Desde el título la autora nos coloca en una situación poética: la intersección de sentidos, la subversión de la palabra para decir, para bucear en una multiplicidad de significados. Con esa pregunta de respuesta incierta y subjetiva, que está en la definición misma de la sinestesia, se para en el lugar de la imposibilidad para proponer una mirada que la desafíe.

¿A qué huele el amarillo? narra un encuentro entre dos niños y el nacimiento de una amistad. Tinú es ciego y Manu no puede oler. Esas características se ponen en juego a través de la experiencia cotidiana y en primera persona, y en la primera parte del libro –a tres voces que se manifiestan en las diferencias tipográficas y, por supuesto, se hacen patentes en el audio, al que se accede por el código QR que aparece en la portada– las presentaciones se alternan en el camino de ambos, por momentos solitario, por momentos incomprendido, que se ve en el espejo de una mirada externa que no siempre es empática, en el que estos dos niños se enfrentan al mundo con dificultades y mirada cuestionadora. Van por ahí llenos de preguntas e hipótesis, y encuentran sus propios modos de percibir, hacer propio y gozar el entorno.

El encuentro entre los dos niños, sorpresivo y repentino, al chocarse en la calle, determinados por características opuestas –él va despacio, ella corre–, los une en un vínculo de complementariedad: “Desde ese día, los ojos de Manu pasaron a ser los de Tinú y su nariz, la de Manu. Juntos hacían magia”. De este modo, la pregunta del título, cuya respuesta reúne las imposibilidades de ambos y las del resto de las personas, pone a andar el mecanismo poético, que ya aparecía pero ahora es más explícito y de a dos. En la búsqueda de una respuesta, los dos niños echan mano a los demás sentidos y a aquellas cosas que disfrutan y les hacen bien. De este modo, el amarillo, lo veamos o no, lo olamos o no, se convierte en metáfora de calorcito, de panza llena, de abrazo suave. De amistad y contención.

Con ilustraciones bellísimas en las que el amarillo va ganándole terreno al negro y al rojo con que se presentan la imposibilidad y la mirada adulta que pasa sin ver, sin detenerse, Tinú y Manu hacen carne sobre todo en los gestos. En la composición del libro se cuidaron todos los detalles para que sea accesible a personas con baja visión: está impreso en braille, se adjunta un audiolibro mediante un código QR y la tipografía empleada es la recomendada por el Braille Institute of America para personas con baja visión. Fue posible por haber sido seleccionado por el Fondo Concursable para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura, y es una satisfacción tenerlo entre manos y que sea un poco menos raro recibir un libro de estas características: ojalá haya muchos más.

Más allá de todo lo anterior, que vale por sí mismo, ¿A qué huele el amarillo? presenta en sus páginas una historia de amistad mediante un texto sólido en el que lo sensorial y lo poético van de la mano. Pone en juego, además, un universo en el que posibilidades e imposibilidades se cruzan, e incluye a todos en el juego con las palabras y en la búsqueda de preguntas de respuesta incierta.

¿A qué huele el amarillo?, de María José Pita, Fondo Concursable para la Cultura, 2021. 44 páginas. $ 750 (se consigue en Su Bar, Agosto Café, librerías Lautréamont y Germina en Montevideo, tienda Minico en Mercedes, y en el Instagram de la autora).