Tres autores de literatura infantil y juvenil (LIJ) recomiendan libros, ya sea que los estén leyendo ahora, revisitando, o recordando uno de esos que siempre está bueno leer, sobre todo si sos niño o adolescente.

Matías Acosta

Nacido en Paysandú, ha construido en los últimos años una obra robusta y delicada como ilustrador, en ambas orillas del Río de la Plata. Algunos de sus trabajos son Cuando el temible tigre con Virginia Brown, Separaciones mínimas con Germán Machado, Por las dudas con Mercedes Calvo, El marinero en el canal de Suez con Horacio Cavallo y Melodía de grillo con Pilar Muñoz Lascano.

Foto del artículo 'Recomendadísimos: lecturas sugeridas por Matías Acosta, Magdalena Helguera y Federico Ivanier'

La torre blanca, de Pablo Auladell. Edicion de Ponents, 2005. “Hay recuerdos de la infancia que sólo tienen relevancia para uno. Quizá un árbol solitario, un camino sencillo de tierra o ver cómo pegaba la luz última sobre el tanque de agua de Azucitrus en Paysandú son cosas que sólo me hablan a mí.

En esta obra genial de Pablo Auladell, la torre blanca (un edificio cerca del mar) no sólo es relevante para él y para su personaje. Nos lleva de la mano (y del corazón) a los recuerdos de esa infancia cerca del mar donde nace y muere la inocencia. Hay un ir y venir; un contraste en donde el personaje principal recuerda y compara el tiempo presente con el pasado. Voramar ya no es lo que era.

Las ilustraciones, de una calidad que ya conocemos de Auladell, nos cuentan y nos revelan que los recuerdos siempre tienen color”.

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A través. El universo de un hombre, de Tom Haugomat. Pípala, 2019. “Esta novela ilustrada por Tom Haugomat cuenta nada más ni nada menos que la vida de un hombre desde su nacimiento hasta su muerte, sin texto. Haugomat realiza 70 dípticos y dedica dos páginas para el año que decide narrar. El texto que se usa es solamente para indicar el año. La estructura es la siguiente: la página izquierda muestra un momento relevante de ese año y la página derecha, el mismo momento, pero visto a través de los ojos del protagonista, como si fuera una cámara subjetiva.

Las ilustraciones, realizadas con una maestría absoluta, seguro requirieron gran documentación previa y, tal como dijo él en una entrevista, ‘Siempre trabajo con paletas de colores limitadas’. En esta obra reveló que quiso imitar una paleta que tuviera la reminiscencia de los colores de las películas Kodak de los años 60, y utiliza con maestría solamente tres colores que se mezclan cuando se superponen formando un nuevo color”.

Federico Ivanier

Autor de numerosos libros de LIJ, es una voz fundamental de la escena local en literatura para jóvenes. Entre sus libros se destacan la serie Martina Valiente, Papá no es punk, Tatuajes rojos, Las ventanas invisibles y Nunca digas tu nombre. Fue uno de los guionistas de la película de animación Anina, adaptación de la novela de Sergio López Suárez Anina Yatay Salas.

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“Cuando pienso en libros de LIJ para recomendar, inevitablemente estoy ahora influido por lo que mis hijos han leído y disfrutado. También, eso me ha obligado a mirar a la LIJ no como lo que los adultos idealizamos, sino como lo que los lectores vivencian. Por eso, la primera obra que me viene a la mente es La maravillosa (o fabulosa, según la traducción) medicina de Jorge, de Roald Dahl. Roald me encanta, pero no es esta mi obra favorita, sino Boy. Sin embargo, La maravillosa... ha sido, seguro, la que mis hijos más disfrutaron. Trata de un niño que, como venganza ante una abuela malvada, prepara una medicina asquerosa para darle, cosa que efectivamente hace y trae efectos impensados. Lo grotesco, el mundo infantil no como un lugar de poesía, sino como uno mucho más de trinchera e imaginación, es relatado en esta breve historia repleta de humor.

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En segundo lugar, se me ocurre pensar en novelas más bien juveniles. He leído varias que me han gustado mucho y muchas de ellas son de las llamadas mainstream. La que creo que más me gustó fue Las ventajas de ser invisible, de Stephen Chbosky. Más que nada, una novela debería tener un punto de vista nuevo sobre las cosas, una mirada que ilumine lugares oscuros, y esta novela, en apariencia sumamente sencilla, lo consigue con creces. En algún punto podría decirse que es un chico que reflexiona sobre el mundo a medida que se adentra en la adolescencia. El punto es que este acto de pensar es hecho desde ciertas experiencias que han resultado traumáticas o determinantes en su vida. Siempre me van a ver a favor de libros que no apuesten a una corrección política o que traten de meterse en lugares tabú. Este es uno.

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No quiero terminar sin un libro de autor nacional. No soy de los que piensan que todo lo que hacemos acá es fantástico simplemente por ser uruguayo, pero sí hay libros que están bárbaros. Un globo de Cantoya junta dos grandes talentos: Laura Santullo en el texto y Alfredo Soderguit en las ilustraciones. Creo que parte de lo que más me atrae de este libro es que los dos, tanto Laura como Alfredo, no se enfrentan a la obra como parte de su ‘trabajo’, sino como un evento artístico del que hay que sacar el máximo jugo, y eso se nota en cada detalle. Además de ser un objeto físico hermoso, recorre de forma poética una historia que bien podría verse como épica y como simple al mismo tiempo, donde se mezclan el fútbol, la amistad y, en definitiva, la esperanza. Ya que estamos con temas futboleros, y para terminar, digamos, además, que Un globo de Cantoya tiene un gran remate”.

Magdalena Helguera

Una de las voces más reconocibles de la narrativa uruguaya para niños, tiene una obra profusa, fue protagonista de la generación renovadora de la década de 1990 y escribió el ensayo A salto de sapo. Narrativa uruguaya para niños y jóvenes. Sólo por nombrar un puñado de sus numerosos libros, a vuelo de pájaro, menciono Caraclasa, La cartera de la abuela, Himalaya me avisó, Azul es el color del cielo, Juanita fantasma y Con amigos es mejor.

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“El título de ‘abuela’ (supongo que también el de abuelo), en cierto modo trae de regalo un regreso a los orígenes. Sobre todo si a la abuela en cuestión se le da por cantar. Entre todas las canciones que me han reaparecido en el oído y en la voz en este último año, destacan, frescas como recién nacidas, ‘Manuelita’, ‘La vaca estudiosa’, la ‘Marcha de Osías’, ‘La reina Batata’, el ‘Twist de Monoliso’… En su compañía dormimos, bailamos y mimoseamos cientos de veces con Emma, descubriendo una y redescubriendo la otra esas melodías ya arraigadas en el oído de varias generaciones, junto con la magia de esos mundos y personajes únicos, creados en un lenguaje rítmico, imaginativo y lúdico; un lenguaje que no les tiene miedo a las ‘dificultades de comprensión’ que, según algunas personas, podrían generar para los niños la originalidad o la riqueza de vocabulario y de estructuras gramaticales.

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Los niños y niñas, y muy especialmente los bebés, necesitan palabras, muchas palabras sonoras y distintas, y no sólo de las de dos sílabas y tres letras que predominan en tantas composiciones que se les dedican. Las canciones de María Elena ofrecen con generosidad, desde hace más de cinco décadas, muchas palabras cortas y largas, conocidas y desconocidas, palabras dulces, sonoras, repiqueteantes, sibilantes y coloridas, en combinaciones sorprendentes y locas, para escuchar, decir y jugar sin cansarse ni aburrirse. Por eso estas composiciones poéticas no sólo merecen ser cantadas, sino también leídas.

Este es mi primer motivo para elegir El reino del revés (1965) (y otros libros que puedan encontrar con canciones de María Elena Walsh) entre todos los títulos que quisiera recomendar. ¿Edad apropiada para su lectura? Desde el nacimiento hasta que nos llegue la hora.

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El segundo motivo es que María Elena estuvo muy presente en mis primeros años de maestra y de madre, y ejerció, sin lugar a dudas, mucha influencia en mis inicios como escritora. (Me atrevería a decir que también en la de muchas/os colegas de Uruguay, y ni que decir de Argentina, el país que la vio nacer y dar todo lo que nos dio).

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A la recomendación de un libro de poemas y canciones sumo también, por lo tanto, otro de cuentos de la misma autora: Cuentopos de Gulubú (1966). El ejemplar que atesoro (publicado por Sudamericana en 1988) está muy viejito, por haber sido compartido durante años con dos hijas y varias generaciones de alumnos, pero sus cuentos siguen como nuevos. Es lo que ocurre con la buena literatura, la literatura que merecen nuestros niños, niñas y adolescentes”.