Muchas veces pasa que la música montevideana se confunde, equivocadamente, con la música uruguaya toda, y así las orquestas tropicales del interior son dejadas en segundo plano y muy pocas veces se las destaca en su justa medida. En los últimos años, con propuestas como las series Memoria tropical, de Aldo Garay (TV Ciudad, 2017) o Historia de la música popular uruguaya, de Juan Pellicer (TNU, 2009), a las que se suma el hecho de que la composición del público montevideano ha cambiado y muchos jóvenes provenientes de otros departamentos se han instalado en la capital, esas carencias se han salvado bastante. En este contexto, no debería extrañar que se diga que Carlos Chacho Ramos es una figura imprescindible para entender los últimos 30 años de tropical uruguaya, y que a pesar de eso su obra todavía no ha sido destacada en su justa medida.
Oriundo de Casupá, Florida, pasó por orquestas menores como Sonido Mackenzie, La Flota y Cenizas, para desembarcar luego en una de las charangas más importantes, la artiguense Mogambo. Ya en 1995 fundó –en Sarandí del Yi, junto a su compañero Guillermo Píriz– Sonido Caracol, que se transformaría, no sin atravesar un camino de indiferencia al principio, en una orquesta de gran importancia. En los últimos años, luego de abandonar Caracol, fundó Calipso, cuya propuesta es cien por ciento responsabilidad suya, y después desarrolló una carrera decididamente solista junto a su orquesta, Los Amos del Swing. Con esta formación acaba de publicar Muy personal, un disco que es una muestra clara de una carrera destacada, y de las particularidades que lo llevaron a ese destaque.
La trayectoria de Ramos tiene muchos méritos, pero uno de los más importantes, y quizá de los menos reconocidos, tiene que ver con la amplia gama de ritmos tropicales que versiona. En su repertorio es posible encontrar salsas, plenas, sones cubanos, cumbias colombianas, y otros géneros tropicales que lamentablemente son muy poco revisitados en la tropical uruguaya, como por ejemplo el vallenato. Este es un rasgo destacable a favor de Ramos, porque interpretar un género como el vallenato, con su cadencia, su forma de tocar, su forma de cantar, extrapolar esa expresión, sacarla del contexto colombiano y lograr que funcione en Uruguay, manteniendo la esencia original, no es algo sencillo, y da cuenta de su talento como músico y cantante, y del de la orquesta que lo acompaña.
En “Eres mi obsesión”, del acordeonero y compositor barranquillero Sergio Amaris, logra captar a la perfección el estilo vallenato, principalmente en lo relativo a la interpretación vocal, pero es en “Nadie como yo”, del compositor guajiro Aurelio Yeyo Núñez, y en la versión del clásico de Diomedes Díaz “Tu fiesta” donde consigue algo mayor: la fusión ideal entre la esencia del sonido vallenato con la cumbia que tradicionalmente ha hecho Ramos en sus distintas agrupaciones. También lo consigue en otras canciones del disco y es un gran mérito. En “Vida parrandera”, uno de los éxitos de la familia Varela Miranda, todo comienza como un son tradicional cubano, para luego fusionarse con la rítmica de la cumbia y convivir ambas vertientes durante todo el tema.
Lo que Ramos parece rescatar de estos géneros, más que el potencial de mercado o la popularidad, es su carácter folclórico y comunitario, es decir, la forma en que estos ritmos son vehículos de transmisión de saberes, historias, memoria y tradiciones. Se dice que lo que destacó a Caracol fue su capacidad para contar historias, y de alguna forma ese rasgo de los ritmos folclóricos latinoamericanos también está presente en la etapa solista de Ramos y en este disco. Ese rasgo que lamentablemente la tropical montevideana ha perdido un poco, salvo por excepciones como Rolando Paz, Chato Arismendi y Martín Quiroga.
Hay espacio para la cumbia romántica de tempo lento, cada vez menos presente en los repertorios de la tropical uruguaya, como en el caso de “Para que un día vuelvas”, “Detrás del disfraz” y “Malos momentos”; de canciones con el sonido típico de los grupos de Ramos, como “Dame dame”, cuya autoría pertenece al propio Ramos, y de clásicos como “Sol negro”, un verdadero himno de la cumbia del interior y la charanga, que ha encontrado en Ramos, mejor que en cualquiera de los otros intérpretes, el vehículo ideal para volverse un clásico.
Pero también hay versiones de cumbias al estilo colombiano, como “El cumbianchero”, una tremenda versión charanga del maravilloso éxito de Oscar de León, “Detalles” y una canción con El Súper Hobby que, más que una colaboración para el disco, es un gesto de continuidad dentro de la tradición de la cumbia del interior, entre un clásico como Ramos y un nuevo sonido que mantiene lo recorrido pero integrando nuevas búsquedas, como la de la banda de Rivera. Esa intención de dialogar con nuevos artistas también puede verse en las colaboraciones con Martín Piña, Dani Mágica, Schubert Rodríguez y Ana Cecilia Riera.
Se trata de un disco muy importante para el desarrollo de la música tropical, muchas veces encerrada en la dependencia de los mismos afluentes: cuando no es la plena, es la salsa romántica, y cuando no, es el reggaetón o el melódico internacional. Aquí se demuestra que también puede ser cumbia, son, vallenato y ranchera, rescatándose así un carácter folclórico perdido. A su vez, Muy personal es un disco que confirma todo lo que la gente del ambiente de la tropical sabe de Carlos Chacho Ramos, pero que perfectamente, puede mostrar, fuera de ese micromundo, a otros públicos, incluso a los más prejuiciosos o cerrados, que se está frente a la obra de un artista de mucho valor e importancia en la historia de la música uruguaya.
Muy personal. De Carlos Chacho Ramos. Montevideo Music Group, 2020.