Este documental de cuatro episodios, que dura más de cuatro horas, es el producto cultural más extenso y costoso sobre la acusación que hizo Dylan Farrow, hija adoptiva del cineasta Woody Allen con la actriz Mia Farrow, de que su padre abusó sexualmente de ella en una ocasión, el 4 de agosto de 1992, cuando ella tenía siete años.

En 2019 publiqué en la diaria un artículo sobre el caso, que contiene un resumen de la mayoría de los aspectos más llamativos, tal como se habían divulgado hasta ese momento.

Este documental incluye elementos nuevos y otros que, quizá sin serlo, se me escaparon en aquel entonces. Resulta que los nueve hermanos sobrevivientes de Moses Farrow y Soon-Yi Previn contradicen la alegación de estos de que Mia cometió abusos contra sus hijos. Vemos fragmentos del video grabado por Mia el 5 y el 6 de agosto de 1992 en que Dylan relata el abuso, y no dejan la impresión de una niña que esté mintiendo o repitiendo una letra aprendida. La actitud de la Dylan actual con su madre sugiere un vínculo amoroso, de confianza y gratitud, que no condice con lo que supondríamos de una persona que haya sido atormentada psicológicamente para inventar una acusación que la llevaría a cruzar traumáticos años de pericias y exposición mediática.

Los realizadores dieron, además, con “una colección de más de 60 cajas con documentación [que] fue escondida en el depósito de un abogado” y que refiere al caso. Entre las decenas de fragmentos de documentos que vemos en pantalla, hay pasajes que sugieren que algunos expertos o investigadores concluyeron que las declaraciones de la niña eran consistentes y no parecían ser producto de manipulaciones.

Cuando, en 2014, Dylan publicó su primer texto sobre el asunto, se refirió a un trencito eléctrico girando alrededor del altillo en donde se habría cometido el abuso. Allen ironizó sobre ese detalle, porque no había aparecido en las declaraciones que se habían hecho públicas, y parecía el intento de dramatizar el relato con un toque morboso. Moses agregó, en 2018, que no había un trencito eléctrico en el altillo. Pues en Allen v. Farrow aparecen fragmentos de aquellos documentos de 1992 en que Dylan ya se refería al trencito y, además, hay un plano ‒parte de la pericia policial‒ que muestra el altillo e indica claramente allí la ubicación de un “tren de juguete”. Todos estos elementos debilitan la posición de Woody Allen.

Toma de posición

La película toma partido en forma ostensiva por Dylan y Mia Farrow, que funcionan como protagonistas. A saber: Dylan fue abusada por Woody, Mia no hizo más que darle crédito a su hija, apoyarla y protegerla, ambas sufrieron las consecuencias del abuso en sí mismo y de las dificultades ocasionadas por enfrentarse a un hombre poderoso y capaz de todo. Allen logró zafar de ser condenado por la Justicia y siguió con su carrera fulgurante, llenándose de dinero y prestigio. Mientras tanto, Dylan y Mia sobrevivieron como pudieron, necesariamente ensombrecidas por todo lo malo que habían sufrido. Sin embargo, a partir de 2014 Dylan asumió que era hora de manifestarse públicamente, y hacerlo le permitió empezar un proceso personal de sanación. Ella, que nunca había podido tener novio debido al trauma infantil, ahora vislumbra, finalmente, la perspectiva de una vida feliz con un marido amoroso y una hijita. Su ejemplo fue muy importante para inspirar el movimiento #MeToo, que viene brindando apoyo a víctimas como ella y que ha terminado con la impunidad de perpetradores como su padre.

La parcialidad de la película a favor del relato antedicho implica que no participaron ni Woody Allen ni Soon-Yi Previn ni Moses Farrow, es decir, las tres voces más notorias entre las que integran la “interna” de los hechos desde la facción Allen. Es más: ninguna de las personas entrevistadas para la serie sostiene argumentos a favor de Allen. Si una de estas llegó a manifestar en las entrevistas algún elemento de incertidumbre o señaló alguna cuestión que hubiera podido complicar el relato “Farrow”, eso quedó afuera del montaje. Sí aparecen algunas voces pro Allen en imágenes de archivo, todas breves, salvo las del propio Woody. Monica Thompson, una de las niñeras contratadas por Mia Farrow y activa en 1992, que atestiguó sobre el proceso de realización del video en que Mia grabó las declaraciones de Dylan (según Thompson, exhaustivamente ensayadas), no sólo no es entrevistada: no se la menciona. Tampoco se menciona a la psicóloga Nancy Coates (que atendió a Dylan y la consideró fantasiosa, sostuvo que la actitud de Allen hacia la niña no tenía nada de sexual y se manifestó seriamente preocupada por la integridad física del cineasta frente a lo que advirtió como el odio vengativo de Mia).

Uno pensaría que, a efectos de credibilidad documentalista, ante la ausencia de Woody, Soon-Yi y Moses, los realizadores cuidarían, aunque fuera, una apariencia de imparcialidad, como hubiera podido ser algún vislumbre de la otra cara de la moneda. Pero no. Se suprimió cualquier aspecto que hubiera podido teñir negativamente la imagen de Mia Farrow, con excepción de algunas de las alegaciones de Woody y Moses (ni siquiera las más escabrosas), que son, de todos modos, desmentidas de inmediato en el documental. Cuando se menciona la importancia de El bebé de Rosemary (1968) para la carrera actoral de Farrow, se omite nombrar al director, Roman Polanski (condenado por sexo ilegal con una menor). No hay referencia a la foto familiar que Mia envió a Woody cuando descubrió el caso de este con Soon-Yi; la foto estaba traspasada con alfileres y una tijera. Sí podemos leer, sin destaque en uno de los documentos reproducidos en la película, que el juez Elliott Wilk alegó, con razón, que no se puede desprender de ese “regalo” más que una expresión de dolor. Pero es un objeto espeluznante y podría haber suscitado una impresión fea, así que está omitido. Tampoco hay palabra alguna sobre la confesión de Mia, en 2013, de que Ronan Farrow podría no ser el hijo biológico de Woody, sino de Frank Sinatra. Este hecho, por supuesto, no tiene nada de malo en sí mismo (viva el poliamor), pero pega mal si consideramos que no fue traído a colación cuando Allen fue instado judicialmente a pagar un dineral de pensión alimenticia por su supuesto hijo biológico.

Las especulaciones sobre cuándo empezó la relación amorosa-sexual de Woody con Soon-Yi siempre refieren a su escolaridad: recién entrada a la universidad, o todavía en el último año del bachillerato. Nunca se menciona su edad. El hecho que se omite es que Soon-Yi siempre estuvo atrasada en su escolaridad (nacida en Corea y adoptada cuando tenía siete años, recién entonces empezó a aprender inglés, y no había tenido educación alguna antes). Por supuesto, “Woody sedujo a una liceal” produce una impresión distinta a la de “Woody sedujo a una chica de 20 o 21 años”, máxime si viene junto a insinuaciones de que la afición de un hombre mayor por muchachas muy jóvenes tiene un algo de no-normal y negativo.

Cada declaración factual de Allen para la cual existe una segunda versión es señalada y desmentida. Sin embargo, Mia dice que, luego de la separación con Woody, “Nadie quería contratarme, salvo en otros países. Me ofrecieron películas en Irlanda y en Francia. Entonces agarré cada laburo que pude. Woody me dijo que nunca más trabajaría en este país”. Queda la impresión de que, con su poder inconmensurable, él logró que todo el medio cinematográfico y televisivo estadounidense proscribiera a Mia Farrow. Esta declaración no se desmiente ni se relativiza, aun si una mera vichada a IMDb muestra que la filmografía de la actriz posterior al juicio incluye una cantidad de películas estadounidenses para cine y televisión, durante los años 90 y después.

Foto del artículo 'Narraciones extraordinarias: la disputa por la verdad en el caso Dylan Farrow'

Omisiones

Es medio desesperante que, teniendo acceso a un material al que probablemente nadie más va a tener acceso, y con los recursos económicos y humanos para dedicarse a estudiarlos, este documental pase por alto algunas cuestiones básicas que podrían despejar considerablemente varias dudas (incluso, quizá, en respaldo de la posición de los realizadores). Un ejemplo relativamente fácil es el hecho de que fueron destruidas las notas que fundamentaron el parecer ‒favorable a Allen‒ de la clínica de Yale-New Haven, dedicada a casos de abuso infantil. El director de la clínica dijo que destruir las notas, una vez concluido el estudio, era el procedimiento estándar de la institución. La película lleva a pensar que la supresión de ese material fue fomentado por Allen para eliminar evidencia incriminatoria. ¿Qué cosa más fácil que buscar dos o tres otros casos estudiados por esa misma clínica por la misma época y verificar si los estudios previos subsisten o fueron destruidos? Si fueron destruidos, es verdad que era el proceder estándar. Si no fueron destruidos, es porque pasó algo realmente raro en este caso concreto, y sería otro indicio negativo más en contra de Allen. Pero nada, silencio.

Otro aspecto que la película no aborda en absoluto, y que es crucial, es el timing de los hechos. Existen distintas versiones sobre cuánto tiempo estuvieron Woody y Dylan fuera de la vista de todos los demás en aquel 4 de agosto de 1992. Ese lapso sería la ocasión para el abuso. Las distintas versiones oscilan entre cero ‒no estuvieron a solas‒ y 20 minutos. La película se queda con la versión de los 20 minutos. En ese tiempo, se supone que las niñeras se percataron de que Woody y Dylan no estaban, los buscaron por toda la casa, una de ellas finalmente los encontró y vio a Allen en una posición sospechosa ‒con el rostro apoyado en la falda de Dylan‒. Luego de ello, Woody convenció a Dylan de subir al piso de arriba, entraron al clóset, pasaron por la puertita que da al altillo, alguien puso a funcionar el trencito eléctrico, Allen tocó los genitales de la niña, se dio por satisfecho, bajaron y volvió Mia Farrow. (Según algunos de los relatos, el lapso incluyó también la entrega de los regalos que Woody había comprado para los niños). Cualquier demostración de la culpabilidad de Allen tiene que sortear este aspecto.

El otro asunto importante y pasado por alto es el cuadro, nada estereotípico, de un pedófilo abusador cuya “carrera” como tal consistió en unos pocos minutos máximo en una única ocasión en sus 85 años de vida. Es un asunto que estaría bueno explorar, escuchar la opinión de especialistas. En vez de dar esa discusión, la película propicia una equiparación entre Allen y figuras como Michael Jackson, Bill Cosby, Polanski y Harvey Weinstein (todos ellos responsables por abusos comprobados, en algunos casos a más de una persona y por extensos períodos de tiempo). Por otro lado, el documental intenta diluir la singularidad del episodio de abuso entre aspectos que, se insinúa, integrarían un continuo cuyo punto culminante sería el abuso: que Allen desarrolló por Dylan un amor, un cuidado, un interés, que en ocasiones resultó asfixiante para la niña, y que le gustaban las mujeres muy jóvenes.

Será usado en tu contra

Mia cuenta que, cierta vez, estando en un mismo ambiente con Woody y Dylan, él de pronto se quitó vehementemente de encima la mano de la niña y le dio una palmadita. Mia preguntó por qué había hecho eso y él le explicó que la niña le había agarrado el pene. Mia mira a la entrevistadora con expresión afligida y dice que empezó a pensar por qué una niña chiquita haría eso... Queda en el aire el motivo, para que los espectadores rellenen los puntos suspensivos. Es difícil concebir una interpretación más mal pensada. Al fin de cuentas, lo que ella relata es que Woody castigó levemente a la niña por hacerlo, es decir, para que ella no lo volviera a hacer. Mia no lo había visto, fue Woody quien se lo explicó. Sin embargo, en vez de tomar la escena como un atenuante, el episodio es usado por Mia (y por los montajistas del documental) como parte de una secuencia que intenta inducir la noción de que Allen era medio depravado.

El patrón es que todo lo que dice o hace Allen, en la medida de lo posible, es usado en su contra. La secuencia del documental dedicada a exponer la forma en que en sus películas hay muchos vínculos de hombres mayores con mujeres muy jóvenes se usa en un contexto que parece buscar la extrapolación: si a él, cuarentón o cincuentón, le gusta una chica de 17, entonces sólo hay unos añitos de diferencia para que llegue a una de siete. Si la película insiste en que es la muchacha la parte más activa en ese juego del deseo, eso no se aprecia como un refuerzo del aspecto “consentimiento” (en Nueva York, 17 es la edad de consentimiento), sino como una excusa cínica para el carácter predatorio de Woody. Por supuesto, este procedimiento de buscar en los personajes de sus películas patrones que se puedan proyectar a la personalidad del autor no se usa nunca para observar que no hay escena alguna en su obra que implique una mirada sexualizada de una niña chica.

En el plazo de 11 años Allen invitó a Mia Farrow a participar en todas sus películas (12 largos y un episodio en una antología), en los que ella brilló especialmente como actriz. Pero esto se toma como una señal de que él la usó, la quería bajo su control y la guardó sólo para él. (Lo cual, dicho sea de paso, es inexacto: ella sí trabajó en algunas pocas películas para otros realizadores durante ese decenio).

El estándar, además, es doble: si Allen niega haber abusado de su hija de siete años y alega que ella fue manipulada por su madre, entonces es porque es un descarado que intenta dar vuelta lo ocurrido. Su alegación de inocencia es un factor adicional de culpabilidad, porque además de haber hecho “lo que hizo”, todavía intenta callar la voz de la víctima, condenándola a una existencia silenciada, relegada, viendo prevalecer la mentira. Ahora bien, cuando Moses y Soon-Yi salen a decir que fueron abusados por su madre, entonces esto es “obviamente” absurdo, y Mia dice que lo hicieron porque fueron manipulados por Woody Allen. Nadie ni siquiera se ocupa de limar o relativizar la contradicción, simplemente se la pasa por alto como si no la hubiera.

Cada parecer legal favorable a Allen fue obtenido debido al enorme, invencible poder del cineasta y de su “ejército de abogados”. Cada decisión contraria a Woody implica que se hizo justicia.

Estilo

Se cuenta que Allen estaba obsesionado por Dylan y la asfixiaba con una actitud enfermizamente posesiva, sofocantemente cariñosa. Esto se ilustra visualmente con una foto en la que, en una escena llena de gente, Woody mira a Dylan. (Acorde ominoso). La segunda foto muestra lo mismo. (Mucha gente pasará por alto un detalle: los otros dos niños que están ahí también la miran, porque se ve que en ese momento ella estaba haciendo algo llamativo. Además, tendemos a olvidar que quien sacó la foto también la miraba). Esta imagen es tratada con paneo y zoom en la posproducción, y el reencuadre acerca a Dylan y a Woody al centro del encuadre, mientras que empuja a los otros niños hacia la izquierda. (Colchón de acorde menor con sexta, preocupante). Luego Priscilla Gilman (amiga de la familia) dice que recordaba a Woody “parado y mirando” (énfasis inquietante en la última palabra). Se ilustra con otro video de la época, con Allen acercándose a Dylan. Ahora bien, si miramos este video de Woody acercándose, tanto Dylan como Woody se están riendo, es una escena amena, pero deja de serlo con la cámara lenta que la aleja de lo prosaico y con el acorde menor agregado de disonancias con bordón ominoso. Sigue Gilman, diciendo que Dylan le tenía miedo al padre y le pedía a ella “¡Escondeme, escondeme!”. Vemos entonces una imagen de Dylan niña, con la mano en la boca, con una expresión que podría interpretarse como susto o angustia, pero también como muchas otras cosas (máxime que la imagen dura menos de un segundo y, además, está enlentecida a aproximadamente la mitad de su velocidad original, es decir, los cineastas eligieron para ese momento una imagen que dura menos de medio segundo). Y dale con la música terrorífica.

En el capítulo uno Dylan cuenta: “Estaba siempre en su falda. Él siempre me estaba cazando”. La imagen muestra a Woody con Dylan y Ronan: ella está arriba de su muslo, y Woody le dice algo a ella en el oído. En el capítulo tres volvemos a ver el mismo fragmento de video, pero ahora se extiende unos segundos más: enseguidita de cuchichear algo a Dylan, Woody hace lo mismo con Ronan. Si en el capítulo uno se hubiera incluido ese momentito adicional, no hubiera servido para ilustrar la noción de una fijación obsesiva con Dylan.

Quizá el momento más tenebroso es cuando Priscilla Gilman refiere a “ese tipo de energía asfixiante de él” y vemos un primer plano de Woody que gira la cabeza y mira a la cámara en cámara lenta, como si rompiera la cuarta pared para compartir con el espectador sus pensamientos perversos.

Con todo ese empeño en generar una fea impresión del vínculo padre-hija, podemos concluir que no hay registros visuales que apoyen la tesis de la obsesión asfixiante. La falta de fotos y videos no implica necesariamente que la tesis sea falsa, pero ¿por qué la necesidad de fabricarlos con esos artificios? ¿Por qué la necesidad de mostrar que hay un “algo más”?

Quizá el clímax dramático de toda la serie sea una conversación telefónica entre Mia y Woody que ella grabó. Ella lo interpela, él dice algunas cosas que no quieren decir mucho, y otras que quizá quisieran decir, pero no se escucha nada porque parece haber habido alguna falla técnica. Pero ella, que sí se escucha bien, se extiende, intensa, desesperada, indignada, apabullada, y te parte el corazón. La música que suena podría haber servido para sonorizar las imágenes más horrorosas de un genocidio cruel. Pero, a la larga, ¿qué tenemos en concreto? Es la grabación de una muy buena actriz, que estaba ella misma grabando la conversación para que funcionara posteriormente como evidencia. De Woody, quien no sabía que se estaba grabando, no se escucha nada significativo. Estas posibilidades no prueban que Mia estaba siendo falluta en la conversación, o que la grabación fue manipulada para borrar la voz de él, pero estas posibilidades están demasiado presentes como para que la grabación sirva como evidencia.

Es curioso cómo mucha gente lee esta miniserie como “una exploración de cómo la narrativa puede ser manipulada y controlada por quienes tienen el poder” (cito un comentario puntual de IMDb, pero vi expresada la idea más veces). Con un mínimo de distanciamiento, el propio documental es ejemplo de una narrativa muy manipulada, en todo caso mucho más manipulada que cualquier relato verbal que haya hecho Allen, ya que lo que hizo él en sus declaraciones fue presentar una versión de los hechos, cuya falsedad puede ser evaluada en la medida en que obtengamos los datos. La forma de obrar de este documental, sin embargo, es “infalseable”, porque actúa en terrenos que no son pasibles de ser verificados. ¿En qué sentido sería “mentira” una imagen de Woody Allen en cámara lenta mirando la cámara bañado en música de terror?

A la larga, esta miniserie es un elaborado y costoso acto de bullying audiovisual. Y, además, si tener acceso a realizar un documental con un presupuesto estimado en más de diez millones de dólares y trasmitido por HBO no es “poder”, entonces no sé qué es.

Si consideramos que esta película actúa con el ejemplo, su militancia por esa forma de discutir es un regalo para que personas o instituciones con poder puedan salirse con la suya ‒porque, para las personas sin poder, el único recurso posible (y a veces ni siquiera es posible y no hay recurso alguno) sería una argumentación fundada en un contexto dispuesto a contemplar dicha argumentación‒. Si llevamos la discusión al campo que esta película ejemplifica, no gana el que tiene mejores argumentos, sino el que tiene el montajista más hábil, el compositor más manipulador y la menor cantidad de escrúpulos. Y es desolador, además, porque la película se planta del lado de un movimiento mundial importantísimo en contra del abuso infantil y del hostigamiento sexual de mujeres. Levantar la bandera de esa causa crucial de nuestro tiempo debería tomarse como una responsabilidad y no como una excusa o un escudo para recibir apoyo automático de quienes luchan por esos derechos.

Allen v. Farrow. Dirigida por Kirby Dick y Amy Ziering. Miniserie documental. Estados Unidos, 2021. HBO.