Hacia finales de la década del 60 (o más bien desde el Sgt. Pepper’s, la aparición de Jimi Hendrix, del blues rock y toda la psicodelia), un sector de la juventud uruguaya y varios conjuntos musicales locales comenzaron a apropiarse de un perfil estético que incluía componentes sociológicos e ideológicos influenciados, de una manera u otra, por las diversas revoluciones culturales, artísticas y sociales ocurridas durante los 60. Ya no se trataba solamente de hacer música para bailar y divertirse. Por el contrario, ese nuevo rock quería embanderarse con una perspectiva contracultural. La mirada seguía puesta en el norte, y en momentos en que los rostros de los artistas se conocían apenas por las fotos que salían en las carátulas de los discos o en la revista argentina Pelo, la película Woodstock tuvo un enorme impacto desde el mismo día de su estreno, el 8 de octubre de 1970, en el cine 18 de Julio. En particular, la espectacular actuación de Santana abrió la cabeza de los rockeros ortodoxos, que comenzamos a aceptar las virtudes de una propuesta que el pionero El Kinto había inaugurado algunos años antes.
Entre los eventos musicales desarrollados en Uruguay durante esta etapa de transición podemos destacar el Segundo Concurso Nacional de la Música y la Canción Beat, que fue organizado conjuntamente por la radio Ariel y el diario Acción. De hecho, los artífices de la idea habían sido Gastón Ciarlo Dino y Alfonso López Domínguez (futuro representante de Tótem y de Psiglo), quienes trabajaban en Ariel y Acción, respectivamente. Y esa idea significó un desafío monumental. En efecto, el certamen proponía la realización de 19 concursos en paralelo, para luego pasar a una etapa final de carácter nacional con los artistas seleccionados en cada uno de los departamentos del país. Sobre la primera edición, realizada en febrero de 1970, decía López Domínguez: “Lo primero que había que hacer en aquel momento era darles una oportunidad a los músicos uruguayos con sus conjuntos tal cual estaban constituidos. Iban a tocar música en inglés, es cierto, pero no podíamos hacer todo de una sola vez. Lo primero que hicimos, entonces –mejor dicho, lo primero que hizo Dino, y nosotros acompañamos–, fue asumir al músico joven uruguayo en su calidad de intérprete: salimos a defender a los intérpretes nacionales. Para la siguiente edición Dino cambió de estrategia. Por un lado, en la convocatoria se habló de forma más enfática sobre la importancia de interpretar temas propios y en nuestro idioma. Por otro, se abrían tres categorías: Beat (léase rock), Beat Latino (beat melódico o pop) y un tercer género que por primera vez en la historia se incorporó a un evento de este tipo: el candombe beat.
“Salto, la naciente capital del poder joven”, expresaba el titular de la página 10 del diario Acción del lunes 4 de enero de 1971, confirmando así que la etapa final del Segundo Concurso iba a realizarse en el Parque Harriague de la ciudad de Salto. Mientras se desarrollaban las etapas previas en la capital departamental (que fueron transmitidas por emisoras locales), la compleja organización para la final en Salto fue avanzando con alto grado de eficiencia. Los músicos, el jurado, los organizadores y los técnicos serían trasladados desde sus respectivos lugares de origen, se alojarían en carpas y en el hotel Los Cedros, y comerían en el liceo piloto de Salto. La Intendencia de ese departamento se haría cargo de los premios, mientras que Radio Cultural de Salto, desde un mes antes, venía retransmitiendo las finales departamentales y el programa La tenaza, de Dino. Aprovechando el bosque natural del parque Harriague como telón de fondo, se construyeron tres escenarios adyacentes, equipados con la marca nacional Schaffner, con el objetivo de tener en simultáneo a una banda desarmando, otra tocando y una tercera armando.
Al llegar el día previsto, el viernes 12 de febrero de 1971, la ciudad ya se había visto invadida por centenares de pelilargos muchachitos (hagan la cuenta: tres grupos y tres solistas por departamento, si hablamos sólo de los músicos), situación que generó algunas reacciones que, por suerte, no tuvieron mayores consecuencias. Se estima que al Harriague llegaron entre tres y cuatro mil personas, que fueron testigos de dos jornadas maratónicas, ya que, además de los concursantes, participaron también como invitados Los Honkys, de Melo (ganadores de la edición anterior), Psiglo, Opus Alfa, Cold Coffee (los tres haciendo todavía versiones en inglés), Sicosis, Las Sandías, Génesis y Tótem, que acababa de debutar un mes antes. Ya sobre la madrugada del domingo llegó la decisión de un jurado integrado por los emblemáticos comunicadores Elías Buchalter, Eduardo Nogareda, Carlos Martins, Esteban Leivas y Hamlet Faux. Los ganadores fueron Los Rítmicos, de Paysandú, y Manzana, de Salto (grupos de candombe beat), Pasado y Presente (grupo beat) y Leo Martínez (solista beat), ambos del departamento de Canelones, Julián, de Montevideo (en beat latino), y Carlos Pajarito Canzani, de Río Negro (solista de candombe beat), talentoso pibe de 18 años que a partir de allí fue estimulado para comenzar su carrera solista en Montevideo. Los ganadores “absolutos” del festival fueron Sing Spiel (grupo maragato integrado por quinceañeros) y Leo Antúnez como solista, un decidor casi punk de poemas y textos durísimos, incluida su versión apócrifa del Padrenuestro.
No faltaron algunas expresiones en la mejor onda flower power, como la de algunos jóvenes que bailaron semidesnudos alrededor de una enorme hoguera. De todos modos, está claro que no fueron tres días, ni corrió LSD, ni se experimentó el amor libre, ni se hizo una película. Más aún, casi no se conservaron fotos. Sin embargo, esta versión casera de Woodstock se constituyó en un evento bisagra, en una vuelta de página en la historia del rock en Uruguay. Al regreso de Salto, ni Psiglo ni Opus Alfa fueron lo mismo. Tampoco fueron lo mismo músicos u organizadores, periodistas o comunicadores. Además, el efecto multiplicador a nivel nacional producido por la cadena radial se vio acrecentado por todos aquellos que volvieron a sus respectivos departamentos entusiasmados e impactados. Entusiasmados por la experiencia e impactados por haber presenciado la actuación de muchas de las bandas uruguayas más afiatadas del momento. Y, tal vez lo más importante, la experiencia aceleró la concientización en lo referente a componer y cantar en nuestro idioma, fortaleciendo al mismo tiempo la posibilidad de gestar una movida que amalgamara las sensibilidades compartidas. Y efectivamente, así ocurrió. Pocos meses después se alcanzó una masa crítica de artistas, recitales, grabaciones de discos y programas de radio que permitió conformar un fenómeno con las características mencionadas, que pasó a ser conocido como el “movimiento de rock uruguayo de los primeros 70” (1971-1974).
Al Festival de Salto también concurrió Daniel Ripoll, director de la revista Pelo. Ripoll quedó tan entusiasmado con la propuesta de Tótem que no solamente lo invitó al B. A. Rock II, sino que logró que el sello argentino Trova editara en la vecina orilla el primer LP del grupo. Dos joyitas que también están cumpliendo 50 años: los discos Tótem y Musicasión 4 ½, que incluye grabaciones realizadas por El Kinto entre 1966 y 1969. Chapeau, Carlos Píriz, por tu técnica de grabación de Tótem (y tantos otros), contando solamente con un grabador de cuatro pistas en los estudios Ion de Buenos Aires. Y por haber conservado y finalmente publicado esas cintas de El Kinto.