La Camerata de Tango publicó en 1974 el disco Tangueses (sic), tal vez la primera mención a ese universo musical que brota del tango pero en el cual permea otras sonoridades, producto de la experiencia vital y artística. Luego, Daniel Amaro y Jorge Bonaldi fijaron el término “tanguez” en el imaginario colectivo y definieron ese color de la canción urbana que tomaba del baúl del dos por cuatro ciertos fraseos y tímbricas, además de una intención vocal evidente, con inflexiones que hacen recordar a los viejos cantores.
Para Bonaldi, la definición más exacta de este territorio es “canción tanguística”. En una entrevista con el periodista Aldo Novick en el año 2000, publicada en el portal tranvía.uy, Amaro definía la tanguez como “el espacio que hay entre aquel que no ha vivido el tango intensamente y el que sí la ha vivido y que igualmente se siente reflejado con esta enorme, irrepetible fusión cultural que es el tango. Es lo que queda ‒o lo que nos dejaron‒ para nosotros, que no vivimos el tango. Es como un carné de identidad para saber de dónde venimos y una cosa necesaria de ir transformando día a día”.
Esa idea de “carné de identidad” es quizás la mejor síntesis del estilo: una canción urbana que de inmediato nos traslada al Río de la Plata, un sonido con propiedades sinestésicas, que nos ubica en la arquitectura de nuestras ciudades, sus zaguanes y pretiles, nos hace ver los adoquines y las luces de neón, oler el humo de los motores y el aroma de los cafetines, y en la piel sentir el aire templado y húmedo de estas comarcas.
Malajunta, el trío formado por Adriana Filgueiras (voz y coros), Jorge Alastra (guitarra y coros) y Juan Rodríguez (chelos, acordeón y bandoneón), lleva diez años haciendo uso de ese pasaporte artístico que, según lo definen, se emparenta con la vanguardia de Astor Piazzola y con la estética del Cuarteto Cedrón, quienes hicieron visibles a los poetas Raúl González Tuñón y Juan Gelman. En este periplo editaron para el sello Perro Andaluz los discos Baldosa floja (2013, ganador de los premios Graffiti a mejor álbum de tango y mejor artista nuevo) y Dar (2015). En 2020, atravesados por la pandemia, presentaron su tercer larga duración, Tango infinito.
“En pleno siglo XXI, cambalache reloaded, y en otro contexto social, político y cultural, consideramos valioso retomar aquel impulso con sello tan montevideano de un tango propio, que camina también por los bordes”, declaran en el librillo del CD, que debe su nombre a un “breve y potente” poema de Salvador Bécquer Puig, para ellos “profundamente conectado al espíritu” del trabajo. Sin embargo, el comienzo es para “Juan se derrumba de un balcón”: así entramos a esta fábula musical, de golpe, cayendo, acompañando a este personaje que repasa en esos segundos “desde el primer juguete / hasta el último cliente”, pero al que lo espera un desenlace fantástico. La canción está dedicada a Horacio Ferrer, autor, entre otras poesías, de “Balada para un loco”, el clásico que compuso con Piazzola, otra pista que nos explica el universo que vamos a recorrer.
Alastra firma en letra y música cinco de las diez canciones y sigue consolidando una obra sólida y personal, entre las influencias folclóricas y el entorno pop, siempre con la intención en la guitarra. En “Tangueando”, segundo tema del longplay, aparecen nuevas pistas de esta búsqueda por los bordes: “Suburbio en flor / neodolor / milonga herida que me abrió / el corazón / tangueando la voz del tiempo”. “Puertos”, “Gardel cantó otra vez” y “Milonga del hombre común” completan el puñado del cantautor; esta última, junto a “Juan se derrumba de un balcón”, son los dos puntos de mayor explosión interpretativa e impronta radial.
Por otra parte, el disco incluye “Viejo rey”, de Valentín Diment, Alfredo Rubín y Fabrizio Pieroni, y cuatro poemas musicalizados por el guitarrista, una novedad en su carrera: Además de “Tango infinito” aparecen “Gorrión”, “Abierto toda la noche” y “Bailonga”, con letras de Ida Vitale, Enrique Cadícamo y Miguel Ángel Olivera, respectivamente. La variedad de voces no afecta la idea unitaria de la obra, que nos da siempre la sensación de estar en la misma madrugada, como si a la vuelta de la milonga que estamos escuchando se encontrara la canción que viene después y al entrar al próximo bar, la otra, y así sucesivamente. En definitiva, hay cinco plumas distintas pero un único lenguaje.
Swing mata virtuosismo
Pero el respeto irrestricto a la palabra no es lo único que le da sustento a esta unidad: detrás de bambalinas está la banda. Alastra y Rodríguez arman un tándem que derrama swing, con sapiencia tanguera pero lejos de la ortodoxia; la tímbrica y los fraseos característicos conviven con otras armonías, con otros lenguajes. El corazón musical formado por guitarra, chelo y acordeón potencia este corrimiento; hasta el oído menos experto notará que ese fuelle que suena no es el más asociamos al tango convencional, más caracterizado por el bandoneón. En ningún momento se percibe una nota de más, ni un solo atisbo de hacer gala de virtuosismos; los músicos están más atentos a subir y bajar las escenografías correctas que a ganarse el aplauso debajo de la luz frontal. A esta base se suman como invitados Miguel Romano en batería, Fabián Pietrafesa en clarinetes, Javier Ventoso en coros y Gerardo Alonso en bajo y contrabajo, quienes terminan de definir el sonido infinito.
Nada de esta maquinaria musical tendría sentido sin la conducción vocal de Adriana Filgueiras, quien canta en tres dimensiones, llena ese mundo imaginario recorriéndolo como si no fuera un disco sino una ópera. Filgueiras tiene un color de voz muy personal y agradable, pero también mucha soltura para moverse en el territorio poético, colocando los acentos en los lugares indicados y acentuando los tonos de cada canción sin caer en exageraciones a la hora de marcar dramas y humores. Siempre gana la canción.
Tango infinito suena familiar, porque en definitiva se construye a partir de nuestra memoria sonora y emotiva. Si bien la tanguez es una definición de un campo artístico, bien podría dar cuenta de un estado de ánimo propio de este lugar en el mundo: hay mucha tanguez en nuestra forma de ser. Este tercer episodio de Malajunta Trío parece ser el de la consolidación de un sonido, de un espacio en la escena tanguera, como si se tratara de un manifiesto estético al que seguro aún tienen mucho para aportar. Como definía Filgueiras en una entrevista de 2019 para el periódico argentino Página 12: “Tango infinito es como una declaración: para que el tango sea infinito ‒y lo será‒ necesita recibir otras miradas, otras tímbricas y otras historias. Y por ahí vamos...”.
Tango Infinito, de Malajunta Trío. Perro Andaluz, Montevideo, 2020.