Bizarro sigue desempolvando el extenso y rico catálogo del desaparecido sello Orfeo, para colocar en las bateas reediciones en vinilo de álbumes fundamentales de la música uruguaya, que se escuchan y se palpan en el noble formato redondo y negro como nunca antes. Uno de los últimos lanzamientos es una pieza clave del puzle del rock posdictadura (1985-89). De esa época, el sello reeditó ya en vinilo Montevideo agoniza (1986), de Traidores, Visitantes (1987), de Zero, y el compilado de varias bandas Graffiti (1985), que ofició de carta de presentación de aquel “movimiento”.
Entre los grupos que aparecían en Graffiti estaba Los Estómagos, formado en Pando en 1983 –es decir, todavía en dictadura–, con Gabriel Peluffo (voz), Gustavo Parodi (guitarra) y Fabián Hueso Hernández (bajo). Además, a lo largo de su corta carrera (1983-89) tuvieron tres bateristas, en orden cronológico: Gustavo Marriott, Leonardo Baroncini y Marcelo Lasso. En aquel compilado los pandenses marcaron presencia con dos canciones, “Jugaste sucio” y una versión del mítico tango “Cambalache” (de Enrique Santos Discépolo).
La elección de grabar ese clásico no fue al pasar, y significa más de lo que puede parecer a simple oído. Primero, por su letra, ya que es uno de los tangos más atemporales que existen –porque si hay algo que siempre fue omnipresente en el mundo es el caos–, cargado con dosis iguales de pesimismo y nihilismo, ideales para arroparlo con una versión que estéticamente está a medio camino entre el punk más apurado y burlón y el rockabilly –la introducción de guitarra es Chuck Berry con anfetaminas–. Este encare musical de un tango hoy puede resultar facilongo, pero a la salida de la dictadura era un rebelde y hermoso sacrilegio.
Pocos meses después de aquel aperitivo, Los Estómagos lanzaron su álbum debut, que fue además el primer LP entero de una banda de la movida posdictadura, y es el que acaba de reeditar Bizarro en vinilo: Tango que me hiciste mal (1985). Son 11 canciones que condensan el espíritu joven de aquella época, que se crio bajo la oscuridad de la dictadura, luego descubrió que la apertura democrática no era tan luminosa y encontró en el pospunk el traje musical ideal para calzar con la ebullición de sentimientos que tenían: rabia, frustración y afines.
El arte original del disco –con el tanguero rendido en la tapa– fue diseñado por un joven de 18 años que en los créditos aparece como Alejandro Fernández y luego sería conocido como Pedro Dalton –líder de Buenos Muchachos–. Y fue él el encargado de escribir unas líneas sobre el álbum para esta reedición, que vienen en un librillo acompañado por los bocetos originales que realizó en 1985.
Dalton da unas breves pinceladas del contexto sociopolítico de aquella época para ubicar el álbum. Recuerda que el gobierno del presidente colorado Julio María Sanguinetti (1985-1990) era “una extensión de la dictadura” para los jóvenes que habitaban Montevideo en 1985, y agrega: “Teníamos que salir a la calle con documentos y estábamos a merced del humor del policía que te detuviera a pedirte los mismos. Un arito en la oreja y una remera rota eran un regalo de placer para los oficiales que llevaban a cabo las razias todos los fines de semana”.
Extrañas visiones
Los Estómagos fue la banda que mejor captó la esencia del pospunk por estos lares, sobre todo en la estética musical –más allá de la oscuridad de sus letras, donde la influencia es más obvia, aunque el bajón no es monopolio del pospunk–. Mientras que en general el punk solía ser rudimentario, monótono y lineal –tempo rápido, guitarra eléctrica a puro power chords y dale que es tarde–, el pospunk se caracterizó por coquetear con otros ritmos –incluso, con los puramente bailables– y por la creación de atmósferas –lo que implica que las guitarras dejen huecos, destellen punteos intermitentes o arpegios y se alejen de la monotonía–.
“La puerta cerrada de mi cuarto, / a mi alrededor la oscuridad, / sin saber por qué estoy llorando, / tengo muchas ganas de gritar”, canta un melodramático Peluffo en “Gritar”, la que abre el disco, con un leitmotiv juguetón de bajo y la pellizcada de las guitarras, una de las canciones –paradójicamente– más “para arriba” del álbum, junto con “Fuera de control”, que fue uno de los primeros “hits” del grupo –hasta supo tener una especie de videoclip–. “Fuera de control” tiene guitarras cuasi funk y una pegadiza línea de bajo, con un pulso rítmico de música disco cercano al de “Kick in the Eye”, de los británicos Bauhaus –popes del postpunk, claro está–.
El bajo es un instrumento clave en el disco debut de Los Estómagos, que en la mezcla siempre estuvo a un volumen un poco más alto de lo normal y en esta reedición en vinilo suena con muy buen cuerpo, por lo que se puede apreciar perfectamente la artillería riffera que despliega Hernández con sus cuatro cuerdas.
Tango que me hiciste mal tiene otro paquete de canciones, más lentas y más oscuras, de esas que no eran como para sonar a cada rato en la radio ni para tener un videoclip, pero que están entre lo más rico de la veta pospunk del rock uruguayo de aquella época, como “Ídolos” (de la que luego Eduardo Darnauchans hizo una gran versión, junto con La Trampa, para el álbum homenaje a Los Estómagos titulado Extrañas visiones, de 1996) y “Vals de mi locura”. Pero es sin duda “Invierno” el punto más alto del lamento oscuro del rock posdictadura: “La noche te despide sin amar, / huyendo del invierno una vez más” (la reedición en vinilo trae impresas todas las letras, como corresponde). La melodía vocal, el coro, el arpegio: todo está en su lugar.
Pero nunca hay que olvidar que en el álbum debut de Los Estómagos está “Torturador”, una rara avis por varios motivos. Es la canción menos “pos” y más punk del disco, por su duración, de apenas dos minutos (la más corta del LP) de los cuales la mitad pertenecen a la introducción instrumental, su tempo apurado, el hipnótico y obsesivo riff, y los coros agudos y siniestros. Pero hay algo más, la letra: recién salido de la dictadura –el contexto es fundamental–, Peluffo tuvo las agallas para condensar, en apenas dos estrofas, lo que sigue: “Eres sólo un animal, / un enfermo mental, / máquina de torturar / programada para matar. / Y dirás que era tu deber, / que sólo cumplías tu misión, / ¿cómo pudiste llegar / hasta tal degradación?”.