Es una variante creativa de la historia de Cyrano de Bergerac. Paul, un muchacho de buen corazón pero pocas luces, se enamora de Aster, la chica más popular de la clase y que es, además, una persona con sensibilidad artística y buena cultura humanística. Paul recurre a Ellie, la inmigrante china que es, por lejos, la más brillante de la clase y cobra para escribir las monografías de prácticamente todo el grupo. Ellie se pone a escribir las cartas y, luego, los mensajes de texto “de Paul” a Aster. Los mensajes provocan y conmueven a Aster. Pero, hete aquí, Ellie también está enamorada de Aster.

Aunque el clima y el tono de la película son los de una comedia romántica, la cosa es más compleja y algo desviada. No es que la historia de Ellie con Aster carezca de importancia o sea pateada hacia un costado. Pero hay algo aún más importante, que es la amistad entre Paul y Ellie. En su simplicidad, Paul es sincero, liso, no tiene vanidad, se siente seguro de las cosas sencillas a las que aspira, y aprecia los muchos talentos de Ellie. Sin las trabas implicadas por el espíritu filosófico/poético de Ellie, Paul está mucho más conectado que ella con cierta sociabilidad común. Son esas cualidades que van a inmiscuirse por las aperturas no resguardadas por las barreras de personalidad de Ellie para dar origen a un vínculo relajado, de confianza, de apoyo y protección mutuos, prácticamente el único que tiene esa muchacha solitaria.

No queda claro si el título original de la película, The Half of It (“La mitad de eso”), se termina refiriendo a toda la cadena de amores platónicos insatisfechos (Ellie hacia Aster, Paul hacia Aster, Aster hacia el supuesto Paul que en el fondo es Ellie), o a ese encuentro amistoso realmente entrañable.

Esa trama está contada con seguridad, frescura, gracia e imaginación. El visual es precioso y contribuye a destacar la profusión de temas y motivos que impregnan la película, cada uno de ellos articulado para enriquecer el desarrollo de la narrativa: los traslados de Ellie en bicicleta, Paul persiguiéndola a pie –y por esa vía termina siendo el futbolista mejor entrenado del pueblo–, el vínculo de Ellie con la música, las películas clásicas que el padre de Ellie ve en la televisión, los trenes y las ferrovías, las letras partidas por la mitad en los créditos, las pinturas de Aster y los chorizos que cocina Paul. Y la actuación de Leah Lewis es formidable (y además, qué voz divina que tiene, y no sólo al cantar).

Sin tratarse de una película “intelectual” o de esas que hacen name dropping para inflarse con aires de prestigio, está contada desde el punto de vista de una estudiante nerd, una tipa inteligente y curiosa enamorada de otra persona inteligente y curiosa. Así que hay un diálogo entre los asuntos de las monografías y los que aborda la película, corren nombres como Jean-Paul Sartre, Oscar Wilde y Platón, y hay alusiones que no integran el horizonte del espectador mediano y juvenil para el que suele estar pensado ese tipo de películas: quién fue Diego Rivera o qué era una Smith Corona.

Comedia, desencanto, sátira

Detrás del tono ligero, de comedia, la película transcurre en un entorno de desencanto. Nunca salimos del pueblito ínfimo (ficticio) de Squahamish, con sus horizontes acotados, donde al parecer ningún joven quiere realmente permanecer, salvo, justamente, para no abandonar a sus parientes que están aprisionados en el lugar porque no vislumbran opciones o, peor, porque efectivamente no las tienen. Buscar realizaciones más allá implica abandono, destierro y, en cierta forma, esa relación pueblito-metrópolis parece replicar los orígenes inmigrantes de las familias de la china Ellie Chu, la chicana Aster Flores y el centroeuropeo Paul Munsky. Esa relación pueblito-metrópolis funciona, además, como el emblema visible de otras oposiciones o posibles superaciones: de la adolescencia a la adultez, de preparatorios a la universidad, de las ilusiones del primer amor a la realidad de una vida amorosa accidentada e imperfecta; cada una de ellas, un progreso que deja al mismo tiempo una sensación de pérdida.

Pese al tono satírico con que se abordan diversas situaciones y personajes, la perspectiva no es nada destructiva y la película se diferencia sanamente de la altanería moral y de la óptica medio maniquea que a veces tiñe a las películas con una postura progre. Cuando Paul se percata de que Ellie es lesbiana, queda compungido porque ella es una pecadora y será castigada por Dios. No es una actitud homofóbica, que condena lo distinto por temor a los propios fantasmas y agrede sus incómodas manifestaciones para protegerse, sino que es, sencillamente, la actitud de alguien que fue educado con ese precepto y se apena, porque la quiere y esa noticia indica que –así lo supone– le va a ir mal. El padre de Ellie es víctima de una injusticia, derivada quizá menos de un prejuicio activo de la sociedad hacia el inmigrante que de cierta inercia que termina resultando en indiferencia, soledad, una vida opacada. Y hasta el personaje más parecido a un villano (el novio de Ellie, que es el chico popular de la clase) es un tipo bastante deplorable pero que no parece tener mal corazón, es decir, no llega a constituir un villano, no recibe castigo y no deseamos que lo reciba.

Todos los refinamientos de forma y de conceptos no quitan que la película exista dentro del marco de la comedia romántica. No se limita al género, pero trasunta una enorme alegría de desempeñarse en sus límites. Buena parte del sentido de la experiencia está en disfrutar, en vibrar por identificación con los jueguitos de la seducción, con los enamoramientos, con los desencantos (extendidos aquí, además, hacia la preciosa historia de amistad, aparte de la de amor romántico). Y cada tanto aparece uno de esos clichés, realizados sin ninguna vergüenza. Creo que hay tres o cuatro momentos de esos en que un personaje se aparta pero el que se queda lo llama, el otro se detiene y mira, y el que se queda dice algo emotivo.

El discurso sobre la pintura (la importancia del trazo decisivo) luego se usa como moraleja para decisiones clave en la vida. Y está la escena de la iglesia, que podría dar vergüenza ajena en otro contexto, pero aquí, siento, es más bien una afirmación identitaria: soy de Squahamish, soy nerd, soy lesbiana, soy comedia romántica.

Si supieras (The Half of It). Dirigida por Alice Wu. Con Leah Lewis, Daniel Diemer, Alexxis Lemire. Estados Unidos, 2020. En Netflix.