En la noche ‒la noche, este espacio-tiempo que nunca puede escapar de un destino metafórico‒ es un experimento que abre la flamante gestión del Subte a cargo de Maru Vidal, su nueva coordinadora, y de Martín Craciun, su curador general, y es un experimento logrado. Logrado en dos sentidos: el primero, general, es el formato. Vidal decidió, con toda la razón, dejar de proponer la persecución virtual de muestras concretas ‒efectivamente montadas o sólo pensadas para la sala, poco importa‒ que prolifera en sitios museísticos de todo el mundo: videos que tratan de simular, con una firmeza afectada, nuestras inciertas caminatas entre obras; embarazosas reediciones en 3D y 360 grados de los ambientes de galerías y museos (que a menudo se trancan o terminan en escorzos aberrantes); clusters de figuritas diminutas que reproducen las piezas colgadas en las que, al sobreponer el ansioso cursor, aparecen datos que se amalgaman torpemente a la imagen. Acá se asume la cosa como está: si no se puede ir físicamente, por obvias razones, a ver arte colgado en las paredes o explayado en el piso, pensémoslo desde otro ángulo. En la noche no es, por suerte, el sucedáneo de una exposición: es una página web con reproducciones de obras. Es cierto que estamos todos saturados de pantallas, pero para experiencias que valen la pena, como esta, cansar unos minutos más nuestras pupilas y oídos tiene su recompensa.

Analia-Sandleris

Analia-Sandleris

Lograda es también la selección operada, empezando por los formatos. Por supuesto que ver videos en sala crea otras sensaciones, pero acá se adapta el videoarte al propio screen (la página está pensada para diferentes tipos de aparatos) y se consume una obra enmarcada por otras obras y no por la distracción de redundantes o baladíes propuestas que suelen rodear las que miramos en Youtube y similares (el vaticinador algorítmico “si te gustó, esto te gustará también”). Además, permitió la inclusión de formatos ajenos, en general, al ambiente museístico concreto, como la escritura y la canción, algo que amplía la propuesta, volviéndola felizmente multidimensional, pese a la chatura de la pantalla.

El tenue subtexto que acopla las piezas de la web-muestra (en algunos ítems patente o apenas mencionado, en otros laxo o directamente ausente) es la canción homónima de Los Estómagos: más precisamente el verso “En la noche sentirás miedo”, y por ende sensación de pérdida y obnubilación; rebeldía ante un estatus de cosas alterado y aterrorizante (el disco La ley es otra, que la contiene, es de 1986, fresca posdictadura) y, como reza la descripción de la muestra, eso sí con fórmula un poco gastada, “la esperanza de un amanecer inminente”. Así, la apertura (si seguimos el “natural” desplazamiento vertical, en caída, de la página) es casi filológicamente dejada en las manos de un colaborador temprano, como artista visual, de la banda de los 80, músico acá atareado como dibujante: bocetos para la tapa del primer disco de Los Estómagos, Tango que me hiciste mal, del entonces jovencísimo Pedro Dalton. Lo que sigue es una de las cosas que sin duda ganarían mucho en presencia: un díptico de la artista uruguaya residente en Estados Unidos Jill Mulleady. Sus telas son generalmente enormes y pobladas de escenas urbanas, con su fauna contemporánea en situaciones cotidianas pero siempre del brazo de lo parasurreal; una pintura de amplio respiro, elaboradísimamente ‒o sea, falsamente‒ ingenua, y de gran contundencia visual. En este Interior, parte de una serie, los personajes están atareados en actos nimios, con ecos por todos lados: de otros pintores (de Edmund Hopper a Eric Fischl, de Otto Dix a Pierre Klossowsky, de Leonora Carrington a Remedios Varo), de autorreferencialidades (cuadros en el cuadro, espejo), de sentimientos (aburrimiento, deseo, acedía). Poder explorar con el zoom los “cuadros” palia un poco la ausencia del lienzo frente a la nariz: resulta estimulante perderse tanto en el gigantesco abstracto de Analía Sandleris de 2017 (que ya se había visto en el Museo Nacional de Artes Visuales) ‒gran predominio del negro, un negro intenso y lloroso‒, como en el mítico, interminable y por ende inconcluso Eternidad, de Marcelo Legrand, con su superposición de capas y años, aquí explorable de cerca, con lupa, a la búsqueda de sus añejos recovecos. Asimismo, poder agigantar los intrincados nudos del riguroso (aun con sus buscados desvíos de la trama) bordado monocromo, nocturno, obviamente, de Des-composición, de Virginia Sosa, resulta un viaje interesante.

Jill-Mulleady

Jill-Mulleady

Las tres obras audiovisuales tienen un punto de contacto en cuanto son producciones de animación, aunque sean ‒si bien dos evocan a Los cantos de Maldoror‒ muy diferentes entre sí. En el caso de Mathías Chumino, se trata de una referencia específica: Hermafrodita evoca a ese personaje de la obra de Lautréamont, que el artista visualiza con enfáticos, cuando no dramáticos, travellings y tomas aéreas, en un mundo oscuro ‒entre el bosque y la nube de píxels‒ bajo la forma del Hermafrodita durmiente, copia romana de un original bronceo griego, sobre su suavísimo colchón de mármol esculpido por Gian Lorenzo Bernini en el siglo XVII. Más enigmático es el Maldoror (Limerencia) que aparece como título del clip de Lila Tirando a Violeta (seudónimo de Camila Domínguez) y también misteriosa su presencia en En la noche: en la animación de su “avatar” no se distingue nada directamente tenebroso o especialmente noctívago. Sí cierta vibración narcisista, como en la foto “egomáquica”, perfectamente ejecutada, Autorretrato con ansiedad N. 9, de Brian Ojeda, que pone en escena, con fuerte estetización, el pogo de los conciertos más agitados. Más bien meridiana resulta la animación (esta vez no digital) ‒con su estética cute‒ de Diálogo sin forma #39, de Vivianna Mazuco.

Olga Guerra

Olga Guerra

La noche como estado que no termina, que atrapa inexorablemente en su laberíntica lobreguez, resuena en otras piezas. En las tres pujantes intervenciones textuales: más ligadas a la angustia pandémica las prosas (lírica en Nocturnxs, de Jeannette Sauksteliskis, punk en Una noche es una noche, de Gabriel Peveroni), abocados a otra noche interminable, la del racismo y la migración forzada, los justamente ásperos poemas de Cristina Cabral. En la grata “recuperación” de la canción “Cantar en la oscuridad”, de Sylvia Meyer, perla al borde de cumplir 40 años. En la serie de fotos Cruza la línea, que retrata, “contextualizadas”, delicadas pero contundentes serigrafías de la mexicana Olga Guerra centradas también en el drama migratorio.

Finalmente, dejo al lector socialmediamente (más) ágil (que yo) moverse en la grabación de la performance/encuentro de Dani Umpi en la plataforma Twitch y la aplicación del filtro Idolos, de Marcelo Vidal, para Facebook e Instagram, recomendando una vez más la experiencia de En la noche como algo valioso y, esperemos, ejemplar, por lo menos hasta que se puedan pisar otra vez museos y galerías.

En la noche. Subte Municipal en enlanoche.uy