminó sumando los votos necesarios para el impeachment. Una es lisa y llanamente villanesca: frente a la fragilidad de la presidenta en un momento de bajísima popularidad y crisis económica, algunos políticos corruptos le propusieron un acuerdo para protegerse mutuamente; frente a la rehúsa de la jerarca, se vengaron (o intentaron zafar) quitándola del camino. El otro motivo, posiblemente el más generalizado, es de Realpolitik: frente a un gobierno que algunos juzgan catastrófico, se inventó un pretexto institucional cualquiera para salvar al país de desastres mayores. Para los más exaltados, el objetivo era más hondo que la crisis o la gobernabilidad, y se trataba sencillamente de sacar del gobierno a un partido inadmisible (por ser de izquierda y por ser corrupto, ambos factores tenidos como inextricables uno del otro). Finalmente, la posibilidad más conspiratoria es de una movida del “sistema” o del “poder real” para poner en el gobierno a Temer el tiempo suficiente para poder implementar medidas económicas drásticas favorables al gran capital.

O processo

O processo

Si sólo dispusiéramos de los datos y argumentos presentados en la película, quedaría un margen para el escepticismo: podría ser una simplificación tendenciosa, omitiendo los argumentos y evidencias anti-Dilma. Donde la película deja menos margen de duda es en el retrato de dos personajes que, aunque tienen menos tiempo de pantalla que Lindbergh y Gleisi, son sus verdaderos protagonistas, es decir, los abogados encargados, respectivamente, de la acusación y la defensa. Janaína Paschoal, de la acusación, se embarga de emoción en sus discursos, sigue un juego escénico de silencios, miradas y gestos, incluye elementos personales (le enterneció saber que cuando Dilma era niña quería ser bailarina, y le pide perdón a la presidenta por el dolor que le está provocando), generaliza (dice que los docentes petistas no pretenden tener educandos sino vasallos). Cuando levanta un brazo alzando el texto de la Constitución, implica que su postura equivale a respetarla, y la posición opuesta implica ignorarla, aunque nunca llega a desglosar el razonamiento por el que arriba a esa oposición. También la vemos recibiendo a sus correligionarios evangélicos para charlar sobre “la sangre de los inocentes derramada sobre la tierra” (en referencia al aborto). José Eduardo Cardozo, de la defensa, es sobrio y se circunscribe a los argumentos, confronta elementos de los autos, pruebas y normas jurídicas para sacar conclusiones lógicas detalladas en todos sus pasos. El camino para refutarlo sería muy simple: desmentir los hechos, observar mejor el texto jurídico o señalar fallas de razonamiento. Al menos en la película, nunca vemos a nadie que haga ninguna de esas cosas.

Este abordaje tiene mucho del cineasta estadounidense Frederick Wiseman, ya que la observación enfatiza aspectos institucionales, y esto a su vez nos abre las puertas para algunas inferencias que tienen implicaciones conceptuales y terminológicas. Si bien los partidarios del PT suelen tildar al impeachment de “golpe”, la película da pie a una conclusión que tiene menos gracia pero es más terrible. Se supone que un golpe implica patear el tablero, es decir, suspender el juego que se estaba jugando e imponer un resultado por fuera de las reglas. Aquí vemos cómo las normas formales se cumplieron puntillosamente, y es todo lo que el sistema requiere. Quizá en otro momento histórico pudo existir un contexto social tácito, no explícito en las reglas, que inhibiera la desestimación absoluta del caso por los fundamentos de lógica y justicia. Esos factores –si es que existieron alguna vez– faltan ostensiblemente en nuestra época de consagración del simulacro y “posverdad”.

Resonancias inmediatas

Y acá tenemos otro aspecto importante de este documental, que es la manera en que capta un momento social que va más allá de lo político y más allá de Brasil. Esto es aún más interesante porque O processo ilustra cosas que no podían quedar claras para los realizadores cuando la trabajaron en el correr de 2017 y la finalizaron en 2018. Para ellos, la oscura nube de humo final parece referirse al gobierno de Temer, y somos nosotros los que podemos ver allí la inminencia del gobierno de Jair Bolsonaro (el entonces diputado, así como su hijo Eduardo, figuran al inicio, haciendo declaraciones siniestras en pro de la dictadura instaurada en 1964, como meras ilustraciones impactantes de una postura extremista).

A mis ojos, Cardozo es el héroe de la película. Sin embargo, es Paschoal la que fluye con el Zeitgeist y que fue la gran vencedora, y no sólo en el juicio de impeachment. En 2018 se lanzó a la carrera parlamentaria, aliada con Bolsonaro, y resultó ser la diputada con la mayor cantidad de votos en la historia del país. Cuando la oímos decir “Nosotros, el pueblo brasileño, ya no soportamos la política del marketing. Queremos políticos que nos miren a los ojos”, podemos ver el terreno preparado para el crecimiento de una figura como Bolsonaro, cuya estatura se basa en esa sensación de sinceridad (es decir, que no se vende, que no es “marketing”, que dice la posta ofenda a quien ofenda), de político no convencional, directo, y que se ampara además en la descalificación genérica de la gente del otro lado –la que, más que incapaz o equivocada, pretende el mal– y contra la cual él sería la garantía.

Algunos de los momentos más bellos están en las discusiones internas de los representantes del PT, en las que constatamos elementos de autocrítica importantes con respecto a la desconexión que se fue estableciendo de a poco entre el gobierno y los movimientos populares. Un político (creo que es Gilberto Carvalho) comenta la manera en que el gobierno de Lula da Silva menospreció el factor de comunicación, cerró radios comunitarias (potencialmente aliadas) y favoreció económicamente a los medios masivos comprometidos con el gran capital. “Ustedes no saben lo difícil que era lograr que un ministro del PT recibiera a los movimientos sociales, porque parecía que era gente que venía a perturbarnos a nosotros, que somos los ‘dueños de la verdad’; un casi placer en decir ‘no’ a los nuestros y una triste inflexión ante los poderosos [...] Sin hablar de la naturalización de los métodos de hacer política que terminamos asimilando de manera muy fuerte, acrítica, lo que no nos llevó a realizar la reforma política”.

O processo. Dirigido por Maria Augusta Ramos. Documental. Brasil / Holanda / Alemania, 2018. En Mubi.