Siempre hay un tinte espurio, disonante, en aquellos libros que llevan la firma de un autor en la portada pero en los que el propio autor no tuvo el corte final, debido, entre otras cosas, a que ya estaba muerto. Entra en esa categoría una porción importante de obras póstumas, generalmente publicadas por albaceas y familiares, con la complicidad de los editores, moviéndose todos ante el delicioso tintinear de las monedas. Ya se ha señalado en estas páginas que uno de los casos más caricaturescos es el del chileno Roberto Bolaño, de quien luego de su temprana muerte en 2003 se han editado casi tantas obras como las que publicó en vida. Otra modalidad editorial post mortem, más cuestionable aún, es aquella que en vez de publicar obras que el escritor dejó a medio terminar, sin corregir o con el expreso dictamen de que nunca vieran la luz, da a la imprenta criaturas de Frankenstein armadas con pedazos de diversos cuerpos, generando tomos amorfos y monstruosos que provocarían un nuevo fallecimiento del occiso, en caso de que regresara a la vida. Pero no todos estos volúmenes aparecen en las librerías hediendo a mortaja, como se dice, sino que hay algunos que son fruto de un finísimo trabajo editorial y, sobre todo, de un respeto mayúsculo, devocional, por el autor de marras. En ese estante de cuidados libros póstumos debe ubicarse Un buen puñado de ideas, de Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), preparado por Enrique García-Máiquez y Luis Daniel González para la editorial española Renacimiento.

Como se sabe, Chesterton cultivó en su escritura la novela, el cuento, la poesía, la biografía, el ensayo y el libro de viajes, aunque él prefiriera verse como un alegre periodista (“a jolly journalist”), debido, entre otras cosas, a que durante varias décadas su firma apareció al pie de centenares de artículos y crónicas en la prensa inglesa. “Nunca he tomado en serio mis libros, pero tomo muy en serio mis opiniones”, escribió en su monumental (y póstuma) Autobiografía. Esa frase ofició como disparador para el trabajo que durante años emprendieron García-Máiquez y González, leyendo cuanto libro de Chesterton se les cruzó por delante, cotejando y anotando en los márgenes de traducciones o en el idioma original. Para ordenar este buen puñado de ideas, casi quinientas páginas de frases y citas provenientes de un corpus heterogéneo, los editores no sólo recurrieron a las obras canónicas de Chesterton –El Napoleón de Notting Hill (1904), El hombre que fue Jueves (1908), George Bernard Shaw (1909), El candor del padre Brown (1911), Breve historia de Inglaterra (1917), Chaucer (1932) y la citada Autobiografía (1936), entre otras–, sino a los numerosos tomos que compilan sus artículos, algunos de ellos aparecidos en vida del autor y otros, claro está, póstumamente.

Luego de subrayar una innumerable cantidad de pasajes de obras tan variadas, los editores se dedicaron a ordenar temáticamente los fragmentos, en una variedad que asombra sólo al otear el índice, pues hay entradas sobre temas tan diversos como amistad, barbarie, consolaciones, dogmas, extrañeza, eugenesia, infancia, modas, narrativa, placeres, puritanos, sexo, vino y un larguísimo etcétera. Envalentonados con la quijotada, en el prólogo los editores abren el paraguas ante eventuales críticas a su trabajo, enrostrando a posibles detractores un pasaje del propio Chesterton, quien en el prólogo a una edición abreviada de Vida de Johnson, de James Boswell, recogido en el libro Maestro de ceremonias, de 1929, defiende las antologías de pensamientos o de aforismos de otros autores: “El arte de seleccionar no ha sido inventado por los editores modernos [...]. Ninguna gran filosofía, ninguna gran religión, han sido fundadas en un diario sino en algo así como un álbum de notas o recortes [...]. El hecho de hacer selecciones de la obra de un escritor es el coronamiento de su fama; es la prueba de su inmortalidad”.

Permítaseme ahora, a modo de cierre y como premio al lector que ha seguido hasta acá estos balbuceos, compartir alguno de los aforismos de Chesterton incluidos en Un buen puñado de ideas: “En el momento en el que nos ponemos de acuerdo para hacer algo es cuando empezamos a estar en desacuerdo”; “Conducirlo todo a la belleza, incluso a la terrible belleza que surge de la armonía de las cosas feas. Eso, no me lo negarán, está muy cerca del propósito primordial del arte”; “No existe mejor prueba de caballerosidad e integridad de un hombre que cómo se comporta cuando está equivocado”; “La Biblia nos dice que amemos a nuestros vecinos y también a nuestros enemigos; es probable que nos lo diga porque, generalmente, son los mismos”; “Una cosa muerta puede bajar con la corriente, pero solo lo vivo puede nadar contra ella”; “El peor argumento del mundo es una fecha”; “Bien entendida, la comedia es algo incluso más grande que la tragedia”; “Alguien definió la metafísica como buscar en un cuarto oscuro un sombrero negro que no está allí. Pero no es cierto: es precisamente la metafísica la que nos dice que no busquemos un sombrero negro que no existe”; “Incluso los buenos escritores pueden escribir demasiado, pero los malos escritores no pueden escribir demasiado poco” y “La gente con gran inteligencia conoce los límites de la inteligencia y la gente con poca inteligencia cree que su inteligencia es ilimitada”.

Para leer con pausa y recogimiento o para devorarlo con absoluta glotonería (“Los niños son glotones, y los glotones son, en cierto sentido, niños, y de los niños es el reino de los Cielos”), este libro viene a subrayar aquello que Jorge Luis Borges escribió una vez sobre su admirado escritor: “La obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad”.

Un buen puñado de ideas. De GK Chesterton. España, Renacimiento, 2018. 480 páginas. Edición de Enrique García-Máiquez y Luis Daniel González.