Las historias de un veterano vendedor de discos y fanático de Carlos Gardel, y un rockero inquieto, educado en la filosofía hardcore, convergen en un local de Tristán Narvaja. Vinilos nuevos y usados, discos inconseguibles y un catálogo en expansión se acomodan en las bateas de lo que fue Discomoda y hoy es Little Butterfly Records.

Durante más de 40 años, Pinocho abrió con regularidad su local de Tristán Narvaja y Mercedes. Ya no. Las nulas ventas de las primeras semanas de la pandemia le dieron el empujón final a una decisión que venía posponiendo, él sabe por qué. Así, un día de abril de este año, Discomoda, la tienda de discos de Pinocho, bajó la cortina.

A Hodaiz Arsenio Acosta le dicen Pinocho “no por mentiroso”, aclara, sino porque a Walter, un muchacho que noviaba con su hermana hace más de siete décadas, se le ocurrió bautizarlo con el mote del hijo de Gepetto, y así quedó.

En la casa de Pinocho había música, mucha. “Por lo general, a uno le gustan las cosas que escucha la familia cuando es chico. Mi madre no nos obligaba a escuchar. La escuchábamos porque estábamos ahí”. Del sonido del hogar viene el gusto por Carlos Gardel, Ignacio Corsini, Agustín Magaldi. De Palito Ortega, dice, se enamoró más tarde.

Ya de gurí se entreveró con los veteranos de Tristán Narvaja, y compraba y vendía lo que fuera. Un día, un tal Madrid, a quien tenía como proveedor de discos para consumo propio, le ofreció trabajar con él, y se hizo de un oficio. “De ahí en adelante”, recuerda, “fui viendo cómo era el negocio, la compraventa, y me fui abriendo la mente”.

Así fue creciendo en el mercado de los discos, y pasó de un par de cajones en la vereda a alternar en distintos locales, hasta que en 1974 se tiró al agua y abrió Discomoda, la disquería de Tristán Narvaja 1614, que atravesó las décadas vendiendo discos nuevos y usados, compartió escena con el casete y el CD, y fue sobreviviendo a pesar del streaming.

Disco, baby, disco

Mauro Correa no había nacido cuando Pinocho abrió Discomoda en Tristán Narvaja. Le tocó ser un adolescente en los 90, y el primer disco que se compró fue uno de la banda de glam metal Poison, en la feria de Las Piedras. “Estuve meses pensando que eran mujeres”, se ríe.

La música, para él, fue un refugio, una seña de identidad. A partir de la discoteca de su hermano mayor fue construyendo un paladar rockero: The Cure, Midnight Oil, The Police, y más para acá, Los Tontos, Los Traidores, Los Estómagos. En 1993 le regalaron un CD de Nirvana y se volvió loco. Al poco tiempo estaba tras los parches en Pirexia, una banda de amigos que, velozmente, se convirtió en un referente del hardcore local y giró hasta el cansancio por América y Europa, con la bandera del hazlo tú mismo.

Una cosa llevó a la otra, y antes de que terminara el siglo ya había dado vida a Inocencia Discos, un sello independiente que editó y distribuyó unos 200 títulos, que se vendían por correo, en un pequeño circuito de disquerías y puntos de referencia, y mano a mano.

Esa aventura se dio la mano con el afán de Mauro por coleccionar vinilos. Para solventar el vicio se puso a comprar y vender discos en la feria. “Como en Tristán Narvaja hay muchos discos que tienen su valor, que son buscados afuera, terminé aprendiendo muchísimo, más allá de mis gustos personales. Si quería comprarme un álbum original de Días de Blues, que valía 100 dólares, iba buscando cosas y me encontraba con un disco de The Beatles con tapa rara a 50 pesos, y lo vendía a 800. Y esa guita la usaba para mis discos”.

El pequeño negocio fue creciendo: en locales compartidos en la galería Anfor, primero, y en Visual Key, en la Ciudad Vieja, después. Little Butterfly Records vendía discos para coleccionistas, pero no publicaba, hasta que en 2009 un demo de Señor Faraón le “voló la cabeza”. “Esto tiene que ser un CD, y tiene que ser Little Butterfly Records. Así que hice Siguiendo el rayo, de Señor Faraón, en 2009; después hice el segundo de Silverados y participé en el Macumba de Hablan por la Espalda”. Sin querer, había nacido un nuevo sello discográfico que, una década después, daría bastante que hablar.

Alta fidelidad

“A la hora de vender un disco, no importa lo que me gusta. En la feria aprendí que la música es algo maravilloso y que los gustos son muy variados. Me acuerdo de un periodista que me decía que a TOTEM había que darle para adelante, y a mí no me gustaba, era puro ruido. Sin embargo, cuando salió se vendió a montones”, dice Pinocho. Eso sí: si se encariñaba con un ejemplar, no lo vendía.

El récord de ventas fue un single del brasileño Teixeirinha. Cuenta que un día fue hasta la vieja RCA y pidió 100 ejemplares de Corazón de luto, un éxito de 1960 que se relanzó en 1967 con la película del mismo nombre. “Me hicieron 100, y vendí 50 el primer domingo. No sé qué pasó con esos discos, porque nunca más me los trajeron para vendérmelos, no los vi más”.

Mauro Correa. Foto: Federico Gutiérrez

Mauro Correa. Foto: Federico Gutiérrez

En casi 50 años, Palito Ortega vendió “una cantidad”. También los grandes cantores y orquestas de tango, y discos de jazz, por los que se pagaban, a veces, sumas ajenas a la realidad local. Esos precios, muchas veces, son dictados por el talante del cliente, y ahí entra en juego el oficio.

Pinocho, en Tristán Narvaja, tenía fama de hosco. “El asunto de tratar con el público es una cosa muy delicada. No es moco de pavo. Tengo cierta fama de malo. Mucha gente me masticaba, pero no me tragaba. Es como todo, hay gente que me adora. Y a veces es mejor que te odien, porque de la gente odiosa es de la que más se habla. ¡Mirá a Hitler! No se habla de Eisenhower, se habla de Hitler. Es más famoso”, dice.

Mauro cuenta que, antes de entablar amistad, iba a Discomoda a pelear con Pinocho. “La primera vez que vine, hace como 15 años, llegué a eso de las tres de la tarde y me cerró la reja en la cara. ‘Estoy cerrando, botija’. ‘Ah, mirá, qué lástima, te venía a cambiar un disco’. Yo justo tenía un disco raro de The Beatles, y el viejo me contesta: ‘Tengo diez de esos’. Un crack. ¿Por qué tienen mala onda los disqueros? Porque entran 250.000 personas por día, vienen con una birra y te la apoyan arriba de los discos. O cuando les decís el precio te miran con cara de que los estás matando. Me di una oportunidad con Pinocho, y encontré un lado del tipo alucinante. Le empecé a comprar discos buenos. Él siempre tenía un canuto atrás de su escritorio, que te mostraba según la cara. Alucinantes las negociaciones con él”.

Lado B

Lo que para Pinocho se convirtió en un medio de vida a Mauro le abrió otros caminos. A esas primeras ediciones discográficas, movidas por la camaradería y el gusto personal, se sumaron nuevos desafíos.

“Yo pensaba por qué Eduardo Mateo, TOTEM, El Kinto se editaban afuera, en Estados Unidos, en España. ¿Por qué ahí y no acá? Querés Mateo solo bien se lame y no llega, o si llega sale 50 dólares. Mi idea fue la de hacer discos fabricados en Europa, de alta calidad, para que pudieran estar en la batea de cualquier disquería importante del mundo, con características de biografía, de documento, con un texto escrito por un periodista, con una investigación, en lo posible con fotos inéditas, masterizado especialmente para vinilo, pero que el primer punto, el foco de la concentración de la venta sea Uruguay, a un precio accesible”, explica Mauro.

Con esa actitud, el sello, que venía de publicar a los amigos, se sentó a negociar con Sondor y Bizarro, y el fruto de esas conversaciones fueron las reediciones en vinilo de Ideación y Psiglo II, de Psiglo, Cuerpo y alma, de Mateo, y Deliciosas criaturas perfumadas, de Buitres, clásicos de la música popular uruguaya que no tenían ediciones en soportes dignos de su calidad.

Luego vinieron discos de Opus Alfa, Días de Blues, Flaco Barral, Chopper, Cross y más Buitres, además de EP de Los Mockers y Hablan por la Espalda, “sueños que tenía en la cabeza y que, a medida que voy pudiendo, los voy haciendo. No es sólo tener el dinero y el know how, tienen que aprobar las licencias, los derechos deben estar bien documentados, el máster de audio tiene que ser accesible y de buena calidad; todo eso tiene que justificar la recuperación de la obra”.

El sello crecía, y la sede quedó chica: pasó de la Ciudad Vieja a Sinergia Design, y de ahí a Mercado Ferrando. Un día, alguien del “Gremio” (nombre que lleva un grupo de Whatsapp que reúne a varios disqueros de Tristán Narvaja) le avisó a Mauro que Pinocho se había jubilado y que el local de Discomoda estaba libre. “¿Y por qué no? Lo pensé, me vine hasta acá con mi pareja, una noche. En ese entonces, en plena pandemia y con el local de Ferrando cerrado, estaba vendiendo discos por Instagram. Averigüé y vine a hablar, lo alquilé y acá estamos. Ahora se consolidó la sede, con independencia. Tenemos nuestra casa, con los discos para coleccionistas y los de nuestro sello, y se adapta a Tristán Narvaja, porque hay discos de oferta. Yo la llamo la sede Little Butterfly, pero, en reconocimiento a los años de Pinocho, el cartel dice Discomoda. A la primera persona que llamé después de firmar el contrato fue a él”, dice.

Pinocho todavía no fue a ver cómo está el nuevo Discomoda. Un poco porque le da pereza salir, otro poco porque la pandemia lo asustó, y otro poco porque, a veces, el corazón no hace lo que quiere la cabeza. “Cuando dejás algo tenés que amoldarte, y no creo que me sea fácil ir a donde estuve tantos años, donde viví cosas tan ricas. Tengo miedo de ir y ponerme a llorar como un nabo”.

Clásica y moderna

Las primeras ediciones en vinilo le dieron a Little Butterfly Records un reconocimiento que impulsó al sello a no restringir su actividad a discos clásicos. “En una charla con Ernesto Tabárez (de Eté & Los Problems), de cara al lanzamiento de Hambre, surge la idea de que lo hiciéramos nosotros, y ese fue el puntapié para darle una apertura a Little Butterfly Records; desarrollar una nueva unidad que tuviera que ver, por un lado, con la recuperación de catálogo, y por el otro con un catálogo nuevo”, explica Mauro.

“Hemos hecho vinilos de artistas emergentes y de trayectoria pero con proyectos nuevos, como Wild Gurí y Hermanos Láser; recuperamos discos que no tienen que ver con recuperación histórica de catálogo tradicional, sino con otros discos que, para mí, fueron muy representativos, como Instinto salvaje, de Cross. Empezamos a validar la historia desde un nuevo lugar, con un sello discográfico con una identidad muy fuerte, con un concepto de artistas que tengan una línea estética y sonora que, más allá de que existe una ‘familia’, se conectan con lo viejo, con lo clásico, y le dan una fortaleza al concepto. No hay un artista para que venda discos y nada más”.

El catálogo actual, que no para de crecer, puede consultarse en littlebutterflyrecords.com. Y todas sus ediciones, tengan soporte físico o no, están en Spotify.