En setiembre de este año se cumplirán 700 años de la muerte de Dante Alighieri, pero las festividades comenzaron oficialmente el 25 de marzo, día en que supuestamente empezó el viaje ficcional de su Divina Comedia. Dos fechas que enmarcan lo que viene siendo un bienio, valga el adjetivo cantado, dantesco.

“Lo que nos une a Dante es el hecho de que vive el horror sin fin del nacimiento del capitalismo, mientras nosotros nos encontramos en el momento en que el capitalismo, ya globalizado, anuncia su fin lleno de horror. Dante es el descendiente de una pequeña nobleza feudal que, con la victoria de la burguesía en Florencia, se encuentra en exilio en la condición de un proletario obligado a emigrar. Su viaje involucra tres etapas: el Infierno, es decir, la sociedad corrupta compuesta por burgueses incurables, el Purgatorio, sociedad en transición compuesta por burgueses en terapia, y el Paraíso, sociedad ideal, ya sin propiedad privada, compuesta por individuos en plena salud”.

Con este salto mor(t)al, Federico Sanguineti, profesor de Filología Italiana en la Università di Salerno, piensa al escritor florentino, entrevistado por la revista Orizzonti Culturali Italo-romeni a propósito de su último libro, Las palabrotas de Dante Alighieri (Tempesta Editore, 2021). Atravesar “letrinas” y “cloacas”, sentir el “hedor” del “estiércol” y la “mierda” o el sonido de los “pedos” infernales supone la entrada a una escritura que no tiembla a la hora de representar la degradación, y que se depura a medida que esa degradación se abandona para llegar a la luz.

Sanguineti no es el primero, por supuesto, en navegar en lo túrbido, en moverse cómodo en ese diccionario de lo obsceno que Alighieri implementa para dar cuenta de lo que “vio”. Pero es uno de los que hoy nos recuerda en plena algarabía festiva, entre el estruendo de los pitos y matracas, que este escritor es todavía filoso y que la lectura posible (y urgente) es clave política y ética.

Filosísimo lo había concebido, acá cerca, nuestra Luce Fabbri, militante y ensayista anarquista, poeta, crítica literaria y profesora, entre otras instituciones, de la Facultad de Humanidades y Ciencias desde finales de los años 1940. Sus cursos de literatura italiana, pensados como “misión política”, habían sido espacio de reflexión sobre el autor desde la década anterior, y su interés continuaría profundizándose en las posteriores, como demuestran, entre otros, los estudios “Dante en la poesía comprometida del siglo XIV” y “Dante y el capitalismo medieval”, ambos de 1965. Pero fue durante la dictadura ‒Fabbri fue destituida de su cargo en la Universidad hasta 1985‒ que el poeta florentino se volvería clave.

En “la poesía de Dante Alighieri, en contraste con el horror y las desapariciones, Luce encuentra [...] una pequeña isla personal de equilibrio, y sus palabras se transforman en un poderoso medio para preservar el sueño, la utopía y la fe en la libertad, como ya había hecho el mismo poeta de 1300. La lectura dantesca de Luce Fabbri fue entonces, a partir de la instauración de la dictadura uruguaya, una maravillosa metáfora para hablar de libertad y para pedir justicia cuando alrededor había solo silencio”, escribe Arianna Fiore en su artículo para el libro Las revolucionarias: literatura e insumisión femenina (Arcibel, 2009). Una lectura (y una isla) que no fue personal, sino militante y pública, con el Instituto Italiano de Cultura como sede. Más tarde ‒porque ni el poder subversivo dantesco ni el fabbriano claudican‒ el florentino tuvo, de manos de Fabbri, su traducción (parcial) de la Divina Comedia (Udelar, 1994) con notas que exhalan compromiso político, denuncia de los destierros, utopía.

Dante comprometido

Detenerse hoy en el Dante engagé ‒y en las miradas que lo piensan engagé‒ es forzoso. Porque entre tanto festejo, y con tanto brindis, uno corre el riesgo de embriagarse y perderse. La agenda de eventos organizada por instituciones culturales y académicas, en Italia y fuera, busca ‒parecería‒ combatir una suerte de horror vacui real/virtual, llenando cada día y hora de nuestras vidas/pantallas. El fan del florentino dispone así de una oferta infinita: visitas turísticas reales o virtuales por los lugares citados en su Comedia Divina; audiovisuales en las redes que explican su “actualidad” u ofrecen cientos de lectoras y lectores que desde casas, iglesias, universidades, parques y plazas modulan tercetos; actividades interactivas que proponen su lectura masiva.

De estas últimas, cabe destacar ‒por su sistematización de lo que hasta hace poco era “pura” espontaneidad youtubera‒ el proyecto lanzado por la Dante Society of America y la New York University, en conjunto con la región toscana y el municipio de Florencia. Se trata del convite a la lectura en masa de la Comedia: desde el 25 de marzo el mundo está invitado a recitar, en cualquier lengua, su terceto preferido y postearlo en #LeggiDante y #ReadMeDante. La única regla es que el recitado no tome más de 33 segundos. Constricción no menor si el regodeo del declamante con los versos es mucho, pero efectiva en su combinación de lo temporal y lo simbólico: esos 33 segundos quieren ser eco de la estructura tríadica de su obra, de su aspiración divina (que reproduce ese “tres” del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) encarnada en pura forma. En este 2021, todos podemos homenajear al vate teniendo, de paso, nuestros 33 segundos de gloria.

Gustavo Doré, 1857

Gustavo Doré, 1857

La nueva bibliografía no se queda atrás. Como la oferta turística y pop, tiende a desbordarse y desbordarnos. El volumen de Sanguineti es uno entre el medio centenar que se lleva publicado sólo en Italia en lo que va de 2021, y que ya alcanzó la cifra total de lo que sobre Alighieri salió, libro más libro menos, en 2020. De Dante se ofrecen al público los últimos descubrimientos ‒o tristes repeticiones de lo ya dicho; a quien lee queda el abismo de orientarse en la selva editorial, siempre “selva selvaggia e aspra e forte”‒ sobre la vida, la obra, la suerte y la actualidad. Una biblioteca que incumbe a la academia, pero que también se proyecta para todos. Signo es la flamante colección que La Repubblica, uno de los diarios de más circulación en Italia, acaba de lanzar con el eslogan “cinco volúmenes inéditos para conocer verdaderamente su genio”. Libros a precios populares, escritos por especialistas que cubren ‒y los títulos dan cuenta de las miradas actuales a su obra, de qué se mira y qué no‒ La invención de la lengua (Paola Manni), Por Patria el mundo (Marco Berisso), Beatriz y las otras (Elena Lombardi), Diablos, bestias, lirios y esmeraldas (Giuseppe Ledda) y El Sol, la Luna y las otras estrellas (Massimo Capaccioli y Sperello di Serego Alighieri). Si quien lee se quedó pensando en este último nombre, la respuesta es afirmativa: la colección no sólo está legitimada por el saber de los autores, sino también por un descendiente directo del mismísimo bardo.

Esta bienvenida dantemanía, sin embargo, no debería hacernos olvidar la distancia que media entre el Dante festejado de hoy y el no festejado ‒o leído‒ de otras épocas. Porque no siempre Dante fue Dante.

El recordado, el olvidado

Vuelvo a Fabbri y a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, donde, a principios de los 90, hizo una de sus Lecturae Dantis. Mi recuerdo es tan borroso que no sirve como testimonio casi de nada, pero cumple su cometido de unir ‒en nuestro relato‒ uno de esos momentos en que la anarquista formó parte de una práctica (y de una genealogía) tan arcaica como ilustre inaugurada por Giovanni Boccaccio, el primer lector profesional de la Comedia, entre 1373 y 1374, financiado por el municipio de Florencia. El escritor del Decameron se había ocupado previamente del autor, preparando una edición manuscrita de la Comedia y escribiendo su biografía, Trattatello in laude di Dante, pero no fue su primer exégeta, por cierto.

A “Dante y sus comentaristas”, Robert Hollander dedica un artículo de The Cambridge Companion to Dante (Cambridge University Press, 1993), en que afirma que “los primeros intérpretes de Dante casi no esperaron a que muriera para diseccionarlo”, explicando, a continuación, qué entiende con la referencia anatómica que parecía sólo una humorada: “En la historia de la literatura occidental, la glosa línea por línea estaba reservada para textos sagrados o textos seculares de autoridad incuestionable y antigua (por ejemplo, Aristóteles entre los filósofos y Virgilio entre los poetas). Para un poeta contemporáneo que escribe en lengua vernácula, recibir la atención que tuvo fue (y sigue siendo) nada menos que asombroso”.

Desde aproximadamente 1322 ‒es decir, un año después de la muerte que hoy recordamos‒ hasta 1340, Hollander fija los primeros y más importantes comentarios (dos por sus hijos Jacopo y Pietro Alighieri), a los que se suman, hacia finales del siglo y principios del XV, otros tantos que podemos pensar, junto con el crítico, de matriz medieval. La interpretación humanista ‒más filológica, más rigurosa‒ se comenzará a esbozar a finales del siglo XV y recorrerá el siglo XVI. Común a ellas ‒aunque, como dice con tino el crítico, son pocas las cosas que se pueden afirmar como verdaderas para “todas” ‒ es “el deseo de convertir el sentido literal de la Comedia en escenario para una comprensión alegórica”.

La euforia inicial se apagó en el último tercio del siglo XVI y el desinterés duró hasta el primero del siglo XVIII, un hiato crítico que coincide con el hiato en las representaciones visuales. Los intelectuales parecen haber seguido a Pietro Bembo en sus Prose della volgar lingua (1525), en el que concibió el modelo de lo que debería ser, de allí en más, la literatura italiana, estableciendo como patrón de la poesía a Francesco Petrarca y de la prosa a Boccaccio. En un período en que se sentía la necesidad de fijar modelos clásicos ‒acordes con el credo humanista‒, el plurilingüismo, cierta irreverencia y excesos dantescos quedaban fuera del juego.

Es a partir del siglo XVIII, y especialmente en el XIX, cuando resurge, en clave romántica, el interés por el florentino. Dante se transforma en ese período, y no antes, en el escritor de la Nación que conocemos. Se consolida ‒se vuelve visible‒ como el creador de la lengua que se habla en toda la península, de los ideales patrióticos, de una sólida ética política, en suma, como el mayor exponente de la literatura itálica y de una de las más complejas alegorías de la biblioteca occidental. De revisar la lectura alegórica se encargaría la nueva ola crítica inaugurada fuera de Italia en la primera mitad del siglo pasado, por Eric Auerbach y Charles Singleton; un foco todavía vigente, como demuestra el libro, fresco de la imprenta, Dante más allá de la alegoría, de Alberto Casadei (Longo, 2021).

En todo caso, en los 700 años que nos separan del autor y de sus tantas construcciones, no queda duda que el redescubrimiento romántico dejó marcado a fuego el Dante patriótico. Pues pese a que las voces críticas no han dejado de matizarlo y atacar equívocos, resulta difícil pensar en Dante y no pensar en la Nación. Y cuando se ataca al autor se ataca al país.

Una polémica actual

Quienes abrieron La Repubblica el 25 de marzo, comienzo oficial de los festejos dantescos, se toparon con un artículo que llamaba a la discordia regional: “Dante, el increíble ataque de Alemania: ‘Arribista y plagiador’”. Leyéndolo uno entendía rápidamente que la ofensora del genio no era, como anunciaba el título, Alemania, si eso fuera posible, o su máxima representante, Angela Merkel, mientras quemaba la bandera italiana, sino que quien había pronunciado las palabras injuriosas era sólo un individuo, el periodista Arno Widmann, desde las páginas del Frankfurter Rundschau. Y mientras el Quotidiano Nazionale limitó el agravio a su par (“Dante y el diario alemán: el durísimo ataque del Frankfurter Rundschau”), Il Messaggero replicó la mala nueva como “noticia de última hora” con un título que ponía en entredicho los mismos homenajes y, con ellos, podríamos decir, la Weltanschauung de la mismísima Nación: “Dante, un diario alemán al ataque: Italia tiene poco que festejar, era un plagiador”. Una embestida en la que rápidamente se involucró el ministro de Cultura, el demócrata Dario Franceschini, tuiteando un endecasílabo pronunciado por Virgilio justo en la entrada custodiada por Caronte: “Non ragioniam di lor, ma guarda e passa”, es decir “no hablemos de ellos, pero mira y pasa”.

La defensa patriótica de Franceschini alcanza todo su patético esplendor si la ponemos en contexto: estamos en el canto tercero del Infierno, donde se encuentran quienes pasaron por la vida sin pena ni gloria, los que no eligieron, aquellos que no serán jamás admitidos en el Infierno ni el Cielo. Cito, entre las posibles, la efectiva y armoniosa traducción en verso del rioplatense Bartolomé Mitre:

No tienen ni esperanza de la muerte,
y es su ciega existencia tan escasa,
que envidian de otros réprobos la suerte.

No hay memoria en el mundo de su raza:
Caridad y justicia los desdeña;
¡No hablemos de ellos; pero mira y pasa!

Tamaño ataque a la nación alemana, y a cada uno de sus ciudadanos, no se le ocurrió ni siquiera al líder de la muy derechista Lega Nord, Matteo Salvini que, siempre por Twitter, respondió con un ligero “Palabras increíbles e insensatas. Aunque le pese a este ‘periodista y escritor’, hoy festejamos con orgullo al Padre de nuestra lengua, símbolo de identidad, genio de las letras, grande entre los grandes de todos los tiempos. No toquen a Dante ni a Italia”.

El Infierno. Sandro Botticelli (1480–1495)

El Infierno. Sandro Botticelli (1480–1495)

Desde la prensa alemana, rápidamente, se desmintieron las acusaciones mencionadas, pues en ninguna parte, en realidad, se tacha a nuestro escritor de arribista o plagiador. Sin embargo, leyendo el texto de Widmann, de inequivocable tono áspero, es bien poco lo salvable. Porque la mordacidad cae si el furor polémico se enmarca en banales datos biográficos (como la aclaración sobre el nombre de Dante, apócope de Durante); se apoya en lugares comunes de manual (la poesía dantesca se inspiró en modelos provenzales); cita fuentes de 1919 para establecer la relación de la literatura dantesca con el mundo árabe (en concreto, el estudio del español Miguel Asin Palacios que, a diferencia de lo que implica Widmann, ha sido tratado y revisado por dantistas actuales, no olvidado ni silenciado); se refiere, gratuitamente, a las posiciones a “años luz” ‒cualquier cosa que el alemán entienda por eso‒ que dividen a Dante de Shakespeare; o, simplemente, erra. Entre las equivocaciones, su negación del rol clave del escritor en la formación del italiano moderno, sea a través de la Divina Comedia o de sus escritos teóricos, como De vulgari eloquentia e Il convivio. Precisamente de ahí parte el dantista Enrico Malato, profesor emérito de Literatura Italiana de la Università Federico II de Nápoles, como ejemplo de las “tonterías” presentes en el artículo, y en la misma tónica respondieron Luca Serianni, académico de la Crusca e dei Lincei, y su presidente, Claudio Marazzini.

Los políticos y los académicos ‒amén de las decenas de moderados o indignados anónimos desde las redes‒ no fueron los únicos en saltar. Cierro con el autor de best sellers Roberto Saviano que, hoy todólogo y omnipresente en los medios, también sintió la necesidad de salir rápidamente al ruedo, desde Il Corriere della Sera, para “develar” la falsa noticia y dar voz al alemán a través de una entrevista tan acrítica que poco agrega a lo dicho. Agrega algo, sin duda, a las maneras en que Dante circula en 2021, a las modalidades en que se lo usa para hablar de otra cosa o de uno mismo.

La(s) Comedia(s) en español

“Que no se engañe el lector: el texto que se presenta tras esta nota no se trata de la Divina Comedia de Dante, sino de una traducción entre las muchas (no infinitas) posibles de dicho texto...”, advierte Luis Martínez de Merlo en noviembre de 2013 a quienes leen su flamante traducción para Cátedra. La advertencia es tan feroz como sabia: pone el dedo en la llaga ‒para sintetizar una discusión imperecedera‒ sobre la tensión entre forma y contenido, sobre la especificidad de la literatura misma, hecha de ciertas palabras, con cierto orden, y no de otras. Una lectora o un lector, ante una traducción, no debería ilusionarse y creer que está leyendo al autor o el libro que aparece en la tapa, en letras grandes. Leerá siempre al traductor o la traductora, en su interpretación literal o libre. Es él o ella quien determinará si el texto ‒y, por lo tanto, la lectura‒ será en prosa o verso, si mantendrá los originales endecasílabos dantescos, cómo será el ritmo o las rimas, cuál será el léxico y el estilo.

Los hispanohablantes que no leían italiano pudieron atravesar el mundo ultraterreno, guiados por sus traductores, desde principios del siglo XVI. Piedra de toque fue la versión de Pedro Fernández de Villegas (precedida por la Marqués de Santillana, a mediados del siglo XV), impulsada en “el marco de una política imperial de los reyes católicos”, como advierte Cinthia María Hamlin en su artículo sobre las causas político-ideológicas de la traducción prehumanista de la obra de Dante en España. Desde entonces, en tantas, muchas, salsas, se leyó al florentino. Un repertorio, necesariamente incompleto, incluye a Jorge Aulicino, Antonio Babuglia, Ángel Battistessa, Ángel Crespo, Alejandro Crotto, Abilio Echevarría, Luce Fabbri, Claudia Fernández Speier, José María Micó, Antonio Jorge Milano, Bartolomé Mitre, Ignacio Montes de Oca y Obregón, Juan de la Pezuela, y Francisco Soto y Calvo. Desprovisto de juicios de valor, el muestrario no quiere sino dar cuenta de las múltiples opciones y que el lector y la lectora, con el original en una mano y, en la otra, una de sus traducciones ‒o varias o todas‒ haga lo propio: elija. Y festeje este aniversario, a su ritmo.

Cierro con otras palabras de Federico Sanguineti que le hubieran gustado a Luce Fabbri: “Dante, proletarius non classicus, el más antisublime de los poetas, es nuestro contemporáneo: Virgilio cantó armas y héroes (arma virumque); Alighieri, un migrante ‘llevado a distintos puertos y estuarios y playas por el viento seco que evapora la penosa pobreza’, exul immeritus, todo lo contrario, paz y mujer. Beatriz como Jesús, más que Jesús, en una teología de la liberación centrada en una figura Christi inédita, Cristo mujer. Teología anarquista, sin principio, in medias res: ‘En medio del camino...’”.