La gracia de la fusión de géneros es que no se pueda delimitar exactamente dónde termina uno y empiezan los otros. Se trata de que el todo sea diferente a la mera suma de sus partes, algo fácil y trillado de decir pero muy difícil de hacer, porque hasta el día de hoy hay músicos que piensan que hacen fusión pero en realidad construyen un Frankenstein, como esos niños ansiosos que mezclan piezas de Legos distintos, y se nota de lejos que agarraron la cabeza de Darth Vader y se la encastraron al cuerpo de Harry Potter.

Que Dino (Gaston Ciarlo) tenía un pie en la música de raíz uruguaya y otro en el rock y afines no es ningún secreto, y que llegó a lograr una fusión auténtica, tampoco. Al principio de su carrera caminó bastante apoyado sólo en el pie del rock, pero a medida que la madurez –y la adultez– se le acercaba, fue equilibrando su andar, un pie acá y otro allá. Un buen pantallazo de aquel inicio se puede tener al escuchar el recopilatorio que el sello Perro Andaluz editó bajo el nombre Prehistoria de Dino (2009) –está en Spotify–. Por ejemplo, con Los Gatos, entre 1965 y 1966 –cuando tenía 20 años– grabó versiones de canciones anglosajonas, como “The Last Time”, de The Rolling Stones, el rock & roll “Poison Ivy”, de Jerry Leiber y Mike Stoller, y el soul “If You Need Me”, de Wilson Pickett (que también fueron grabadas por la banda de Jagger y Richards), todas cantadas en inglés.

En varias de aquellas versiones no se nota ni una pizca de uruguayez: están interpretadas lo más fielmente posible a las originales (comparen, sobre todo, la “Poison Ivy” de Los Gatos y la de los Stones, y encuentren las siete diferencias...). Pero entre 1969 y 1970 Dino empezó a grabar composiciones propias como solista y en su idioma. En “Canta, canta, canta” ya hay un híbrido entre candombe y rock, aunque todavía se pueden diferenciar las partes de cada género –el ritmo de pulso candombero, los tambores, por un lado; y el órgano tipo Hammond, por el otro–.

En el primer álbum que editó como solista, en 1970, incluyó una canción que ya marcaba todo desde su nombre: “Experiencia número uno en Ritmo y Blues”, una referencia obvia al rhythm & blues, el género estadounidense que mezcló varios estilos de música negra y fue el nexo entre el blues puro y el rock & roll que vino después. En esa canción hay rock, pero sin apuro, con una llevada un tanto arrastrada, que calza justo con lo que canta Dino, porque una canción también es su letra. En este caso, el cantautor no la usó para vehiculizar lo obvio del rock y decir “nena, te quiero” y bla, bla, bla, sino para decir: “Sobreviviendo apenas, / vi que pasabas muy solo, / pensando en tu vida / de muerte lenta”.

Más adelante, en el estribillo, Dino habla de su circunstancia, del lugar en el que vivía en 1970, que no era el norte sino el sur, con un ambiente social y político convulsionadísimo –algo que hasta hoy es negado por los que creen que democracia es simplemente ir a votar cada cinco años–: “Y ves, y ves / calles desoladas, / vidas condenadas, / mentiras que caminan y te pegan, / se retiran y se van”.

“Ahí pasa un pordiosero que me mira / y me pide una moneda, / con gesto de desgracia contenida, / que desespera. / Esto se lo olvidaron enseñarme / en la escuela. / En la vida no hay rositas ni milagros, / aunque te duela”, canta Dino en los demás versos, pegándole un baño frío de realidad al escucha, la misma que impregnó la letra de la canción que abría el disco que editó en 1972 con Montevideo Blues –homónimo–. Sí, la legendaria “Milonga de pelo largo”.

Qué cosa seria

Aquí la fusión ya estaba llegando a su punto justo, porque hay que usar un microscopio sonoro para diseccionar los tejidos que pertenecen a cada género dentro de esta canción. Sería tan desacertado decir que “Milonga de pelo largo” es sólo una milonga como que es sólo rock & roll. Para empezar, hay cuestiones estrictamente tímbricas, por los instrumentos que se usan: tiene batería, guitarra y bajo, que no corresponden a los de una milonga ortodoxa –que sería a pura guitarra criolla, como la versión que grabó Alfredo Zitarrosa a la vuelta del exilio–. Sin embargo, la armonía –la progresión de acordes– corresponde a la de una milonga estándar, y también ciertas partes del arpegio. La canción se convirtió en el arquetipo de la milonga-rock uruguaya, y todo lo que se hizo después en ese plan le debe mucho. Por ejemplo, “Luna de marzo”, de La Trampa, no existiría sin “Milonga de pelo largo”.

No fue nada casual que en el disco Montevideo Blues, ya alejado de aquellas versiones en inglés, Dino incluyera la canción “Para hacer música, para hacer”, de El Sindykato –compuesta por Miguel Livichich–, porque es toda una declaración de principios: “No cantes en gringo, /no entienden, / por mucho que grites, grites. / Para hacer música, para hacer”.

La hermosamente triste milonga –con aire folk– “Vientos del sur” y el rock crudo “Arma de doble filo” –con letra en español y bien gris– son dos grandes ejemplos de que Dino también sabía usar un pie más que el otro para meterse de lleno en un género y hacerlo suyo. Incluso, en “Quizás, hacia el norte”, su canción de 1979, la guitarra eléctrica de Jorge Galemire despliega una llevada rítmica que está entre las cosas más auténticamente stone que se grabaron acá –y cuando en Argentina aún ni existían los Ratones Paranoicos–.

Por todo esto, la música de Dino sigue siendo un norte –y un sur– a la hora de pensar cómo hacer música mezclando géneros que a priori parecían el agua y el aceite, sin darles cabida a las ideas trasnochadas de que tocar rock te convierte en imperialista. Quizás la esencia de la fusión, el punto altísimo al que llegó Dino, está en la milonga-rock más épica que se grabó en este país: “María Julia” (1984). En ella canta: “Por nuestros hermanos desparecidos, / hemos llorado, hemos sufrido”. Dino sigue vigente y seguirá, no sólo por su fusión de géneros.