El género estadounidense por excelencia, ese que se dice que vino a sustituir al western como marca en el orillo del país de las grandes praderas, vivió su mejor juventud en la Alemania de los años 70.

Es verdad que tuvo su infancia en producciones norteamericanas de la década del 50, como Rebelde sin causa (1955), protagonizada por James Dean y Natalie Wood. E incluso es cierto que hay quien coloca el punto de partida ‒en cuestionable pirueta teórica‒ en La diligencia (1939), de John Ford. En todo caso sería mejor llegar hasta Easy Rider (1969), con los motoqueros Peter Fonda y Dennis Hopper arreglando un neumático en el mismo establo donde un vaquero cambia las herraduras de su caballo. Tras esa joya que es, a la vez, inaugural y agónica, el cine de carreteras puro, ese cuya trama central es la deriva casi metafísica de personajes que se construyen a sí mismos en el vínculo con esa coprotagonista que es la ruta, estaba listo para madurar.

Quien le puso los pantalones largos fue el alemán Wim Wenders. Lo hizo con una trilogía que ahora puede verse ‒al menos dos de sus tres partes‒ en la plataforma de películas Mubi. Se trata de Alicia en las ciudades (1974) y En el curso del tiempo (1976). Para la perfección sólo falta la pieza intermedia, Falso movimiento (1975). En compensación, en Mubi también está la obra culminante del género, una década posterior y también de Wenders: París, Texas (1984).

Alicia en las ciudades fue comentada en extenso, en este mismo periódico, en un excelente artículo de Guilherme de Alencar Pinto. Luego de Alicia..., que integra con comodidad el top 5 de las mejores road movies de todos los tiempos, es inevitable que En el curso del tiempo decepcione un poco. Pero es sólo una decepción relativa. Si Alicia... está entre las mejores cinco, En el curso del tiempo se ubica entre las mejores 20. Aquí los protagonistas son un reparador de proyectores y un hombre desencantado con la vida que intentaba suicidarse. Viajan en un enorme camión por pequeños pueblos cercanos a la frontera entre las dos Alemanias de la segunda posguerra. De nuevo la fotografía en blanco y negro es de Robby Müller (el responsable de la imagen de Alicia..., que también acompañará a Wenders en París, Texas) y de nuevo, como en Alicia..., protagoniza Rüdiger Vogler (quien aquí esculpe, en medio de la arena, una de las escenas escatológicas más plácidas de la historia del séptimo arte).

La deriva que emprenden los personajes centrales de En el curso del tiempo tiene algo de absurdo y mucho de natural. Por un lado, corre la vida pautada por la lógica de la productividad ‒representada en la película por los puntuales ferrocarriles alemanes‒ y por otro, de manera paralela a las vías, está la carretera por la que retoza su camión. La ruta es el territorio de la libertad, el espacio para torcer una y otra vez en busca del propio rumbo. El espacio para sanar.

El final del film, al pie de una sala llamada Pared Blanca (cuyas iniciales en alemán, WW, se reflejan en el parabrisas del camión como una rúbrica de Wenders), acepta que el viejo cine ya no puede ser arreglado. Tendrá que nacer el nuevo.