Siempre fue el músico más prolífico de Uruguay, capaz de componer un disco cuando sale a hacer mandados y grabarlo al dar vuelta la esquina, mientras espera la luz verde. Hablamos de Ruben Rada, que con 77 años lleva una treintena de álbumes de estudio en más de medio siglo de carrera, contando solamente los que publicó bajo su nombre ‒su homónimo primer disco salió en 1969‒. Pero tiene ‒como mínimo‒ una veintena más, si consignamos las bandas que integró (El Kinto, Totem, Opa, etcétera), los álbumes en conjunto (como Botija de mi país, de 1987, con Eduardo Mateo, por nombrar el más emblemático) y los infantiles (Rada para niños).

Pero no sólo es el más prolífico sino también el más ecléctico, porque no hay ningún músico en este país que haya compuesto e interpretado una variedad tan amplia de géneros como Rada. Esto suele ser un desafío para los que nos metemos en la changa de comentar discos, porque pone seriamente a prueba ‒y en duda‒ la manía del periodismo musical de colocar las canciones en las góndolas de los géneros. Rada tiene un supermercado de estilos, hay que ir para allá y para acá a cada rato. ¿Bossa nova? ¿Candombe-rock? ¿Dónde ubico esto?

Aun con ese caleidoscopio de géneros y luego de tantos años y tantos discos, el Negro siempre se las ingenia para sacar un as de la manga y grabar con total naturalidad algo diferente, que aporta un color más a su ya amplísima paleta sonora. Desde hace pocos días está disponible en plataformas digitales As Noites do Rio, un disco grabado en portugués ‒y pizcas de portuñol‒ como homenaje a su madre, Carmen, que nació en Santana do Livramento y de niña vino con su familia a vivir a Uruguay.

El disco tiene como subtítulo o segundo nombre Aerolíneas Candombe, que está impreso en la portada en un sello circular, de esos que se estampan en los pasaportes. La tapa es una añeja y tierna foto que muestra a Rada de niño abrazando a su madre. No hay mucha rosca interpretativa para darle, el disco es una vuelta a las fuentes musicales más profundas y arraigadas de Rada.

La banda con la que grabó este disco tiene como base a los músicos que suelen acompañar al Negro desde hace muchos años, como su compinche Gustavo Montemurro (teclados, programaciones y afines, además de encargarse de la grabación y meter mano en los arreglos ‒impecables‒ y la mezcla), Matías Rada (guitarras) y Nacho Mateu (bajo), entre otros. Además, contó con el músico brasilero Ronaldo Bastos, otro prolífico que compuso con medio mundo y que en este caso se encargó de la dirección artística ‒junto con Leonel Pereda‒ y figura como coautor ‒junto con Rada, claro está‒ de 8 de las 11 canciones que integran el volumen.

Y hay un invitado especial: el también músico brasilero Carlinhos Brown, que con Rada le pone voz a la canción que lo abre, “Chão da Mangueira”, y enseguida nos pone en el ambiente del disco: la alegría es sólo brasilera y de Rada, tiene swing y fluye, está en su sangre. Incluso, en la canción “Nada Sem o Seu Olhar” se da el lujo de sonar alegre pero a su vez desparramar una melodía de aires melancólicos, sobre la que, en portuñol, recuerda una de sus obsesiones: “Con la música está tudo bem, / pero el tango me golpea más. / Todo el día yo escucho a Gardel, / que me lleva para otro lugar”. Por supuesto, la canción que le da título al disco no podía ser otra cosa que un candombe abrasilerado (¿o samba candombeada?), una oda a los tambores y al baile.

Negro rock

Hay varias canciones del álbum que podemos colocar en la góndola de “rock-fusión” sin pecar de burros. Por ejemplo, “Carolina”, que empieza con el clásico alarido de Rada (“uh-uh-uh-uh”, que se repite en varias partes del disco y es el síntoma de que el músico fue felicísimo grabándolo) y un riff de guitarra escalonado. Después se convierte en un reggae bien cargado, con pegadizos arreglos de vientos (el clásico trío de saxo, trompeta y trombón).

“Carolina, doce Carolina, / Carolina, suave Carolina / Carolina, forte Carolina, / você ganhou meu amor”, canta Rada en el estribillo de una canción que se pega como un mantra. Tiene poca letra, es más que nada una oda al goce de la música por la música misma, con olor a playa, sol, verano y caipiriña. De yapa, al final Matías Rada se manda un solo afilado, marca de la casa.

Uno de los puntos más altos ‒altísimos‒ del disco es “Brasil”, un delirio estilístico en el que se destaca la interpretación de Rada, un compendio de casi todo lo que sabe hacer con la voz, que es mucho. Entre los teclados y la programación de bases electrónicas, a cargo de Montemurro, al inicio se crea una atmósfera misteriosa sobre la que el Negro tararea una melodía que parece de danza tribal.

“Brasil, mata tua sede de comer pitanga, / depois deita pra dormir na rede, / Brasil, apesar de tudo o meu amor cresceu”, lanza un Rada tranquilo y contenido, con su traje de crooner. La melodía va creciendo en intensidad y construye una escalera hasta convertir a la canción en un rock de tintes épicos ‒para eso resultan claves los arreglos de teclado‒. La frutilla del postre la pone Nicolás Ibarburu con su viboreo de guitarra eléctrica.

En el álbum hay una única canción que no está firmada por el Negro: una versión del clásico “Travessia” (1967), de Milton Nascimento y Fernando Brant, que perfectamente podría haber compuesto Rada dando vuelta la esquina.

Después de que pasan los 40 minutos del disco, queda la sensación de que Rada es brasilero, al igual que cuando canta una de Ray Charles parece yanqui. Pero es de los nuestros, y de los mejores.

As Noites Do Rio / Aerolíneas Candombe. De Ruben Rada. Montevideo Music Group, 2021. Disponible en plataformas.