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A las mujeres nacidas bajo el signo caballo de fuego las mataban, o eso dice una leyenda japonesa que me contaron de niña. Supuestamente, se evita tener hijas yeguas porque pueden ser una desgracia para la familia. Algo así como el origen de una mujer maldición. Son caballo en el horóscopo chino quienes nacieron en 1930, 1942, 1954, 1966, 1978, 1990, 2002 o 2014. Lucrecia Martel es caballo de fuego.

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En 1966, año de nacimiento de Martel, unos ornitólogos de la Universidad de Texas se encontraron con una fosa en la Huasteca potosina mexicana y comenzaron a estudiarla. El hueco, de más de 500 metros de profundidad y un diámetro de 60 metros a la altura del suelo, con un máximo de 300 por 60 en la parte más ancha del fondo, es hoy refugio de murciélagos, vencejos y cotorras. Cuando atardece, incontables pájaros vuelven al unísono en una ondulación espiralada, y al amanecer se escapan. El roce del viento contra sus cuerpos, la rapidez del vuelo y la eternidad comprimida hacen del ritual un acontecimiento hipnótico; los animales parecen disparos, como en La ciénaga.

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En 2001 se estrenó una de las películas más lúcidas y sensibles del cine argentino. Ese mismo año el Sótano de las Golondrinas fue declarado Monumento Natural. Ambos universos sincrónicos comparten fechas aleatorias y una característica en común: la densidad de ser un abismo.

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No sabemos si existe el cine, no sabemos si existe la televisión, no sabemos qué va a existir en breve, dice Martel desde las redes del Vecine Festival 2021 en un video perdido en la hondura virtual de la pandemia. Veinte años después del estreno de su ópera prima, conjura hechizos sobre narrativa audiovisual bajo un alero de chapa mientras se mueve en un nervio contenido. Asevera que no hay que confundir el argumento con la película. Propone un ejercicio: escribir 60 hojas durante 60 días partiendo de una escena relevante. En torno a esa primera escena, que ella luego llama recuerdo, invento, diálogo, fragmento o frase, dice que hay que buscar un interés y una conexión aunque no se sepa bien qué es, que el resultado será un pozo y que ahí está el misterio. Avisa que con su receta no será posible detectar fácilmente el personaje principal ni el argumento, pero que en ese pozo complejo de memoria y deseos está la película.

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Son varias las declaraciones en las que Martel hace hincapié en la necesidad expresa de algunas personas, de la hegemonía cultural o crítica cinematográfica, de la comprensión de las obras. Insiste, alternando metáforas, con la misma idea del pozo y afirma que la forma de narrar no tiene por qué ser lineal, y que si la vida no es totalmente comprensible, por qué el cine tendría que ser así. Prestando atención a La ciénaga, a primera vista, la extrañeza de los climas generados en los diálogos e imágenes aparentemente inconexas o el colchón de sonido que se hace ruido siniestro digno de suspenso parecen no tener una lógica racional. Sin embargo, la película es un artefacto de relojería que no desconoce los elementos emotivos y por acumulación va hilvanando entre lo dicho, lo no dicho y lo que se puede inferir, en un argumento mortal que se antecede desde el comienzo y que cumple en su remate trágico con las expectativas, aunque sean ocultas, de cualquier espectador con ansia tranquilizadora. En esta organización del material, sutil, fina, elegante, en este montaje minucioso, contrastado e inteligente, el azar o la posibilidad de que algo mágico suceda es puro artificio.

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Como en la meteorización de la roca a través de la erosión, la piedra caliza en el caso del Sótano, o el tiempo que tardarían los pedacitos de vidrio que Momi retira del pecho de su madre, Meche, si los arrojara al dique, en desgastarse y volverse piedra preciosa, los procesos de Martel transitan lentos fenómenos físicos. No solamente por los tiempos de realización de sus películas –pasaron nueve años entre el estreno de La mujer sin cabeza y su último largometraje, Zama–, sino que hay un tejido de membranas vitales invisibles que sostienen toda su obra. Las conversaciones paralelas, las coreografías de los cuerpos, el incesto no consumado, los colchones compartidos, la virgen del tanque, los niños perdidos en el cerro, las guerras de agua, las masculinidades frágiles peleando en un baile o arropando a un hijo, los excesos apretados, los hielos en los vasos, el masticar de un almuerzo, la dialéctica entre amo y esclavo; cada detalle es una puntada precisa de años de atención absoluta en el contexto de su Salta natal. El retrato de una realidad explotada desde el punto de vista de la infancia, de la hora de la siesta y de los cuentos de terror que suelen transmitirse de generación en generación en el viaje imaginativo que propone el mejor folclore.

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La ciénaga imanta. Martel galopa, abrasa, incendia. Una mujer maldición que sabe que sólo quienes desean con paciencia pueden ahondar un pozo, animarse a tirarse en él y emerger diamante, como la inmersión en un volcán inverso.