El 11 de diciembre de 2020 falleció Dina Díaz (que a veces firmaba con sus dos apellidos, Díaz Maynard) a los 88 años. Como suele pasar con demasiada frecuencia cuando muere alguien a tan avanzada edad, gran parte de su historia se fue con ella. Su larguísimo involucramiento con la cultura se prolongó por 70 años, pero siempre con bajo perfil, siempre casi en silencio, siempre fuera de los carriles centrales. Porfiada e incansable, Dina Díaz, ya sea como escritora, editora, docente o tallerista, fue armando paso a paso y a mano limpia su propia historia. Y ya se sabe cómo se paga ese tipo de decisiones: con silencio, desconocimiento y olvido.

Para recordar a Dina no funciona buscar en media docena de libros más bien delgados, ni en alguna nota periodística (si es que existen). Hay que buscar gente y preguntar por ella. Lo que queda de la memoria de Dina no está en su obra, sino en el recuerdo de quienes la conocieron.

Dina nació el 28 de enero de 1932 en Montevideo. Su hogar era uno de gente cultivada, y desde niña se vio involucrada con la literatura.

Rodrigo Fló (artista, diseñador, hijo de Dina Díaz y Juan Fló): Dina contaba que en casa de su padre, Spencer Díaz, se daban tertulias donde iban escritores, entre otros Felisberto Hernández, y que ella asistía como observadora tolerada con 15 años.

En 1951 aparece el primer número de la revista Mito, un típico producto de la generación del 45 llevado adelante por Dina, que figuraba como redactora responsable con la dirección de su casa en Avenida Brasil. En el consejo de redacción de seis miembros estaba María Luisa Torrens. Aunque la revista se anunciaba como bimensual y ofrecía suscripciones anuales (a cinco pesos) sólo llegaron a publicarse dos números, en setiembre/octubre de 1951 y enero/febrero de 1952, con ilustraciones de tapa constructivistas obra de Julio Alpuy.

Rodrigo Fló: Rehacer la historia de Mito es muy difícil, no quedan testigos ya.

Mito mezclaba poesía, prosa (cuentos y una novela por entregas que quedó trunca) y ensayo. Entre otros autores, incluyó textos de Amanda Berenguer, José Pedro Díaz, Emilio Oribe y José Bergamín, quien tuvo una fuerte influencia en la formación de Dina y de muchos de sus contemporáneos mientras vivió en Uruguay, entre 1947 y 1954.

Además de los autores uruguayos, en Mito se publicaron traducciones de Karl Jaspers y de Rainer Maria Rilke. Y en ambos ejemplares, textos de la propia Dina, poemas en el número 1 y un relato en el número 2. Probablemente hayan sido sus primeras publicaciones, aunque al igual que con los detalles sobre el origen de la revista y sus relaciones con los autores e implicados, es casi imposible decirlo con seguridad. Es parte de esa historia que se llevó consigo.

En 1954 se radicó en Flores para dar clases de literatura en el liceo de Trinidad. Se relacionó con Mario Arregui y Gladys Castelvecchi. Vivió allí hasta 1961.

Rodrigo Fló: En Trinidad escucha una historia que tiene presente durante años, y que es en gran medida el origen de Una ventana para el pájaro, su primera novela, que llevó un largo proceso creativo.

Luego de su pasaje por Flores hay un hueco informativo de dos décadas, difícil de llenar.

Álvaro Díaz Maynard (hermano de Dina): Amigas o amigos de la época del 60 o del 70... supongo que no quedan muchos sobrevivientes; su muy íntima amiga Teresa Barrán falleció hace un par de años. Mi profesión de ingeniero agrónomo y mi posterior condición de perseguido político me llevaron a estar lejos del resto de la familia. Viví en Paysandú de 1966 a 1973 y en Rocha de 1993 a 2003, y estuve exilado con varios destinos de 1974 a 1985. No seguí, pues, de cerca su carrera literaria, salvo con la lectura de algunas de sus obras. Sí tengo presente que en particular me gustó Una ventana para el pájaro, y que también por su opinión y consejo leí muchas novelas, desde Faulkner, Conrad o Proust hasta novelas policiales varias, de las cuales ambos éramos fieles seguidores. Los contactos directos con Dina fueron sobre todo durante mi estadía en Argentina, cuando ella se dedicaba allá a los negocios inmobiliarios junto a su marido de entonces, Luis Vignolo.

Rodrigo Fló: Dina vivió en Buenos Aires desde comienzos de 1973 a 1985. Se fue de Uruguay por motivos varios, fundamentalmente por razones vinculadas a la situación económica de su familia en ese momento, y a la posibilidad de trabajo que se le presentó a Luis Vignolo, con quien estaba casada en ese entonces.

Culturalmente, para ella lo más destacable de ese período fue que publicó en Rosario (Argentina) su primer libro de poesía, De los modos del morir, en la colección “ediciones el lagrimal trifurca”, del poeta y editor Francisco Gandolfo.

Elvio E Gandolfo (escritor, periodista, hijo de Francisco Gandolfo): La revista el lagrimal trifurca, que publicábamos con mi padre, Francisco, en Rosario, dejó de aparecer en 1974. Sin embargo, las ediciones de libros y plaquetas de poesía siguieron apareciendo durante mucho tiempo. Mi padre era dueño de una pequeña imprenta, y tenía un cuidado artesanal para las ediciones. Uno de sus rasgos era que incluso los libros cuya edición el autor debía pagar sólo los publicaba si su poesía le gustaba; si no, no. No se dedicaba sólo a los autores de la ciudad o la provincia de Santa Fe, sino también de otras provincias. Una de las elegidas fue Dina Díaz, cuyo libro De los modos del morir editó en 1986. En ese entonces hacía ya diez años que yo vivía en Uruguay. Aunque no lo recuerdo ahora, puedo haber sido quien le dijera que mi padre podía ser su editor e impresor. Fuera como fuese, me cuesta fijar una fecha, porque Dina tenía una personalidad a la vez dulce y firme, dotada también de un humor minucioso, y el bienestar desdibuja las exigencias nítidas de las cronologías. Encontrarla era un lujo, y a ella la había impactado mucho el tratamiento de mi padre. Nunca me fastidió que la gente me subrayara que yo era tratado con bondad y buena onda porque era hijo de mi padre, a quien le enviaban cariñosos saludos. En el caso de Dina Díaz, los muy breves encuentros a lo largo de las décadas siempre nos ponían contentos a los dos. Me bastaba verla, en la calle o en una presentación, para dirigirme hacia ella con una sonrisa (al igual que ella hacia mí): empezaba un buen momento. Tengo media docena de metáforas para referirme, por dentro, al trato con alguien. En el de Dina, me decía que seguramente era una de esas treinta y pico de personas que según la Biblia impedían que Dios, en un momento de mal humor y por sus muchos pecados, barriera Montevideo a sangre y fuego.

De regreso en Montevideo, Dina comenzó una de las actividades a las que más se dedicaría en las siguientes décadas, y tal vez a través de la cual llegó a influir en más personas: los talleres literarios.

Pablo Scasso (escritor): Tendría que ser muy fácil escribir sobre Dina. Pero me cuesta mucho referirme a una persona que día a día recuerdo no sólo por ser una amiga de muchos años, por su sensibilidad de poeta, la inmensa bondad que, junto a una inteligencia poco común, la hacían una docente brillante. Sus orientaciones literarias eran precisas y elegidas con sabiduría. Quedaría complacido si estas palabras al menos tuviesen el sentido del agradecimiento total. Las gracias absolutas a Dina. Siempre recordaré las sugerencias y consejos respetuosos y lúcidos a cada uno de los talleristas. Por eso Dina seguirá presente todas las mañanas cuando me siente en mi sillón a escribir o a leer. La conocí en 1987 y, luego de una breve charla telefónica, me alentó e invitó a que concurriese a su taller, dado en aquel entonces en su casa de la rambla. Más allá del inicio de una amistad que me honró, a partir de aquel año tuve la suerte de encontrarme cada semana con su bondad, maestría y vastísima cultura. Por eso no puedo dejar de emocionarme cuando recuerdo esa etapa de mi vida junto a una profesora que más que alentar y orientar a cada uno de los talleristas, hizo que no pudiésemos vivir sin la creación cotidiana, no pudiésemos vivir sin la literatura. Allí donde estuviese su taller (en su casa de la rambla, luego en Libertad Libros, en la cAsa de los escritores y, por último, en su apartamento de Germán Barbato), Dina brindaba hospitalidad y enseñanza con la sabiduría de la sencillez, cosas que en general no abundan en estas lides de carácter literario… Por eso no me es fácil no emocionarme. Ella quedará en mi memoria como la gran profesora de Literatura, además de mujer sensible y de bajo perfil en el ambiente literario uruguayo. Sólo resta darle las gracias. Gracias, Dina, estés donde estés.

Durante el resto del siglo Dina continuó con sus actividades culturales dispersas, fragmentarias, periféricas. Publicó un segundo libro de poesía (Desde este lugar otro, Ediciones de la Banda Oriental, 1991) y continuó jugando su papel de marginal de las letras.

Gustavo Maca Wojciechowski (editor, escritor): Con Dina compartimos jurado junto a Washington Benavides, en el concurso de poesía de la Intendencia de Montevideo de 1997. El libro ganador fue Serpiente, de Sergio Altesor. Recuerdo claramente la responsabilidad y seriedad de su trabajo, muy precisa y meticulosa en su análisis, argumentando con tanta pasión como respeto para sus compañeros.

Ya en los 2000 se acercó a la cAsa de los escritores, recientemente fundada. Terminaría mudando allí sus talleres, y siendo presidenta de la institución entre 2008 y 2009.

Diego Cubelli (escritor, directivo de la cAsa de los escritores): En 2011 Dina Díaz publicó la novela No cambies nada de lugar. Para resumir se puede decir que su trama se basa en el relato de una familia que vive en una casa en continua construcción. Siempre me interesó vincular de forma muy libre dicha novela con la propia construcción de nuestra cAsa. Dina fue presidenta durante los años 2008 y finales de 2009. Antes y después fue una socia activa y comprometida con la institución. Integró jurados de concursos, fue miembro de una importante comisión asesora destinada a aconsejar sobre diferentes ámbitos de la asociación y llevó adelante su taller literario, tal vez el mayor aporte en esos años. Como presidenta estableció líneas de trabajo que hasta hoy nos siguen ocupando, principalmente nuestra relación con los creadores literarios del interior y exterior del país. Nunca dejó de apostar por la integración y el trabajo en conjunto para visibilizar la problemática del sector. En el trato personal siempre estaba ocupada en que la gente hiciera cosas. Recomendando talleres, lecturas y deslizando también finos comentarios sobre lo que no era de su agrado. Bajo una actitud exterior que muchas veces se podía ver como dura, había una mujer cálida y de un humor negro y corrosivo.

En sus años en la cAsa de los escritores Dina amplió su ya variado abanico de conocidos y amigos, y en algunos casos, porque esto es Montevideo, se reencontró con gente de ámbitos antiguos e insospechados.

Mercedes Rosende (escritora): La mujer que 30 años después conocí en la cAsa de los escritores era la misma que yo recordaba de las fiestas de la escuela Grecia, de las interminables maratones de canciones patrióticas y bailes telúricos en las que mirar a aquella hermosa señora, la madre de Fló, era una de las pocas distracciones. Con mis amigas comentábamos el color de sus ojos, lo lindo que llevaba el pelo, la mirábamos allí sentada con una expresión que recuerdo levemente aburrida. Y 35 años después Dina Díaz y yo coincidimos en la cAsa, fuimos buenas compañeras, leí algunos de sus libros antes de que salieran, ella leyó alguno de los míos cuando sólo eran archivos de Word. Imprimía los textos que le mandaban y usaba un temible lápiz rojo, blando y grueso, para señalar errores o párrafos que no le gustaban o ideas con las que no estaba de acuerdo. Porque Dina tenía un lado oscuro: era implacable con la mala literatura. Cuando le dabas algo a leer temblabas pensando en la futura devolución, soñabas con anotaciones y subrayados, con los trazos rojos y gruesos sobre las hojas impresas. No publicó mucho, pasaban años entre un libro y otro, seguramente porque con ella misma, especialmente con ella misma, usó demasiado el maldito lápiz rojo.

Mientras seguía involucrándose en las actividades de la cAsa, Dina tomó otra decisión: comenzar con su propio sello editorial.

Rodrigo Fló: Letradura es el resultado de la necesidad de publicar su obra y abrir un espacio editorial para otros escritores. Presentó en algunas ocasiones sus textos en editoriales locales, pero la desanimaron los plazos largos, las respuestas ambiguas y la propuesta de que se hiciera ella cargo de los costos de la edición. Se propuso entonces publicar sus textos; tenía disponible un diseñador para dar forma gráfica al proyecto, existía un buen vínculo con la imprenta Mastergraf, había elegido un nombre para su editorial y tenía muchas ganas de hacerlo.

Pablo Scasso: Un día se nos ocurrió fundar un sello para publicar los trabajos del taller, al que denominamos Letradura ediciones. Así, con la supervisión de Dina, muchos publicamos nuestros primeros libros.

En su propio sello, entonces, publicó en 2005 Una ventana para el pájaro, basada en aquella historia que había escuchado en Trinidad 50 años antes. A este libro le siguieron No cambies nada de lugar (2010), Hombrecillos hombrecillos comportarse (2012) y La ballena de Jonás (2014).

También en la cAsa de los escritores conoció a Melba Guariglia, con quien cultivaría una larga amistad y una relación editorial bidireccional.

Melba Guariglia (escritora, editora): En 2006 decidí iniciar mi oficio de editora planificando dos primeros libros para ese año, dentro de la utopía por la que he encaminado mi vida. Sin disponer de recursos económicos, mi idea era dar a conocer poetas y poesía, pero sobre todo aquella que no tiene o tiene escasa difusión, por lo que pensé en primer lugar en Teresa Porzecanski, más conocida por su narrativa, y en Dina Díaz, casi desconocida, dos mujeres valiosas en la literatura uruguaya contemporánea. Cuando di a conocer mi proyecto a ambas, me dieron su total solidaridad y apoyo. A partir de allí, tuve la oportunidad de conocer a fondo la poesía de Dina. El libro editado por Ático en 2006, tercer poemario de Dina Díaz, entonces, se convirtió en Sospechas y silencios, y reúne poemas de dos libros anteriores agotados, ligeramente reformulados, más poemas desconocidos hasta ese momento. Continuando nuestro intercambio literario, corriendo el riesgo de que “el mundo quede sepultado bajo una hojarasca de decires inútiles”, me edita [en su sello Letradura] La furia del alfabeto, mi único libro de cuentos o des-cuentos, como di en llamarle. (Fragmentos de una lectura realizada durante un homenaje a Dina Díaz en la cAsa de los escritores, 12 de marzo de 2020.)

Los talleres en la cAsa continuaban, y Dina seguía sumando aprecios y agradecimientos.

Silvia Carrero Parris (escritora): Me puse a revisar los cientos de mensajes que intercambiamos con Dina Díaz durante el período en que tuve el placer de asistir a su taller, pensando en el mejor modo de contar alguna anécdota que la mostrara tal como yo la vi, como fue para mí. Lo hice porque lo que siento por Dina, y ahora por su ausencia, precisaba, para ser mostrado, algún ejemplo que le diera carnadura a esa mujer que me dio en el momento oportuno su mejor abrazo. Leí, con esa intención, cientos de mensajes, que no sólo estaban destinados a mí, porque muchos correspondían al intercambio en el marco del Taller de apreciación de la lectura que desarrolló en la cAsa de los escritores. En ese taller ella nos enseñó a leer más allá de la mera mecánica aprendida en la infancia. Nos enseñó a desentrañar esa cosa maravillosa que viene en cada libro, destinada a cada lector, y distinta para cada lector. Nos enseñó cómo completar la obra literaria; construirla en conjunto con el autor salvando épocas y territorios. Crear, por decirlo así, el acto artístico que conlleva el hecho simple de leer. Releí y disfruté esos mensajes, todo lo que me trajo ese ejercicio, y descubrí que más allá de esa reconquista de memorias un poco perdidas entre tanta agua pasada, no sirvió para cumplir el objetivo que me propuse, porque las anécdotas que tengo son demasiado personales y las que no lo son, seguro habrá quien las cuente, porque fuimos muchos y fieles los asistentes a su taller, muchos y fieles los que respaldamos su trabajo en la cAsa durante su presidencia. Dina fue una mujer que escribió desde el limbo de los ignorados, y fue grande al escribir.

A medida que pasaron los años, y luego de esa ráfaga de actividad de 15 años, Dina comenzó a sentir el peso del deterioro de su salud, y a retirarse de a poco y en silencio. Fue una mujer idolatrada por quienes la conocieron, aunque ferozmente desconocida por la inmensa mayoría del mundo literario local y, claro, por los lectores.

Melba Guariglia: Su trabajo literario no ha sido suficientemente considerado, ya que se trata de una escritora con un talento visible en el desarrollo de su obra, algo levreriano o felisbertiano, con vestigios de una también olvidada Armonía Somers. Hay un gran número de escritores y escritoras que continúan ocultos en la zona de indiferencia dentro de la literatura nacional, algunos de ellos debido a ausencias prolongadas por el exilio mientras en el país dominaba el poder de la dictadura, o tal vez por eso mismo, y muchos otros a causa de la escasa crítica literaria que no apuesta a visualizar trabajos y textos realizados con rigor en el país, muchas veces privilegiando los de afuera, por lo que pasan inadvertidos, diluidos en los márgenes. La literatura de Dina Díaz es original, pues combina con excelencia la imaginación creadora de las más feroces sustancias con un humor irreverente que la hace extrañable, al mismo tiempo entrañable en cuanto a la forma de hacernos sentir parte de esa misma extrañeza y hasta reírnos de ella.

Con la muerte de Dina Díaz no sólo desapareció gran parte de su historia. También se fueron las posibles respuestas a muchas preguntas que no llegaron a hacerse a tiempo. Faltó esa larga entrevista que recorriese su vida y su obra, que buscara contestar interrogantes tan misteriosas como por qué no llegó a ser parte de la Generación del 45, de quien fuera tan cercana. O por qué ese bajo perfil, ese recato, esa imposibilidad de acceder a ediciones durante 30 años, por qué nunca ganó premios (¿acaso se presentó a alguno?). Por qué ese buscar refugio entre colegas, esa aplicación feroz del “temible lápiz rojo” a su propia obra, ese acumular textos inéditos, esa vocación firme, testaruda y hasta valiente de ser una outsider en la cultura de su propio país.

Melba Guariglia: Dina tenía un fino humor y solíamos reírnos de nosotras mismas en una complicidad que nos unió por medio de la cAsa de los escritores, donde nos apoyamos mutuamente. Era una gran escritora y me confiaba sus relatos antes de publicarlos; todavía conservo algunos inéditos, de los cuales me pedía romper las versiones anteriores que no había corregido. Tenía un mundo fantástico que no llegó a recorrer totalmente porque nadie le daba pelota.

Dina Díaz ya no está. No se puede decir que no haya trabajado, que no haya cumplido su deber con las letras, que no haya creado una obra. Pero en silencio, discreta como era su costumbre, se fue, y no la apreciamos como merecía, no la leímos lo suficiente, no nos percatamos de su presencia. Y ahora, la perdimos para siempre.

Melba Guariglia: En los últimos años ya no podía hablar claramente y me consta que por pudor y hasta por propia decisión decidió dejar de hablar. Sin embargo, en marzo, cuando la vi, cuando ya no caminaba ni hablaba, le dije al oído que sabía que ella podía hablar aunque no quisiera. Y muy bajito me dijo: “No lo cuentes”.