Si bien integró varios proyectos musicales, Joaquín Lapetina entró de lleno a la música cuando colocó en las bateas su primer disco como solista, Tiempo lento, editado por Perro Andaluz en 2014. Aquel álbum debut era una amalgama desprejuiciada de pop, rock y folk con algunas capas de electrónica (con bases programadas, por ejemplo) y un fino trabajo vocal de melodías pegadizas. Es un disco redondito, más teniendo en cuenta que era la primera vez, y estuvo dedicado al genial guitarrista Ney Peraza, como “mago e inspirador” de ese “viaje”, ya que fue su profesor de guitarra y composición durante muchos años en el Taller Uruguayo de Música Popular, y se nota que Lapetina aprendió.
Luego lanzó El puro oficio del sol (2016), su segundo disco, en el que a grandes rasgos se acercó a un rock más crudo, sin adornos electrónicos, pero también recorriendo otros géneros, como el funk (la canción “Peces” es una gran muestra de eso). Hace pocos meses el músico lanzó Octubre al sur, su tercer álbum, el número clave para cualquier artista a la hora de definir para qué lado agarrará: ¿por el mismo camino o cambio de rumbo?
Y ya de arranque la cosa se pone buena, con la canción “Soledad”, que se va armando de a poquito. La batería concreta, el bajo riffero, la guitarra que lo imita, y así se cocina un plato groovero con todo en su lugar, ni un detalle más ni uno menos. Quizás en aquel disco debut, como siempre que se empieza en cualquier actividad, Lapetina quiso poner un poco de todo. Acá, en cambio, logró un equilibrio para parir este rock-funk al que no es descabellado encontrarle ciertos aires del Claudio Taddei noventero.
En este tercer disco, Lapetina parece haberse soltado un poco más a la hora de cantar, sobre todo para buscar tonos más agudos. Ya en “Soledad” hay una levantada al final de un verso, pero en el segundo tema del álbum, “Por el viento del ayer”, canta la mayoría del tiempo más arriba, armando una melodía medio spinetteana.
Los créditos del disco consignan que las dos primeras canciones ofician de “apertura”, son como una entrada en clima, y eso queda bien claro cuando suena la tercera, que le da nombre al álbum. Es una composición más calma, una balada folk acústica de melodía tierna. “Octubre al sur / siempre parece poco. / Tirado al sol, / entre oraciones que andan, / pasan y hablan. / Nunca se dicen que no, / octubre al sur”, canta Lapetina con su cálida voz, dibujando una armoniosa melodía, casi como de canción de cuna.
Pero de repente irrumpe una guitarra eléctrica que construye un punteo escalonado para explotar en un riff de power chords con distorsión podrida, metalera, y cuando parece que la cosa se termina de picar, vuelve a la calma. “Los días son / con los fantasmas que bailan, / hasta entender / lo que no siempre es obvio, / si es que nada es obvio. / Nunca me dicen, / no puede ser, / octubre al sur”, dice la estrofa anterior al amague de estallido. Musicalmente, hay algo de eso en la canción, que parece obvio pero al final no.
Épica y guitarras
Para este tercer disco la banda de Lapetina repite algunos integrantes del álbum anterior, como Fernando Flores en guitarras y Ana Laura Pena en coros (que se complementa muy bien con la voz de Lapetina, sumando otro color, cálido y pop). Además, están Eduardo Mauris (guitarra), Gerardo Alonso (bajo) y Mape Bossio (batería), entre otros músicos.
La masterización, la mezcla y parte de la grabación estuvo a cargo de Gastón Ackermann, uno de los ingenieros de sonido más finos de la vuelta, encargado, entre tantas otras cosas, de los discos de Buenos Muchachos. El sonido de Octubre al sur está bien al frente y es claro, casi como una toma limpia de un recital, con esa misma energía, y hace una pareja perfecta con la música, que tiene en general un impulso para adelante y varios pasajes de virtuosismo instrumental, sobre todo en alguna coda que parece una zapada.
Por ejemplo, “Oriente”, un caleidoscopio sonoro en plan rock clásico de fines de los 70 y principios de los 80 (un aire a Toto, más precisamente) en el que se destaca más que nada el trabajo de las guitarras eléctricas y un concreto detalle de vientos (a cargo de Ackermann). Todos los instrumentos que destellaban por aquí y por allá se unen en la coda, formando eso que no se puede describir con otra palabra que no sea “épica”, y que por desgracia dura menos de lo que debería. En “Pasajeros” nos topamos otra vez con un gran trabajo de arreglo de guitarras y una buena dosis de épica, en parte gracias a los coros siderales, que parece que sonaran desde allá arriba.
Según la ficha técnica, el disco fue grabado y editado entre 2019 y 2020. Es probable que no tenga nada que ver, pero hoy, con esta infame pandemia que tiñe todo alrededor, es difícil no pensar en el coronavirus cuando una canción se llama “El bicho” (con otra coda épica y quizás la que tiene el mejor solo de guitarra eléctrica de todo el álbum) y encima en un verso dice: “Ensamblar un mundo / para los dos, / sobreviene el bicho, / que despertó”. De todos modos, ubicándonos dentro de las coordenadas poéticas que se manejan en el disco, es probable que ese bicho sea el viejo y querido amor y no el nuevo y odiado coronavirus.
Nos podemos ver tentados a escribir que Octubre al sur es el mejor disco de Lapetina, pero sería entrar de lleno en el terreno de la subjetividad y además sería bastante injusto con los dos álbumes anteriores. Lo que sí se puede escribir, sin que tiemblen las manos en el teclado, es que Octubre al sur es diferente a los dos predecesores, y eso es lo que más importa.