“Disculpe, ¿está usted en la fila para pagar?”. Quizás cuando escuchamos esa pregunta en el supermercado nos vemos tentados de preguntar: ¿es a mí a quien se dirige? En el fondo nos podemos sentir un poco incómodos cuando alguien se dirige a nosotros con esta pregunta y ese pronombre, porque los asociamos a que nos están mirando con ojos de que tenemos una edad avanzada. Y hay que admitir que la sociedad occidental, usualmente, se mira en el espejo de la juventud, y no deseamos ser ubicados en ciertas franjas etarias. Pero más allá de cómo nos sintamos, queramos o no los uruguayos utilizamos la forma usted más de lo que pensamos, tanto seamos tuteantes como voseantes, para expresar formalidad y distanciamiento, respeto de nuestros mayores o de la autoridad.

Tenemos que recordar, haciendo referencia a los estudios de Virginia Bertolotti (2015), que la forma usted proviene de la evolución de la forma vuestra merced, lo que explica la concordancia con las conjugaciones en tercera persona. Es interesante resaltar que la autora ha señalado la escasa atención que se le ha dado al usted, en parte porque los estudios se han enfocado en observar dicha evolución, porque la competencia entre el y el vos se ha llevado todos los focos, y porque más allá de alguna diferencia fonética entre usté/usted, el uso del pronombre ha sido bastante regular.

Ya hemos hablado antes de cómo los uruguayos nos dirigimos a nuestros interlocutores en las notas “Apagá y prendé el módem, el español estatal en los medios”, publicada hace un año, y “A pesar de la temporada, Maldonado tutea”, publicada en febrero. Sabemos que, salvo que seamos hablantes montevideanos mayores de 40 años (franja en la que la forma híbrida tú tenés es bastante común), tenemos preferencias, fórmulas que usamos más frecuentemente, y que nos permiten definirnos como tuteantes o voseantes según dónde vivamos. Así, varias situaciones cotidianas me han llevado a observar que el usted juega en dos cuadros a la vez: sustituye al o al vos según el origen y los hábitos de la persona.

Por ejemplo, hace unos días un ex compañero de clases que realiza su tesis de maestría me invitó a ser parte de la población entrevistada para el trabajo de campo. Como la persona es de origen fernandino, comienza nuestro encuentro utilizando formas tuteantes para saludarme: “¿Cómo estás tú?”, “¿Piensas que puedes contestarme unas preguntas?”, “No llevará mucho tiempo”, etcétera. Cuando acordamos el protocolo, enciende el grabador de su celular y me pregunta nuevamente, y noten aquí su cambio lingüístico: “Fulanita, ¿nota que existen situaciones de ...?”, “¿Piensa que en nuestra ciudad....?”. El usted le dio más formalidad a nuestro contrato, establecido de antemano: pasó raya y me alejó de su intimidad. Claro, se trata de la “famosa tesis”, y las formas de tratamiento hicieron de puente para sentar nuestro diálogo académico.

Otro ejemplo. Los sitúo en una de las incontables sesiones de Zoom en las que se encuentran los profesores en horario de coordinación. Uno de los participantes se dirige al director de la institución: “Walter, dejame compartir pantalla”. Enseguida se rectifica: “Director, perdón, déjeme compartir pantalla, por favor”. El profesor se da cuenta del tono más formal de la reunión y, aunque denota tener amistad con Walter, al referirse a él como su director utiliza las formas de usted; y antes, fíjense, se disculpa frente al público virtual. ¿Por qué pasamos al usted tan velozmente? Para darle más formalidad a la situación y demostrar que le tenemos respeto a la otra persona. Quizás para no pecar de tomar confianza, aunque la tengamos, en determinadas situaciones.

Veamos algunos otros ejemplos comunes en los pasillos educativos, en los que se aprecian cambios: los padres voseantes se dirigen de usted a la maestra, aunque la maestra sea más joven; los maestros se dirigen de a su director, pero cuando llega el inspector cambian al usted; la maestra amable trata de a su alumno, pero cuando lo rezonga le dice: “¿Qué se piensa usted que está haciendo?”. Incluso en libros de literatura infantil uruguayos, en los que se podría decir que las formas son, en su mayoría, voseantes, se encuentran formas de usted en situaciones en las que los personajes comparten un contexto comunicativo de poder. Es el caso de Así reinaba el rey reinante, de Virginia Brown, en el que el doctor le dice al rey: “Usted está elaborado con ingredientes frescos y de primera calidad…” o “Permítame leer, majestad”. También en las formas utilizadas en contextos rurales, como por ejemplo en El miedo a la luz mala, de Verónica Leite, en el que una pareja de carpinchos se trata de usted (un usted cariñoso, se podría decir): “¡Vamos, mujer, despiértese que ya le toca hacer la guardia!”.

También tenemos que decir que nuestra sociedad ha visto llegar en pocos años a extranjeros inmigrantes (particularmente venezolanos, colombianos y cubanos) que utilizan el usted como forma de confianza y acercamiento entre los interlocutores (ustedeo). Estos usos dan cuenta de otros factores de cambio; habrá que ver hasta dónde llegan las mezclas y competencias con nuestras formas preferentes.

Tengo que disculparme, entonces, con los que alegan que el usted está desapareciendo: vivo, escucho y anoto, y veo que el usted vive y perdura en nuestros usos cotidianos, porque ¿de qué otra manera podríamos los uruguayos ponernos serios?