Con Los abismos, Pilar Quintana se convirtió en la última ganadora del Premio Alfaguara de Novela. Nacida en Cali en 1972, Quintana es autora de la colección de cuentos Caperucita se come al lobo (2012) y de las novelas Cosquillas en la lengua (2003), Coleccionistas de polvos raros (2007), Conspiración iguana (2009) y La perra (2017), traducida a 15 lenguas, por la que obtuvo el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana y fue finalista del National Book Award de Estados Unidos. La escritora nos atendió desde su casa en Bogotá y la conversación completa se puede escuchar en el sitio web de En Perspectiva.

Colombia está en medio de un gran estallido social. ¿Cómo lo estás viviendo?

Todos los días me despierto con esperanzas y termino a la noche con agitación, con dolor, con miedo, porque las protestas están siendo reprimidas con exceso de fuerza. La mayoría de las marchas son pacíficas, son legítimas, las personas están ejerciendo el derecho a la protesta. Pero a medida que pasa el día vas leyendo las respuestas de los funcionarios, los ministros, el presidente o los políticos del partido de gobierno y te das cuenta de que quieren cambiar la narrativa. Los episodios de vandalismo o de violencia son mínimos, y quieren deslegitimizar toda la protesta por esos actos aislados. Se impone una narrativa que es terrible, que justifica la violencia de las Fuerzas Armadas y las violaciones a los derechos humanos. Y el gobierno no se ha sentado a negociar ni a dialogar con las personas que planearon y apoyaron el paro desde sus comienzos.

¿Cuáles son los principales reclamos en este momento?

La gente salió a las calles para protestar por una reforma tributaria que no le convenía. El gobierno la retiró, pero las protestas no han parado porque Colombia es un país supremamente desigual. La pandemia ha agudizado la brecha social, 42% de la población está en la pobreza. Muchas personas no tienen los servicios básicos: electricidad, agua corriente; no hay acueductos, la educación universitaria no es gratuita, hay gente que no consigue cupo para entrar a la universidad y hay universitarios que terminan su carrera y sólo encuentran trabajo en un call center o en un supermercado.

Hay una brecha racial fuerte también, ¿no?

La hay. Este gobierno se eligió diciendo que iban a hacer trizas los acuerdos de paz, y eso es lo que están haciendo. Hay líderes sociales asesinados todas las semanas. Las poblaciones afro e indígena son las más empobrecidas de Colombia y también están en la calle protestando.

Escribiste el guion, junto a Antonio García, de la película de Carlos Moreno Lavaperros (2020), que habla de una decadencia extrema de la que el narcotráfico es su máxima expresión. Decías: “Crecimos en la Cali de los 80, una ciudad donde los señores de la droga andaban orondos por las calles y eran respetados por todos”. ¿Eso sigue siendo así?

A principios de los 90 empezó la lucha dura contra los carteles de la droga, desarticularon el cartel de Medellín, mataron a Pablo Escobar y luego siguió el cartel de Cali. Entonces se acabó esa estructura de grandes carteles. Se sigue produciendo y exportando cocaína, pero las estructuras son menos visibles; aprendieron a fundirse más en la sociedad y no ser tan notorias. De todas formas, están en todos lados, están en el gobierno, son tus vecinos. En Colombia estamos en guerra desde hace muchos años, contra las guerrillas, contra el narcotráfico; una guerra en la que participan los paramilitares y las Fuerzas Armadas. Tenemos una cultura de la violencia, los asuntos se solucionan matando al otro. En Colombia hay gente que piensa que está bien matar a cierto tipo de persona, por hacer un grafiti o porque le dio una patada a un policía o porque estaba poniendo un bloqueo.

Decías que en los 90 era usual decir que ser escritora era incompatible con ser madre. Sin embargo, La perra la escribiste en el celular mientras amamantabas, Los abismos la terminaste en la pandemia, con tu hijo en tu casa todo el día. ¿Ser madre finalmente te volvió mejor escritora?

No sé si mejor, pero fue una experiencia tan definitiva que desató un caudal creativo que no sabía que estaba ahí, fue como si me quitaran un tapón y salieran unos temas y unas reflexiones que ni se me habían pasado por la cabeza.

Foto del artículo 'Pilar Quintana, ganadora del Premio Alfaguara: “La violencia en la que yo indago no es la grande, la sangrienta, sino la de adentro de las casas”'

Los abismos habla mucho de los roles que se le imponían a la mujer en los 70 y 80 (y antes, claro): casarse, ser ama de casa, ser madre. ¿Cómo ves que han variado esos roles desde entonces?

Puedo hablar de las clases medias, donde creo que sí ha habido un cambio. De las mujeres de mi generación no se esperaba que fuéramos madres y esposas, sino que estudiáramos en la universidad, fuéramos autónomas, pudiéramos mantenernos por nosotras mismas. Nuestras mamás, muchas de las cuales no fueron a la universidad y fueron dependientes de sus esposos y fueron amas de casa, nos decían que esperáramos para tener hijos. Igual se sigue esperando que las mujeres se casen y tengan hijos, y además lleven la casa. Pero permitió que yo tenga amigas que nunca se casaron, o que no tuvieron hijos porque no quisieron, o que tuvieron hijos sin tener un esposo.

En La perra están más presentes el tema racial y el de la pobreza. ¿Por qué elegiste cambiar esa óptica para Los abismos, centrarte en una familia blanca de clase media alta?

No sé si lo elegí así, pero ahora que pasó lo veo como que hice una novela que es el reverso de la otra. Damaris es una mujer negra nacida pobre en el Pacífico colombiano, que se dedica a limpiar la casa de unos mestizos blancos de clase media alta del interior. Y Los abismos se trata de una familia blanco-mestiza de clase media alta del interior que en un momento se va al Pacífico colombiano a pasar unos días en una cabaña que perfectamente podría ser la que cuida Damaris. Creo que mostré esas dos cosas. En mi literatura siempre tengo a unos ricos y a unos pobres en oposición completa, es un reflejo de la sociedad colombiana, que es muy desigual.

La madre de Los abismos es terriblemente clasista, siempre le dice a la hija que no se encariñe con los sirvientes, que son ignorantes, que no les crea nada.

Y que no se junte con ellos. Si voy a hacer una novela de Cali tengo que poner el clasismo y el racismo porque es parte de la Cali de clase media alta. Y si voy a hacer una novela en el Pacífico colombiano tengo que poner en escena la gran brecha social entre un nativo y unos blancos mestizos llegados de afuera.

En ambas novelas aparece el fantasma de la violencia de los hombres: el “monstruo” del padre en Los abismos, Damaris en La perra, que dice que si Rogelio le pone una mano encima a la perra lo mataría. ¿Hiciste el esfuerzo de entender a esos dos personajes masculinos?

En La perra y en Los abismos las historias están contadas desde el punto de vista de las mujeres. Los hombres son figurantes, personajes que están ahí y que a veces determinan la vida de las mujeres, pero no son los protagonistas. En Colombia, la violencia política es tan prevalente y tan sangrienta que nuestra literatura se ha ocupado mucho de pensarla, pero quizás se nos ha olvidado buscar el origen profundo de esa violencia. Hay menos obra y menos reflexión sobre la violencia de adentro, la violencia intrafamiliar. La violencia en la que yo indago no es la grande, la sangrienta, sino la de adentro de las casas, que a veces es muy sutil.

Otro elemento que aparece en tus novelas es el componente geográfico como metáfora o como disparador de algo que se podría llamar terror. ¿Cómo trabajás esa relación entre el mundo interno de los personajes y el paisaje que los rodea?

Como narradora me esfuerzo en que el lugar y el tiempo sean vívidos, para que el lector pueda experimentarlos y sentir que se parece a un evento de la vida, para hacerlo verosímil y real. Los universos narrativos tienen que estar ahí para algo, más allá del propósito decorativo. Tienen que ayudar a crear tensión narrativa o a ilustrar una emoción del personaje. Es muy importante para mí trabajar las atmósferas, los espacios.

Has tenido una vida de viajera, de aventurera, has vivido en la selva...

Cuando resumo mi vida en pocas líneas sueno como si fuera la súper aventurera, y sí lo he sido, he vivido en lugares exóticos, pero siempre me lo he pasado en la casa, en piyamas, escribiendo.

Sobre Los abismos, decías que “hay un momento en que la niña mira a su mamá con ojos nuevos y se da cuenta de que es un individuo con deseos, con historia, con necesidades y que tiene una vida por fuera de ella”. ¿Esa manera de mirar a nuestras madres está más naturalizada hoy en día?

Yo no sé, porque mira que mi hijo tiene seis años y hasta hace poco pensaba que la palabra mamá era sinónimo de la palabra mujer. Muchas veces ese pensamiento infantil se mantiene hasta la adultez: no somos capaces de ver a nuestras madres como personas separadas de nosotros. Nuestra madre fue nuestra primera casa y seguimos sintiendo que no es nada más que nuestra casa. Me he empeñado en hacer que mi hijo y todo el universo que me lea se dé cuenta de que las mamás son individuos.

Hablando de La perra decías: “Yo no escribo del lado de la luz, sino del de la oscuridad”. ¿Los abismos es una novela más luminosa? ¿Hay esperanza de que todo salga bien para las dos Claudias, la madre y la hija?

Yo no sé si para la Claudia adulta hay esperanza, pero para la niña me atrevo a pensar que sí, porque está viendo que hay oportunidad para la mujer de ser otra cosa si lo elije. Ella va a poder ir a la universidad, mantenerse y quizás volverse una mujer viajera como la que su mamá soñaba ser. Creo que sí, Los abismos es más luminosa que mis otras novelas, pero digo que yo como narradora soy oscura porque lo que hago es mirar en eso que no es tan aceptable o que nos dicen que no debemos nombrar. Yo me voy a ese lugar que está oscuro y lo saco a la luz, lo nombro.

La entrevista completa salió al aire en La conversación de los lunes, en Radiomundo, y se puede escuchar en www.enpersectiva.net