A diferencia de otros colegas como Francis Scott Fitzgerald, Nathanael West y William Faulkner, que en algún momento de sus respectivas carreras recalaron en Hollywood para escribir películas y padecieron, en mayor o menor medida, los avatares de la producción cinematográfica, el novelista neoyorquino Daniel Fuchs (1909-1993) se integró durante décadas al sistema, no sólo asimilando el costado más mercantil e impersonal de la maquinaria, sino, y sobre todo, comprendiendo que cada pieza del proceso se ensambla en un trabajo colectivo y que, al momento final, importa tanto la labor de la primera actriz como la del segundo asistente del director y la del tipo que trapea el piso en la mañana bien temprano, previo a montar el decorado.

Antes de recalar en una oficina de la Metro, en 1937, Fuchs se había labrado cierta fama como autor de ficciones, a partir de las novelas de su llamada Trilogía de Williamsburg (una de ellas, Tributo a Blenholt, fue reseñada en estas páginas algún tiempo atrás) y, especialmente, de los relatos que publicaba en las páginas de The Saturday Evening Post, Collier´s y The New Yorker. Para Fuchs no significó un problema mudarse desde su pobretona barriada natal en Nueva York, donde solventaba los gastos de una familia numerosa con, además de lo que le pagaban las revistas, el dictado de clases como profesor suplente en una escuela de Brooklyn, al cuarto de un hotel en Los Ángeles. Y aunque su nombre está asociado a un puñado de películas poderosas –The Big Shot (Lewis Seiler, 1942), Between Two Worlds (Edward A. Blatt, 1944), Criss Cross (Robert Siodmak, 1949), Panic in the Streets (Elia Kazan, 1950) o Love Me or Leave Me (Charles Vidor, 1955), por la que obtuvo un Óscar a mejor guion–, estuvo varios años enmendando guiones ajenos, desarrollando argumentos que nunca cuajaron en nada y aprendiendo a lidiar con productores megalómanos y directores veleidosos, como un auténtico asalariado de los estudios, cumpliendo su labor y recibiendo puntuales cheques por ello.

Todo ese universo de luminoso anverso y reverso lúgubre se encuentra retratado en el libro Historias de Hollywood, que reúne un heterogéneo corpus de escritos de Daniel Fuchs acerca de su paso por la meca del cine. Bellamente publicado por la editorial española Gallo Nero, el volumen compila un puñado de obras de ficción junto a algunos textos autobiográficos de variada factura y extensión. El elemento más destacable de las piezas de ficción, que se observa especialmente en la nouvelle Al oeste de las Rocosas, que narra la decadencia de una estrella, lejos del glamour de antaño, se encuentra en la destreza de Fuchs para presentar a sus personajes con unas pocas pinceladas, en trazos sutiles que, por acumulación, adensan el carácter, tal como se apreciaba en la mencionada Tributo a Blenholt. “Diario de Hollywood”, por su parte, registra las idas y vueltas de un anónimo guionista encerrado en un cubículo durante ocho horas diarias. El descorazonador arranque (“Llevo diez días sentado en mi oficina, que cuenta con dos espacios separados, a la espera de que algún productor del estudio me llame y me ponga a trabajar en algún guion”) muta en la alegría de tener algo para hacer algunos días después (“Esta mañana me han puesto a trabajar. Mara, un hombre de aspecto triste que produce películas de serie B para el estudio, me ha pedido que ‘adapte’ un argumento llamado Sin pan para la mantequilla”).

Si bien las propias peripecias de Daniel Fuchs como guionista se cuelan en los textos de ficción, con lo que demuestra un conocimiento de primerísima mano sobre el universo que describe y los personajes que interactúan, los puntos más altos del libro lo constituyen las tres piezas autobiográficas, a saber, “Escribir para las pantallas: una carta desde Hollywood (1962)”, “La réplica: una carta desde Hollywood (1971)” y “Simplemente cine: una carta desde Hollywood (1989)”, escrita en sus años finales a partir de una entrevista trunca (al no recibir el dinero pactado por la nota, convirtió las respuestas en un texto que oficia como un testamento sobre sus largos años de escritor en Hollywood).

Las tres cartas, publicadas originalmente en Commentary y en The New York Times, presentan diversas situaciones, semblanzas y recuerdos que le dan forma a un nutrido anecdotario. Hay momentos especialmente destacados, como cuando Fuchs describe el vínculo con su admirado William Faulkner a partir de un trabajo que se les había encomendado a ambos: reescribir el guion de Background to Danger (Raoul Walsh, 1943) para salvarlo de los caprichos de su protagonista, George Raft, y de los propios caprichos del director. En otros pasajes, Fuchs se sumerge en el significado profundo que una película puede tener para alguien que está por fuera de la industria. En tal sentido, es notable el relato de sus incursiones a la localidad de Huntington Park, donde los estudios probaban las películas antes de los estrenos, frente a un público de jornaleros y gente de paso: “Solía quedarme frente al cine para observar sus rostros relajados y complacientes, y me preguntaba qué tipo de películas podíamos ofrecerles, si sería posible llegar hasta ellos de algún modo relevante, significativo; si tenía siquiera sentido intentarlo. Y sin embargo, una vez que estaban dentro de la sala se producía una transformación. En la oscuridad, formando una masa, perdían sus desventajas y sus carencias individuales. Se convertían en personas bien informadas; crecían por encima de sí mismos, aparecía una entidad separada, un ser astuto y absoluto”.

Con una mirada por momentos irónica, por momentos desencantada, Historias de Hollywood es un libro sobre las particularidades de un oficio que, a la luz de la mayoría del cine que se estrena en la actualidad, se nos aparece como bastante bastardeado.

Historias de Hollywood. De Daniel Fuchs. España, Gallo Nero, 2017, 368 páginas. Traducción de Enrique Maldonado.