La obra de Juan José de Mello está repleta de caminos; como definiera el investigador Jorge Albistur, una de sus vertientes es la voz del trotamundos o andapagos. Es que el músico ha desarrollado una carrera peregrina, con periódicos viajes a Europa, Estados Unidos ‒donde estuvo radicado‒ y el resto del continente, experiencia que fue moldeando un estilo que parte de la canción de raíz folclórica pero que se viste con ropajes universales.
Nació en Artigas en 1953. Hijo de padre agrimensor, alternó su crianza entre la localidad fronteriza y la campaña. Esa identidad le sirvió de carta de presentación en sus inicios: “Como bien dice Lauro Ayestarán, Artigas es el corazón de ese país musical que forman Río Grande del Sur, el litoral argentino y toda la Banda Oriental; y yo traía un ritmo que es identificatorio de esa zona, que es el shote o chotis, que todavía se baila en la campaña y que es un ritmo muy alegre, mientras que en el sur estamos bastante teñidos de gris”, declaraba en 2002.
A mediados de la década de 1970 desembarcó en Montevideo y se acopló al movimiento que intentaba mantener viva la llama del Canto Popular, en plena dictadura y tras el exilio de sus principales referentes. Como parte de este proceso, editó en 1978 el disco Amigos, su primer trabajo larga duración, un proyecto colectivo en el que también participaron Carlos Benavides ‒especie de bisagra con la generación anterior‒, Eduardo Larbanois, Mario Carrero ‒aún como solistas‒ y Washington Benavides, quien, a decir del cantautor, oficiaba de Vinícius de Moraes, ya que esta barra se juntaba alrededor de su obra.
De Mello, autor de clásicos como Vals del regreso y Rueda de amigos, se presenta el domingo en la Sala Zitarrosa. Sobre este y otros asuntos conversó con la diaria.
¿De qué va el espectáculo?
Este domingo vamos a hacer un recital que se llama Hay que vivir, inspirado en una hermosa canción de Joan Baptista Humet, un cantautor navarresino, cuyo texto hemos creído oportuno para esto tiempos tan extraños y pandémicos. El show presenta temas conocidos de mi discografía y también nuevos. Vamos a estrenar Los inhumanos, un texto de Rafael Amor que musicalicé; y ¿Quién?, de Yanni Tugores, que también musicalicé. Me acompañarán Sebastián Mederos y Mario Dobrinin en guitarras, en el bajo se van alternar Sara Petrocelli y Facundo Álvarez, en acordeón, Rogelio González Carbajal, en cajón peruano y coros, Óscar Laurito, como invitado estará Duclós, un nuevo solista que tiene una propuesta muy interesante, y contaremos con la participación especial de Valentina Lozano.
Una manera de definir tu carrera puede ser: con la guitarra en una mano y la valija en la otra.
Mi intención siempre fue cantar para todo el mundo, así que no me resultó extraño, porque desde que comencé a cantar, incluso antes de grabar, ya viajaba. A los 13 o 14 años ya cantaba por Argentina y Río Grande Del Sur, así que no me pareció más que un proyecto natural seguir haciéndolo cuando comencé a grabar. Siempre he sentido como necesidad encontrar nuevos públicos, conocer nuevos creadores y hacer que el repertorio se convirtiera en algo ecléctico, que mostrase distintas direcciones y se nutriera de una música de raíz folclórica pero de distintas latitudes, no sólo la nuestra; porque de última, nuestra música es de aluvión, vino en los barcos, así que cuando uno hace una polca, en realidad eso viene de Polonia. O un vals, que también es europeo; incluso las canciones, que nosotros por aquí las amilongueamos mucho, vienen de los trovadores de la edad media. Tenemos poco folclore real: los cielitos de Hidalgo, algún estilo, el pericón; todo lo demás lo fuimos acriollando. Y he ido viajando, conociendo nuevos ritmos, nuevas obras, cantautores de distintas latitudes, y he ido aprendiendo de ellos.
Es un largo camino lleno de cruces artísticos.
Sí. De joven compuse con Víctor Lima, con Ruben Lena, Washington Benavides, Nancy Bacelo, Idelfonso Pereda Valdés, después en el tiempo con Armando Tejada Gómez, más recientemente con Rafael Amor, con quien compusimos canciones, hicimos espectáculos en Buenos Aires, aquí, en España. Un gran creador: el Grammy que tiene Mercedes Sosa se lo debe a su tema “Corazón libre”. Rafael falleció en diciembre; teníamos proyectada una gira en la que íbamos a cristalizar lo que fueron estos últimos tres años de encuentros en distintas latitudes y que, bueno... se ha truncado.
Además giraste con Atahualpa Yupanqui por Brasil, en los 80. ¿Qué recordás de esa experiencia?
Poco, porque era bastante parco y para mí era alguien que estaba a kilómetros de distancia, yo recién empezaba. Eso fue en Río Grande del Sur. Y en realidad en el tiempo que estuvimos compartiendo escenario, siendo su telonero, habremos hablado cuatro veces, así que no hay mucho para contar. Lo lindo fue que tengo una hija que se llama Soledad, y a propósito de una conversación en la que él se enteró de eso, me regaló un poema, que lo tengo de su puño y letra, que él nunca musicalizó y que se llama “Soledad”, muy lindo.
¡No es poco!
No es poco, no [risas]. Pero no es de las anécdotas que tengo muy presentes, porque con otra gente he establecido otro tipo de vínculos; con Armando Tejada Gómez ‒el creador de “Canción para mi América” y “Canción de las simples cosas”‒ estuvimos actuando mucho tiempo. Esta reciente experiencia con Rafael Amor también me enriqueció mucho, sobre todo porque me hizo conocer a otros cantautores españoles que no conocía; nosotros aquí conocemos a los que imponen las multinacionales.
Pero este largo derrotero nace en la frontera: ¿cómo influyó en tu obra ese territorio?
La frontera es un mundo mágico, me permitió vivir una infancia hermosa. Y en los años que estuve en Artigas, esa ciudad era ‒como dijo Galeano en alguna nota‒ una isla mágica, porque la gente conocía todo Uruguay menos Artigas, y en Río Grande habían visitado todo el estado menos Quaraí. Así que estas dos localidades conformaban una isla con vida propia. En unos años llegó a ser el lugar en donde se vendían más libros en este país, para que veas algunas cosas positivas que generaba el aislamiento. Y por otra parte la penetración cultural de Brasil también resultaba muy positiva, porque es realmente muy rico el panorama musical brasilero, y a uno le permitía nutrirse directamente de eso.