La editorial asturiana Hoja de Lata es responsable de la edición española de Los incendiarios, novela ganadora del Premio de la Unión Europea 2019. La obra premiada, escrita por Jan Carson, instala una mirada contemporánea sobre las heridas no cerradas de la guerra civil en Irlanda del Norte. Sigue el rastro de historias secretas entre el pospunk y el realismo mágico, entre niños incendiarios, niñas voladoras y adultos que hacen todo mal y no pueden escapar a las marcas y divisiones del pasado.

La imagen rockera icónica de las revueltas norirlandesas es una filmación de “Sunday Bloody Sunday”, recordada por épicas antorchas de fuego detrás del escenario, los dublineses U2 en su mejor momento y el perfil juvenil de Bono fundido en el rostro del combatiente mártir Bobby Sands, militante del IRA que entregó su vida a la causa secesionista. Sin embargo, una revisión histórica más profunda pasa obligatoriamente por la escena alternativa de Belfast Este, punto neurálgico del conflicto, porque el movimiento punk marcó una señal disidente de la guerra civil que enfrentó durante años a católicos y protestantes.

No hay punks en la novela Los incendiarios. Pero el rastro de la disidencia y el malestar por la guerra civil están presentes en la reconstrucción que la escritora hace de Belfast Este y del conflicto, llevado a una mirada cotidiana y extrema desde un presente que se mantiene enrarecido. De hecho, sigue siendo una ciudad que todavía mantiene muros que dividen barrios y poblaciones con relatos opuestos. El matiz que le imprime Carson a su novela evade, sin embargo, el retrato político-social: el fuego de las barricadas, de los veranos incendiarios de Belfast, abre las puertas a un mundo que admite y convive con lo mágico, porque de algún modo lo sobrenatural se sostiene en un continuo insurreccional que lleva al humor y a descubrir el costado freak y roto de una comunidad a la que le viene llevando varias décadas cerrar las heridas de la guerra.

Es interesante revisar una historia poco conocida fuera del Ulster: la única banda inglesa que se atrevió a agendar una fecha en Belfast en esos años fue The Clash. No llegaron a tocar, por problemas de seguridad. Esa misma noche, cientos de adolescentes punks dejaron a un costado las divisiones políticas y la grieta abierta por la generación de sus padres y se enfrentaron a un enemigo común: la Policía. De lo que no podían escapar, casi un estigma identitario, era de la violencia, de encender el fuego, armar barricadas y pelear en la calle. Es posible rastrear, además de este incidente, una banda sonora que incluye a Rudi, The Undertonesy Stiff Little Fingers, que revela a un movimiento político-musical que tuvo un desarrollo específico y radical, similar en algunos sentidos al de otros sitios signados por la violencia política extrema, como Euskadi o, en menor medida, en ciudades sudamericanas como Montevideo. “Crecí en un barrio unionista del este de Belfast, y fue gracias al punk que se rompieron algunas barreras y conocí a los católicos y republicanos que siguen siendo mis amigos”, testimonia Dee Wilson, guitarrista de The Idiots, una de las bandas punks de la época.

Jan Carson se define, antes que escritora, mediadora cultural. Lo que intenta en Los incendiarios es entender al otro, al que vive del otro lado. Instala el conflicto de la novela en la necesidad de cuestionarse, de expiar culpas y responsabilidades personales y colectivas. Decide narrar su novela desde dos voces masculinas, Sammy y Jonathan, ambos del lado unionista y protestante de la historia. Son dos historias paralelas que tienen en común paternidades culposas y ribetes que rompen la frontera de lo real para centrar el problema en el estigma de niños y niñas “desdichados” –en definitiva, los hijos de la guerra–, y es inevitable no relacionar esa idea con los rostros de niños, en blanco y negro, de las portadas de los discos Boy y War, de U2.

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¿Por qué elegiste narrar sobre terribles secretos personales, como los de Sammy y Jonathan, que se vinculan directamente con el conflicto norirlandés?

En realidad, hasta esta obra había evitado escribir sobre los problemas derivados del conflicto. A menudo parece que se espera que los escritores de Irlanda del Norte hablemos siempre de esto, que es algo que oprime, que se cierne sobre todo a cada paso. Sin embargo, me dio la impresión de que quizá no se había escrito lo suficiente sobre la complejidad de la situación en la que se encuentra la Irlanda del Norte contemporánea. También pensé que había una carencia de acercamientos de la experiencia unionista. Al crecer, rara vez leía libros que reflejaran mi propia experiencia y, finalmente, llegué a un punto en el que me sentí obligada a escribirlo yo misma. Este es ese libro. Cuando comencé a escribir, Jonathan y Sammy emergieron como las voces a través de las cuales contaría la historia.

¿Qué te atrae y te provoca de ambos personajes? ¿Cuánto dicen estas dos historias de tu propia historia personal, de tus vivencias, y de la historia colectiva de Belfast?

La historia de Jonathan es muy similar a la mía. Crecí en una comunidad presbiteriana conservadora, y aunque mis padres fueron mucho más cariñosos que los de Jonathan, me identifico con su sentido de represión y su incapacidad para expresarse. Todo esto que te cuento hizo que su personaje fuera bastante fácil de escribir. Muchas de las historias que se tejen a lo largo de la novela se obtuvieron de 20 años de trabajo artístico comunitario, conociendo a personas de ambos lados de la división que habían sufrido por el conflicto. Estaba particularmente interesada en la experiencia protestante/unionista, ya que este lado de la historia de Irlanda del Norte no se ha explorado con tanta frecuencia ni con tanta amplitud como la narrativa nacionalista. Espero que esta historia parezca fresca y sea tal vez un relato que la gente no haya escuchado antes.

¿Por qué elegiste narrar desde dos voces masculinas, dos voces con paternidades confusas e inmaduras?

Disfruto mucho, al mismo tiempo, escribiendo personajes cuya experiencia es muy diferente de la mía. Me impulsa creativamente y es un desafío. Quería escribir sobre hombres que no podían hablar sobre lo que habían pasado, ya que en Irlanda del Norte hay muchos casos similares, de varones que han pasado por un gran trauma y, sin embargo, carecen de las habilidades para articular esto. Sammy se basa en gran medida en una serie de hombres que encontré a través de mi trabajo como mediadora cultural. Hombres que habían presenciado, y en ocasiones perpetrado, crímenes terribles y que nunca se habían recuperado del todo. Jonathan, como he explicado antes, es muy similar a mí, producto de una especie de educación conservadora represora, que lucha por relacionarse con las personas que lo rodean. Ponerlos en la posición de padres me permitió explorar realmente sus inseguridades, sus defectos y esperanzas.

Hay quienes han encontrado en Los incendiarios cierto paralelismo con el realismo mágico. En mi caso, no lo siento tan mágico, sino terriblemente real, oscuro, más cercano al pospunk de una ciudad irlandesa dejada de lado por el sueño europeo. ¿Cuál es tu mirada sobre esto?

Creo que son válidas ambas lecturas. Soy una realista mágica, si así se puede decir, pero me suelo decantar completamente hacia el lado realista. Para mí, si mis lectores no creen en el elemento realista de mis historias, no creerán en los niños voladores o en las sirenas, por lo que paso mucho tiempo investigando, redactando y tratando de definir los aspectos realistas de mi escritura. Estoy escribiendo aquí sobre la parte de Belfast en la que vivo, por lo que gran parte de este libro lo escribí de pie, caminando, observando, escuchando, tratando de capturar la apariencia del lugar.

Foto del artículo 'El fuego mágico de Belfast: con Jan Carson'

Foto: Jonathan Ryder

Me resultaron particularmente poderosos los intertextos que presentan a los niños freaks, a los que llamás “Niños Desdichados”. ¿Cómo fuiste conociéndolos y describiéndolos?

Los Niños Desdichados exploran cómo el legado del conflicto ha afectado a la próxima generación de jóvenes aquí en Irlanda del Norte. Aunque los que llamamos los “bebés del alto el fuego” son demasiado jóvenes para recordar el conflicto en sí, muchos de ellos todavía muestran signos de trauma generacional. Los problemas de salud mental, depresión, suicidio y pobreza abundan en muchas áreas de Irlanda del Norte, y está claro que el trauma ha tenido un impacto en la nueva generación. Cada uno de los Niños Desdichados representa una forma diferente de manifestar el trauma en estos jóvenes. La presión de cargar con problemas es demasiado pesada para ellos. Y las expectativas de la generación de sus padres a menudo pesan sobre ellos. A veces, al tratar temas difíciles, es menos doloroso abordarlos cuando se usa una metáfora o una alegoría. También este camino ayuda a los lectores a verlo con ojos nuevos.

Hay un concepto, que no sé si es el indicado, pero es el que me surge de mi lectura de la novela: el estigma, las marcas del pasado. ¿De qué manera una comunidad, o una familia, quedan marcadas por una violencia de la que no se puede escapar y que aunque esté soterrada siempre termina emergiendo y expiándose?

Uno de los grandes temas que quería explorar en Los incendiarios era esta idea de legado. Lo que un padre le transmite a su hijo. Cuánto es un niño, por ejemplo, el dueño de su propio destino. A los dos padres de la novela les preocupa que sus hijos hereden las peores tendencias de sus padres. Hacen todo lo posible para asegurarse de que los niños resulten mejores que ellos. Supongo que es la vieja cuestión de la educación versus la naturaleza. Es una pregunta importante que seguimos haciéndonos en Irlanda del Norte. Queremos dejar los aspectos negativos de nuestro pasado en el pasado y, sin embargo, el trauma parece emerger continuamente en cada nueva generación. También pensamos mucho si es conveniente o no enterrar el pasado y lo que sucedió. Por doloroso que pueda resultar abordar lo que sucedió durante el conflicto, es necesario valorarlo y recordarlo constantemente si queremos aprender de él y asegurarnos de que no se vuelvan a cometer los mismos errores.

¿Cómo es tu Belfast? ¿Cuánto ha cambiado o no en estos últimos años?

Yo en realidad crecí en Ballymena, una pequeña ciudad comercial una hora al norte de Belfast. Me mudé a “la Gran Ciudad” para ir a la universidad, cuando tenía 18 años. Esto fue en 1998, pocos meses después de la firma del Acuerdo del Viernes Santo. Belfast ahora es prácticamente irreconocible respecto de la Belfast de hace 20 años. Si bien el legado del conflicto aún es evidente en los murales paramilitares y las secciones del Muro de Paz, que aún dividen las áreas de vivienda a lo largo de líneas sectarias, la ciudad ahora se parece mucho a cualquier ciudad europea. Tenemos una escena artística floreciente, excelentes restaurantes y pubs, gente maravillosa y sociable y mucha más diversidad. La Irlanda del Norte en la que crecí tenía una población muy blanca y mayoritariamente local. Es genial escuchar que se hablan diferentes idiomas aquí ahora y ver a personas de todo el mundo que deciden mudarse a Irlanda del Norte.

¿Cómo ha sido recibida tu novela en Irlanda y fuera de Irlanda, y qué estás escribiendo ahora? Imagino además que la pandemia te ha trastocado los planes, como a todos.

La novela ha ido muy bien aquí en Irlanda, particularmente entre los miembros de la comunidad nacionalista. Ha sido realmente alentador ver cómo estimuló conversaciones sobre la cultura y la historia unionista con la que crecí y la forma en que les gustaba aprender más sobre esta parte de la historia de nuestro país. Mientras contemplamos la posibilidad de una encuesta fronteriza sobre una Irlanda Unida en los próximos años, creo que es extremadamente importante que sigamos comunicándonos y descubriendo todo lo posible sobre las diversas experiencias que conforman la Irlanda contemporánea. Fuera de Irlanda, resuena mejor en países que tienen un historial de conflictos y cierta comprensión de una sociedad formada por diversas identidades. Debo decir que los lectores en español han sido los más entusiastas con los que me he encontrado hasta ahora. Sobre lo que estoy escribiendo, ahora mismo estoy haciendo las últimas revisiones de mi próxima novela, ambientada en el condado rural de Antrim, en 1993, cuando comienza el proceso de paz. Se llama No Promised Land y se publicará en febrero de 2022. Inicialmente estaba previsto que se publicara este verano, pero lamentablemente la pandemia ha alterado estos planes.