Los albores del siglo XXI encontraron al Cuarteto de Nos en un cruce de caminos que marcó el final del recorrido de dos décadas de bromas infinitas y el inicio de una segunda carrera, de explosión internacional, gracias a un cambio estético, sonoro y conceptual de su música –y sus letras–. El que encendió la mecha fue Raro (2006), el álbum que cumplió 15 años y acaba de ser editado por primera vez en vinilo (a cargo del sello Bizarro en Uruguay y de Warner en Argentina y México). La explosión de la banda la hizo llegar a otras generaciones y otros públicos, fuera de los límites de Uruguay, que en términos de masividad –es decir, cuantitativos, de llegada– fue pornográficamente superior a todo lo conocido antes por Roberto Musso y compañía.
Pero antes de arrancar por los nuevos rumbos, la banda estuvo en una especie de limbo, justo en el renacer del rock uruguayo. El disco Cortamambo, editado en el año 2000, terminó siendo el canto del cisne del Cuarteto guarango, de humor negro y políticamente incorrecto, que había llegado a la cima de la creatividad en Otra Navidad en las trincheras (1994), el disco que los llevó a todo Uruguay –por la radio y los escenarios–. En los siguientes álbumes intentaron continuar en ese registro, pero nunca pudieron ni siquiera igualar aquello –además, la sorpresa ante la guarangada infinita es finita–.
Aun así, en Cortamambo estaban todos los trazos del paisaje jodón de la banda y algunas canciones eran dignas de destacar, como la mutiladora de vacas sagradas “No somos latinos” (“y cuando leí Las venas abiertas, / que era un bodrio me di cuenta, / a la cuarta hoja me dormí”), la distópica “La guerra de Gardel”, la parodia metalera “Mamá, el bajista me está pegando” (que es un metal de verdad, es decir, un metametal) y la hermosamente siniestra e “infantil” –con toques bien uruguayos de marcha camión– “La pequeña Leti”.
La tapa de aquel álbum era una burda provocación adolescente que ya en el año 2000 no asustaba a nadie: dos tetas y una mano tocando una de ellas –la derecha–. A Riki Musso –guitarrista, compositor y cantante ocasional del grupo– no le gustó la portada y por eso fue la primera vez –pero no la última– que se fue del grupo. Así las cosas, el disco no se presentó en vivo y la banda no tocó durante cerca de un año. Mientras el Cuarteto se distraía con disputas internas, afuera empezaban a levantar vuelo bandas como No Te Va Gustar y La Vela Puerca, que de humor no tenían nada –al menos, voluntario–.
El Cuarteto quedó un poco relegado de toda aquella movida naciente, y una de las pruebas de esto es que el festival Pilsen Rock –el máximo catalizador de la nueva ebullición del género– recién contó con el grupo en la grilla de su sexta edición (la de 2009, y había empezado en 2003). En 2004, buscando renovarse, llamaron a Juan Campodónico como productor –tenía bastante experiencia en ese rol trabajando con Jorge Drexler– y lanzaron el disco de éxitos reversionados El Cuarteto de Nos (aquel de la heladera en la tapa), con tres canciones nuevas (entre ellas, “Hay que comer”, un coletazo de la crisis de 2002).
Y ritmología aquí la estoy aplicando
Campodónico le dio nuevos bríos a la banda, y en 2006, también con su producción, parieron Raro, con un sonido mucho más pulido, trabajado y radiable –sin dejar de ser guitarrero– que todo lo que habían hecho antes, sin efectos de sonido cómicos ni chistes estéticos –la música también es un lenguaje y con él se puede bromear–. Además, tuvo un serio trabajo de arreglos, en particular, con la cabeza popera metida a la hora de hacer los coros.
Pero la principal vuelta de tuerca estuvo en la composición de las letras y en la forma de cantarlas de Roberto. Para empezar, dejó de lado el humor más guarango, absurdo y explícitamente sexual. Además, bajó la cantidad de referencias uruguayas por minuto y al mismo tiempo llenó las canciones de muchas más estrofas, en las que la sorpresa o la gracia ya no está tanto en la historia que se narra sino en las rimas –en su mayoría, consonantes–, casi como un ejercicio de composición compulsiva y obsesiva, para ver hasta dónde se puede llegar con las palabras.
El Everest de esa compulsión está en “Yendo a la casa de Damián”, una de las canciones más difundidas de Raro: “Yendo un weekend a lo de Damián, / tenía urgencia de hablar con el man, / caminé porque pinché mi van. / Vi una mina de la que soy fan, / una que sale por el canal Sony / en una serie que está con un pony, / y en mi casa del barrio Marconi / siempre la veo tomándome un Johnny”. En esta primera estrofa Roberto canta casi a capela y todo el peso instrumental (la batería, el bajo y las guitarras) recae en un golpe seco al final de los versos, justamente, resaltando la rima de cada fonema.
Roberto encontró una veta componiendo canciones en primera persona en las que da rienda suelta a todos los yos que se le ocurren, para desparramar, cabalgando sobre la rima obsesiva, rasgos infinitos de personalidad, en los que no falta el humor, pero no es lo primero. Además, es un yo verosímil. O sea, no es Roberto poniéndose en el rol de una vieja ni el que nos cuenta la historia de Tabaré, “el indio trolo”, sino el cantante del Cuarteto, que dice demasiadas cosas sobre su “personaje” –medio nerd, obsesivo; en fin, raro–. La chispa de los múltiples yos se le encendió con la canción “Me amo”, de Cortamambo; no en vano la banda la grabó de vuelta para el álbum que siguió a Raro, Bipolar (2009).
“No tengo penas ni tengo amores / y así no sufro de sinsabores. / Con todo el mundo estoy a mano, / como no juego, ni pierdo ni gano”, canta Roberto en “Así soy yo”, que junto con “Hoy estoy raro” forma el núcleo duro del yoísmo de Raro, coronado con la que si no es la mejor canción del disco al menos es la más popular, “Ya no sé qué hacer conmigo” (el video de la canción, subido a Youtube en 2007, tiene 73 millones de visualizaciones –sí, 73 millones–).
Las canciones de Roberto en Raro eclipsaron a las de los otros dos compositores del grupo, Santiago Tavella (“Pobre papá” y “El karaoke de mi noviecita”, que parecen venir de la época noventera) y Riki, que sólo tiene “Autos nuevos”, la que cierra el álbum, que grabó en un estilo mucho menos convencional para Servo, el disco como solista que editó también en 2006. Si bien Riki está presente con su guitarra y sus arreglos de arpegios y bordoneos, en Raro ya no aportó sus clásicas canciones oscuras, absurdas y surrealistas.
Ya en Bipolar la banda empezó a juguetear con sonidos más artificiales y menos guitarras. Roberto llevó al paroxismo el yoísmo y su metralleta de rimas en canciones como “Bipolar”, “Nada me satisface”, “Mírenme” y en la milonga “Breve descripción de mi persona”: “Mido un metro ochenta y uno, / tengo un sillón azul. / En mi cuarto hay un baúl / y me gusta el almendrado. / Me despierto alunado, / mi madre es medio terca. / Aunque nunca estuve preso, anduve cerca”.
Luego de grabar Bipolar, Riki se fue de la banda –por diferencias varias– para, ahora sí, nunca más volver, y fue reemplazado por Gustavo Topo Antuña, de Buenos Muchachos, y además se sumó Santiago Marrero en teclados, y así el grupo dejó de ser un cuarteto. Viajaron y tocaron por casi cualquier país de habla hispana y fueron felices (y “No somos latinos” envejeció muy mal). Las canciones de Tavella empezaron a escasear en los discos de la banda, hasta desaparecer (por eso anda muy prolífico como solista), mientras Roberto se puso cada vez más serio (“21 de setiembre” y “No llora”), aunque en el último disco del grupo, Jueves (2019), revirtió un poco esa tendencia.
Raro es un disco clave, bisagra y todo eso, un punto de quiebre del Cuarteto de Nos, que ya era muy bueno per se cuando se publicó, pero hoy se revaloriza mucho más, a la luz de todos los álbumes que vinieron después, porque está en ese lugar ambiguo en el que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir.