Aunque sus autores lo nieguen, e incluso esgriman pruebas contundentes al respecto, el sexto y último disco de la extraordinaria pareja musical compuesta por Richard y Linda Thompson ‒integrantes de la flor y nata del folk británico de los 70 y protectores de Nick Drake‒ sigue siendo considerado uno de los grandes discos de separación de la historia del rock. No es raro que no se les dé vela en este entierro: los autores de algunos de los mejores especímenes de este curioso minigénero suelen negarlo todo, una y otra vez, con la necedad de amantes infieles pescados in fraganti. Si no, pregúntenle a Dylan, que aún hoy sostiene contra viento y marea ‒contra el idiot wind, digamos‒ que Blood On The Tracks es un homenaje a los cuentos de Chéjov. Y también sigue encontrando coartadas Calamaro para negarle dicha cualidad a su enorme Honestidad brutal.

Pero Richard y Linda tienen un detalle contundente a favor: es verdad que los temas que terminaron en Shoot Out The Lights habían sido compuestos ‒e incluso grabados, en una versión luego descartada‒ dos años antes de que la pareja atravesase una de las separaciones más públicas del rock anglo durante los 80. Pero, como suelen aceptar los que las hacen, las canciones lo saben todo antes que nadie. Y los ocho temas de este disco que finalmente fue vuelto a grabar y editado en 1982 ‒a punto de cumplir cuatro décadas, y que ahora se puede encontrar fácilmente en las redes‒ están protagonizados por amantes insatisfechos y parejas que se deshacen, y también cuentan historias de muerte y violencia, con títulos como “No reniegues de nuestro amor”, “¿Ella saltó o la empujaron?” y “Caminando sobre un hilo”. “Terminó siendo la banda de sonido para una telenovela elaborada”, sintetizó Joe Boyd, su productor. No ayuda el hecho de que en la portada los Thompson no aparezcan juntos. Richard está sentado solo ‒¡y sonriendo!‒ en la esquina de un cuarto con el empapelado resquebrajado, mientras de la pared cuelga un retrato de Linda. Pero también hay una explicación para esto: por entonces ella estaba embarazada, así que se negó a ser fotografiada. Cuando llegó el momento de la sesión para la tapa, mandó su retrato preferido y dijo “cuélguenlo de la pared”. Y eso hicieron. Para lo que no hay ninguna explicación, excusa ni coartada es para el hecho de que Linda recién había dado a luz cuando Richard le anunció que se iba con otra, y que por lo tanto su pareja había terminado. Y es aún menos explicable que, a pesar de semejante novedad, decidieran hacer igual la pequeña gira norteamericana preparada para acompañar la edición del disco. La pareja ‒o flamante expareja, en realidad‒, que ha mantenido buenas relaciones durante todo este tiempo (incluso el año pasado ha salido a dar entrevistas por la edición de una caja con toda su obra, que también se encuentra en línea), cuenta en la biografía que escribió el periodista británico Patrick Humphries sobre Richard que la bautizaron como The Tour from Hell ‒la gira del infierno, o sea‒, porque Linda se la pasó deprimida y borracha, destruyendo camarines en ataques de furia contra su marido y contra el fin de su vida tal como la conocía. Y, al mismo tiempo, robándose el show arriba del escenario, cantándose todo, mientras le pateaba los tobillos a Richard durante sus solos de guitarra. Un comportamiento ciertamente poco habitual en un dúo que hasta entonces se había comportado arriba y abajo del escenario con la clásica mesura británica. Seguramente esa explosión en público haya sido en gran parte la responsable de que el disco ocupara semejante lugar en la memoria de los cronistas de la época, al punto de que la revista Rolling Stone lo incluyera en el top 10 de sus discos de los 80. Aunque también haya ayudado el descubrimiento, por parte del rock norteamericano, del inmenso guitarrista que fue, es y siempre será Thompson, quien había comenzado a destacarse en el grupo Fairport Covention. “Creía que ya nadie hacía eso con la guitarra en un disco”, llegó a decir en su momento nadie menos que Lou Reed.

Eso sí, el tema que da nombre al álbum se desmarca, al menos literalmente, de toda esa historia. Porque fue compuesto por Thompson ‒durante mucho tiempo él y Linda fueron devotos musulmanes‒ en referencia a la invasión de Afganistán por la Unión Soviética. Sin embargo, la bronca contenida más allá de cualquier hecho puntual está ahí, estallando en cada verso, cada estribillo, cada solo de guitarra. Las luces apagadas, las ventanas cerradas. Tal como se sufre en los barrios de la clase media británica. “Dejá bajas las persianas /ah, dejá el dolor dentro”, canta el buen Richard, mientras Linda le patea los tobillos y su separación se hace disco, aun cuando miren para otro lado y estén convencidos de que hablan de otra cosa.