Montevideo es sus cielos, sus vientos y sus calles arboladas. También su mirada vigilante y nostálgica al Río de la Plata. Una ciudad que rinde culto ciudadano en plazas, plazoletas y avenidas a personajes y figurantes de variado origen: de Confucio y Allende a Tolstoi, a Gandhi y la diosa Iemanjá, sin olvidar al gaucho, la diligencia, los charrúas y figuras mayores de su propia historia. Comarca laica de iglesias deshabitadas, la capital de Uruguay también aloja marcas de figuras e hitos de Perú.

Así, la ciudad dedica un rincón poético y una breve calle al poeta “del fútbol y el carnaval” Juan Parra del Riego mientras que el almirante Miguel Grau mira al estuario rioplatense y Francisco Bolognesi –héroes ambos de la Guerra con Chile de 1879– reposa también en bronce, rodeado de un discreto jardín, no muy lejos de Grau.

Menos celebrado, el poeta Xavier Abril de Vivero tiene una placa recordatoria en el lugar donde vivió, lo mismo que el pensador arielista y diplomático Víctor Andrés Belaúnde en el que fuera Parque Hotel (hoy sede del Mercosur), donde se alojó durante su estadía uruguaya, época en la que sostuvo una cercana amistad con su vecino de habitación, el poeta mexicano Amado Nervo.

Hay calles Inca, Lima, Ricardo Palma, Túpac Amaru, Víctor Raúl Haya de la Torre, Callao, Ayacucho y Tacna –en recuerdo de “las batallas americanas del mismo nombre” –, y uno de los tramos más vistosos de la espléndida rambla se llama República del Perú.

Más escondido, tras unas gruesas cortinas, un diligente chasqui en versión vitral despierta su colorido con la luz solar en la sala de reuniones del Correo Uruguayo y un busto del inca Garcilaso de la Vega –al que le desapareció la placa homenaje– acompaña a otras personalidades hemisféricas en la avenida de las Américas que lleva al aeropuerto.

Curiosamente, los dibujos del Inti Sol que aparecen en enseñas de Perú y Uruguay (y de Argentina) retrotraen a ese período de más de dos siglos en que ambos territorios, que se convertirían con el tiempo y las luchas en repúblicas, formaban parte del Virreinato del Perú. El Sol de Mayo, como es llamado en Uruguay y Argentina, simboliza al Sol Inca, celebrando la independencia rioplatense iniciada con la Revolución de Mayo de 1810.

En ese sentido, debemos a Alberto Methol Ferré el haber reiterado en diversas ocasiones la existencia de un pasado común suramericano alrededor del Virreinato del Perú, pues –hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776– gran parte del territorio de América del Sur, incluyendo lo que es la República Oriental del Uruguay, perteneció al centro colonial instalado en Lima en 1542.

Calle Ayacucho, en Montevideo.

Calle Ayacucho, en Montevideo.

Foto: Federico Gutiérrez

En 1868, la Sociedad de Fomento Montevideano fundó, sobre la margen izquierda del arroyo Miguelete, el Pueblo Atahualpa, entre las actuales avenidas Luis Alberto de Herrera, Millán, Burgues y Bulevar Artigas. Producto de la expansión urbana, con el tiempo simplificó su nombre a Atahualpa. Aunque no se conoce un fundamento para la elección del nombre, lleva a pensar en la grandiosidad del imperio incaico, así como otro pueblo se llamó Nuevo París pensando en la capital francesa.

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Un suceso que no refiere a la toponimia ni a un lugar en particular, pero que lleva a la figura histórica de Túpac Amaru II (1738-1781), último inca de Vilcabamba, ejecutado por los españoles en 1781, lo constituye el nombre “Tupamaros” del Movimiento de Liberación Nacional (MLN).

De origen mestizo, José Gabriel Condorcanqui era un comerciante adinerado. Educado en el colegio jesuita del Cusco, mostró preferencia por lo criollo; posteriormente, sin embargo, cambió su pensamiento, pasó a vestir como un noble inca y a usar su lengua nativa quechua, llegando a encabezar el mayor movimiento indigenista e independentista en el Virreinato del Perú. El MLN, tomando aparentemente el nombre de los tupamaros artiguistas –gauchos aguerridos que ocupaban las primeras filas en los combates y formaron parte del cordón protector del pueblo en su éxodo, según Eduardo Acevedo–, dio asimismo continuidad a la más lejana figura del adalid de la rebelión cusqueña.

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Ya no dentro de la capital, sino 40 kilómetros hacia el este, se encuentra el Fortín de Santa Rosa, donde existe una gruta que imita la del monasterio de Lima y una imagen en yeso de la mística dominica Isabel Flores de Oliva. El nombre del actual balneario proviene de una mansión levantada en 1933 en tierras pertenecientes a los jesuitas, convertida ahora en hotel.

Estableciendo puentes con nuevas generaciones, dos escuelas públicas uruguayas llevan el nombre República del Perú, una en Montevideo y otra en Canelones. Semillas vivas de diálogo intercultural con estudiantes, docentes y comunidades educativas que se encuentran en el cinturón semirrural que bordea la capital.

Este breve recorrido que entrelaza puntos tan diversos de la capital, que simbolizan la amistad peruano-uruguaya, incita a imaginar otras rutas tejidas por huellas de otras tantas culturas de la región y del mundo, ofreciendo nuevos recorridos en la hermosa ciudad de Montevideo.