Tyler Durden no iba a desaparecer tan fácilmente. El personaje nació en la primera novela de Chuck Palahniuk en 1996 y fue llevado al cine con la dirección de David Fincher y el físico de Brad Pitt apenas tres años después. Desde entonces hemos estado discutiendo sobre él, sobre lo que significa para el narrador sin nombre y para un público que se ha dividido entre quienes lo entienden y quienes lo malinterpretan. Entre quienes lo odian y quienes lo aman. En todas las combinaciones posibles.
Mientras tanto, el autor de El Club de la Pelea continuó su camino literario con aciertos y errores (entre los primeros rescato Monstruos invisibles y Rant, y entre los últimos... la mayoría de su trabajo reciente). Afinando su pluma en la tarea de generar respuestas fisiológicas en sus lectores, llevaba la cuenta de la cantidad de gente que se desmayaba en sus presentaciones cuando leía un cuento en particular, que no voy a nombrar. Bueno, se llama “Tripas” y se encuentra en internet, pero están advertidos.
Un día, este autor de 62 años volvió a caer en el embrujo de Durden, sobre cuya muerte las noticias habían sido muy exageradas. Corría el año 2015 y el mundo entero había roto la primera regla del club, por lo que Palahinuk decidió recordarles quién lo había fundado. “Soy yo volviendo a ser parte de la fiesta. La fiesta se alejó de mí”, contó por entonces a MTV. “Y si hubiera sabido que iba a tener que hablar de esto por el resto de mi vida, la habría convertido en una historia más grande, la habría desarrollado como una mitología de HP Lovecraft o de Stephen King. Y pensé que debía aprovechar la oportunidad de hacerlo ahora”.
Lo hizo en diez entregas periódicas que llegaron a un montón de comiquerías del mundo. Porque el narrador (que ahora se hacía llamar Sebastian) y su rubio álter ego habían vuelto en forma de historieta. “El libro y la película tienen tantos seguidores y generaron tanto apego que pensé que si una secuela iba a tener su propia autoridad, tendría que ser en un medio nuevo, para que no se la comparara directamente con el libro o con la película”.
Y así, en dupla creativa con el dibujante Cameron Stewart, llegó esta nueva aventura del antivillano que, al igual que el Joker de Heath Ledger, afirma ser una fuerza del caos pero secretamente tiene todo bajo control. Con la ayuda de sus acólitos y de la mismísima Marla Singer (que cambia las pastillas de su pareja para meterle los cuernos con Tyler), seremos testigos del próximo paso de la organización criminal que busca... bueno, en otra oportunidad podemos discutir acerca de lo que busca. Pero se aleja del Joker para parecerse a Ra’s al Ghul, otro villano de Batman.
La dupla creativa aprovecha algunas ventajas del medio, así como Fincher había incluido elementos que sólo funcionaban en el cine. En este caso, objetos (sobre todo medicamentos) aparecen “apoyados” sobre las viñetas, dando una sensación de tridimensionalidad. Y el estilo limpio de Stewart, además de ayudar a la comprensión de la historia, es perfecto a la hora de mostrar toda clase de partes del cuerpo magulladas y sangrantes.
Se extraña la voz narrativa de Palahniuk, que sigue presente con ideas descabelladas como la militarización de la fundación que cumple deseos a niños moribundos o la transformación de Tyler Durden en un ser con características de meme o de virus, que recuerda por momentos al Buster Casey de Rant. La tensión aumenta con el presupuesto ilimitado de un cómic, hasta llegar a un final que podría decepcionar a aquellos que hayan odiado el final de Dispatches from Elsewhere. Con todo, estamos ante una secuela que amplía el universo, introduce nuevas temáticas, como la paternidad, y busca la irreverencia con nuevas herramientas.
Si en El Club de la Pelea 2 el escritor coqueteaba con algunas ideas recurrentes del guionista escocés Grant Morrison, que en la historieta Animal Man construía una trama que terminaba con el superheroico protagonista encontrándose con Grant Morrison, en El Club de la Pelea 3 (publicado originalmente en 12 capítulos y recopilado en español como El Club de la Lucha 3 Palahniuk va todavía más lejos. Y el resultado no siempre es bueno.
Al igual que Morrison, nos presenta una sucesión de hechos que comenzarán a entenderse con el correr de las páginas. Y al igual que Morrison en su memorable Doom Patrol, nos presenta un cuadro (técnicamente, un marco) capaz de tragarse a un mundo entero y llevarlo a otra dimensión. Confiando aún más en las capacidades de Cameron Stewart, reduce la cantidad de diálogos y deja que el arte nos cuente la historia, que de nuevo tiene a Tyler en medio de la locura, aunque caiga en la tentación de presentarlo en mejores términos al crear una amenaza peor que él. Para volver con otra comparación del mundo del hombre murciélago, esta vez se parece a Harvey Dent, o Dos Caras.
Los mejores momentos de esta tercera parte son lo que están construidos sobre la segunda, mientras que algunos giros originales (además del marco glotón) se alejan demasiado de la “paleta de colores” con la que Chuck construyó el peleaverso y no queda claro para quién estaría destinada esta obra.
Para muchos, Palahniuk es un escritor que amás u odiás. Yo lo considero de mis favoritos cuando anda bien; más de la mitad de su producción me produce respuestas orgánicas, aunque no las deseadas por él. No creo que estos dos libros convenzan a lector alguno de darle una chance a su prosa, y aquellos que recitan de memoria las reglas del Club de la Pelea deberían acercarse con cuidado. En especial a la tercera parte.
El Club de la Pelea 2. De Chuck Palahniuk y Cameron Stewart. Reservoir Books, 2017, 280 páginas. El Club de la Lucha 3. De Chuck Palahniuk y Cameron Stewart. Reservoir Books, 2021, 336 páginas.