Para llegar a la casa de Hugo Rocca hay que atravesar un bullicioso barrio cooperativo que es un pequeño universo. Una calle central divide en dos la aldea y bajo los bloques de viviendas se distribuyen comercios al por menor desde donde se disparan miradas de extrañeza ante la presencia de un extranjero. Nada falta en ese mundillo, desde jardín de infantes a comité de base, peluquería, expoferia y las mil variantes de quioscos y mercerías. De las ventanas cuelgan plantas y balconeras y desde la correa estirada que sostiene una vecina, un perro cascarrabias le tira la bronca a la moto que pasa con poco cuidado y mucho ruido.

El Proyecto Caníbal Troilo lleva más de una década en la porfiada tarea de fagocitar el tango, de sacarlo de la vidriera inmaculada y revolcarlo en el pedregullo, de apagar farolitos y prender leds, de vaciarlo de cada vocablo anacrónico y volverlo a vestir con nuevas palabras, una década de aparearlo con otras músicas surgidas en otros arrabales. En el camino editaron cuatro álbumes. El último, Tangos clandestinos, acaba de ganar el premio Graffiti 2021 a mejor disco de tango.

Este viernes, 15 de octubre, el sexteto integrado también por Fernando Calleriza (guitarra), Lucía Gayo (violín), Popo Romano (bajo), Miguel Romano (batería) y Darwin Silva (piano), se presenta, junto a Natalia Bolani & Cuarteto Hagopián, en la cuarta edición de Zita de Tango, el festival en que la banda oficia de anfitriona y que ya es una grifa en el calendario del dos por cuatro.

Llegamos hasta el último bloque de viviendas del complejo cooperativo para conversar con el inquieto y compulsivo creativo, Hugo Rocca. Desde el balcón se ve la silueta gris y suburbana de la ciudad y más acá, una cancha de básquetbol donde cuatro taitas de los de ahora desandan la tarde entre dobles y caladas; como si fuera el Bronx, pero en Montevideo. Así de universal es el barrio, igual que el tango de Caníbal Troilo.

¿Cómo recibiste el Graffiti?

Bien. Si bien uno no hace música para que le den premios, es un reconocimiento; lo escucharon, hubo orejas que consideraron que el disco tiene ciertos atributos para distinguirse. Es un mojoncito más en el camino.

Tangos clandestinos es un poco hijo de la pandemia.

Sí, refleja un poco eso. Hay muchas figuras míticas en la ilustración [de la carátula] de Pilar González; es como lo prohibido, es un juego, porque en algún momento que estaba prohibido nos íbamos a tocar a lugares medio ocultos, organizábamos tipo peñas clandestinas para 20, 30 personas, para hacer nuestras músicas y tomar algo y curtir la fraternidad de la ausencia social que estábamos viviendo en ese momento. En esa clandestinidad nos volvimos sigilosos para poder hacer músicas, por eso Tangos clandestinos.

Hugo Rocca.

Hugo Rocca.

Foto: Alessandro Maradei

Es un disco muy ecléctico. Tiene canciones intimistas, tiene algo de electrónica. Tiene un tema con bandoneón: me lo permití. El disco fue en la dirección que iba pidiendo. Hay un tema que incorpora piano; llamé a Sergio Fernández, que hizo un arreglo muy bueno de “Apariencias”, una milonga. El disco fue en la pandemia como pudo y la verdad es que estoy muy contento porque lo siento muy completo.

¿Cómo viste todo el asunto de la gestión de la pandemia y la cultura?

Es muy raro todo. En la cultura la gente piensa, la franja cultural tiene personas que piensan y que hacen pensar. Le pegaron mucho, demasiado. Era una gran oportunidad para tener un poco sometidos a los artistas, tenerlos bajo control y hacerles morder el polvo. Creo que sí, que hubo un poco de negligencia, un poco de sobamiento, no digo ensañamiento, pero hubo un poco de decir: “Miren que ahora están en nuestras manos”.

¿Por qué el tango como punto de partida?

Yo nací acá, en esta aldea, entonces lo más referencial que tenemos de nuestros ancestros un poco es el tango, otros lo encuentran en la murga o el candombe. Para mí el tango es increíble a nivel de la letrística que tiene: los mejores filósofos para mí están ahí. Aparte, de chico, cuando jugaba, escuchaba la música que escuchaba mi padre; si bien mi padre escuchaba jazz y música clásica también, escuchaba mucho tango: Ignacio Corsini, Agustín Magaldi. También folclore: [Atahualpa] Yupanqui, José Larralde. Todos esos narradores me fueron nutriendo, yo jugaba y la oreja se ve que asimilaba. Ahora te puedo recitar cosas de aquellas épocas que me acuerdo que quedaron en algún lugar del disco duro y te las mando. Discos de Larralde, de Yupanqui, o de Carlos Molina, un payador alucinante, muy encrespado. Entonces, encontré en el tango un lugar donde poder meter toda la música que en definitiva me arcilló desde la niñez. En la adolescencia fue todo el rock progresivo, después seguí, sobre todo con la música anglo, siempre fui más de lo anglo que de la aldea, pero en los 80 descubrí tipos como Leo Maslíah y Jorge Lazaroff y dije: “Uf, qué bueno esto”.

Artistas que tienen una oreja puesta en lo experimental.

Claro. Es gente rupturista, con un bagaje cultural muy fuerte, una apuesta a la ruptura de cánones armónicos y también sociales.

Me da la impresión de que, más allá del matorral tanguero de la propuesta, una vez que abrís los primeros pastizales encontrás el milongueo, siempre.

Es así; creo que está más el milongueo que el tango. En este último disco –ahora empezamos a grabar otro– estoy forzando –entre comillas– que haya más tango, pero también la milonga se cuela, porque es maravillosa. Son géneros primos, que se aparearon entre ellos y siguen generando mixturas, y eso es lo que hay que aprovechar: tratar de decir lo que uno tiene ganas de decir con los elementos que tiene y después pervertirlos, esos elementos primigenios pervertirlos con otros sonidos que, en definitiva, son los que a mí me gustan.

De alguna manera, en la canción “Bosquimano” definís eso: “Canto tango y milonga con veneno universal”.

Claro. En el bombo está todo: podés hacer un rap, un tema house, un tango. Los compases marcan lo que es la autoridad del tema. En ese sentido, como en realidad yo no tengo compromiso con nadie más que conmigo, con mi interior y con las ganas de hacer las cosas que hago, me puedo dar el lujo de hacer lo que quiero, lo que siento hacer. Después hay gente que le gusta, gente que no, gente que piensa que es como horadar el patrimonio tanguero; pero, yo que sé, hay de todo en la viña del señor y hay que hacer el camino que uno quiere hacer.

¿Cómo lo definís, tango o tanguez?

Yo me siento más cómodo dentro de lo que es tango. La tanguez la veo como una letanía; Natalia [Bolani] tiene esa letanía, tiene esa nostalgia del paraíso perdido en las músicas que elige, en esas piazzolleses. Y [Jorge] Bonaldi [uno de los acuñadores del término] también tenía esas cosas de un Montevideo melancólico. Yo no me identifico mucho con la melancolía, me gusta más lo mordaz, lo crispado, lo peleador; meter la ironía dentro de los temas, los paisajes del presente, pero no demasiado lo melancólico.

Hay una actitud muy tanguera en tus canciones; sin embargo, no de pose, no es el malevo abajo del farolito.

No, claro. Porque yo no viví esas cosas, yo sería un careta si hablara de esas cosas porque eso lo vivieron mis abuelos. O sea, los taitas de ahora son los ñeris; ahora hay taitas, pero cambiaron los arquetipos y las escenografías; en vez de farolitos capaz que hay leds, hay otras cosas. Hay otras cosas para hablar también; antes también se hablaba de las drogas, ahora hay para hablar de la pasta base. Temáticas siempre hay; hay que ser buen observador y encontrar la punta del iceberg. A veces los temas bajan. En mi caso, por ejemplo, “Empezá a correr”, un tema del disco Trillar (2019), lo encontré, o él me encontró, estando en la rambla y Paraguay; había como un pequeño tsunami que movía el auto y todo, era una cosa media patética y apocalíptica y ahí salió ese tema: “Empezá a correr que ya vienen llegando las ballenas”. Por ejemplo, el tema “Supercán” es como una inversión; el tango está identificado con la misoginia y el machismo, esta canción invierte ese arquetipo y se vuelve un animal lúdico al servicio de las féminas. Entonces, da para jugar; si te atrevés, por supuesto, a romper todo eso y a meterte en ese crisol, da para romper un montón de cosas y tratar de hacer algo diferente.

De alguna manera tomaste partido por el violín sobre el bandoneón.

Lo que pasa es que el tango es bandoneón, vas por la fácil si agarrás un bandoneón. Y además, si el bandoneón no tiene un vuelo determinado te delimita el sonido, como que tiene demasiada presencia en el tango, entonces ya te le da una forma. Yo quería que la música de Caníbal volara por otros lugares y el lugar armónico o melódico lo ocupa el violín; prefiero que sea más guitarrero y con más power, con más energía, que el tango se encuentre buscando entre los escombros. Todas las canciones de Caníbal, o en su mayoría, parten de una guitarra y un texto y en su esencialidad son tango o milonga; después, arriba de todo el maquillaje que tienen podés encontrar un montón de cosas que lo ocultan un poco, pero si rascás vas a encontrar el tango o la milonga raíz.

Rascás y encontrás a Carlos Gardel.

Claro. Gardel es un patrón compositivo muy importante, es como [Paul] McCartney; tiene una forma de componer muy parecida: estrofa, estrofa, puente, estribillo. Hay una forma, la canción tiene un contexto métrico; yo no siempre me adapto a esa métrica, pero si vos trabajás en décimas, por ejemplo, tenés que respetar dónde caen las rimas, el sonido. Yo eduqué el oído a través de la lectura, leyendo a tipos como [Charles] Baudelaire, a Julio Herrera y Ressig, que para mí es de los más grandes, el mismo Rubén Darío venía a visitarlo y le decía “el divino Julio”. Ahí tenés la verdadera medida del sonido y de la poética. A partir de ahí, es como un cursillo muy intenso desde donde podés salir a la libertad y también volver a esa cuadratura donde todo tiene que calzar, y a la vez decir lo que querés decir.

¿Cómo laburás la interpretación? Porque esa changa también es una vaca sagrada.

En primer lugar, yo no soy un cantor de tangos, hay grandes cantores de tangos, hay tipos como Julio Sosa, Carlos Roldán, Agustín Magaldi, grandes cantores. Yo no podría cantar esas cosas, en primer lugar, porque no son mías y, en segundo lugar, porque no tengo la actitud de esos tipos para pararse frente a la canción; sólo puedo cantar mis canciones, que tienen esa impronta y porque me gané el derecho a cantarlas porque las compuse, tengo que encararlas. Lo importante es tratar de decirlas bien, tratar de afinar y colocar la voz en el cuore.

¿Qué te llama la atención de la nueva escena?

José Arenas me gusta mucho, me parece un tipo que entiende, tiene una mirada muy personal, muy sangrienta sobre el tango, que me gusta mucho. Jorge Alastra cuando ha incursionado en la tanguez también tiene cosas que son perlitas. Después me gusta mucho, si bien no es un tipo tanguero, más bien es un músico popular pero cuando agarra el tango a mí me encanta, el Panki, Fabricio Breventano. Los tangos del Panki me gustan muchísimo.

¿Y Astor Piazzolla? ¿Qué tiene que ver en esta historia?

Para mí es [Johann Sebastian] Bach. Por todo lo que se atrevió, por su búsqueda enfermiza de la perfección, primero de estudiar música contemporánea, de instruirse; es un tipo muy formado y a partir de esa formación pudo mezclar mundos, mezclar sonatas y fugas con sonidos tangueros, con sonidos de Buenos Aires, para lograr una música muy ciudadana. Escuchar a Piazzolla me refleja la ciudad de Buenos Aires, así como Jaime [Roos] me representa Montevideo. Fue un audaz escribiendo arreglos que pocos podían tocar en ese momento, no buscó el camino fácil. Le gustaba enemistarse, era un tipo provocador; su música era así también, era muy peleadora y él era un provocador en estética y en vuelo musical.

En la canción “Cruz de Carrasco” incursionás en la habanera y en la murga. ¿Cómo surgió ese cruce?

En principio era una milonga. Me gustó que sonara a habanera porque el tango antes de ser tango fue milonga, la milonga de los negros, y antes de ser milonga –bajando de allá de España, pasando por Cuba– fue habanera. Entonces, era como encontrarme con el pathos de la esencia. Después la murga se dio naturalmente también; sonidos barriales, sonidos europeos como el tango. Se dio espontáneamente, en ningún momento nos preguntamos: “¿Esto estará lejos del tango?”. No. Es una canción, una canción popular, por así decirlo, como el tango.

¿Sos de la Cruz de Carrasco? ¿Cómo fue esa niñez?

Y, era un barrio bravo, me crie ahí. En esa época era complicado crecer ahí, pero me fui haciendo entre deslices, peleas, amoríos, desencuentros, fui creciendo. Mis padres eran laburantes de clase media, o sea, yo nunca pasé ninguna necesidad, pero compartir el fútbol con gurises que sí tenían necesidades me fue acercando a otra forma de vida y otra forma de mirar la realidad; una oportunidad que la vida me dio de poder florecer un poco. La verdad que fue una buena escuela, en todo sentido, porque me ayudaron a mirar la vida de cerca.

Zita de Tango IV. Proyecto Caníbal Troilo y Natalia Bolani & Cuarteto Hagopián. Viernes 15 de octubre a las 21.00. Sala Zitarrosa. Entradas: Tickantel.