La Tabaré es una banda sui generis dentro del rock de Uruguay, por varios motivos. Hay uno meramente cuantitativo: a lo largo de sus más de 35 años de carrera pasaron como 35 músicos por el grupo, siempre con Tabaré Rivero, su líder, cantante y compositor, como único miembro eterno –por algo se llama La Tabaré–.

El otro motivo –más importante– es cualitativo. Siempre fue una rareza estética, comparada con la media del rock local, por su mezcla desprejuiciada de géneros y timbres, dados por instrumentos usualmente ajenos al rock –como el matófono–, y por tener a una mujer como vocalista destacada –algo más común hoy, pero rarísimo en el rock posdictadura–. Pero, sobre todo, por su puesta en escena, en el sentido más teatral de la expresión, dado que Rivero es, antes que nada, actor, por eso alguna vez definió el estilo de su banda como “teatrock”.

Luego de los primeros dos discos del grupo, Sigue siendo rocanrol (1987) y Rocanrol del arrabal (1989), en los que había tintes teatrales –como los pequeños soliloquios entre canciones, las “misceláneas” y la impostación interpretativa–, la banda publicó Placeres del sado-musiquismo (1992). En ese álbum, Rivero y compañía profundizaron más la veta teatral: le dieron un hilo conceptual unificador, grabando algunas canciones de las dos operetas realizadas por la banda (otra rareza en el rock uruguayo), La ópera de la mala leche (1990) y ¿Qué-te-comics-te? (1992), y la producción musical terminó de redondear la escenografía –efectos de sonido por aquí y por allá–.

Así las cosas, el licenciado en Comunicación Marcelo Rodríguez Arcidiaco, que en 2012 publicó una biografía de Eduardo Darnauchans, Entre el cuervo y el ángel (Perro Andaluz), decidió centrarse en ese álbum clave en la discografía de La Tabaré, con el libro que lleva por título ¿Quién dijo que no había poesía en el rocanrol? Placeres del sado-musiquismo o La tercera es la vencida en la carrera de Tabaré Rivero.

Además de apoyarse en la bibliografía existente, que incluye 10 años de éxito al dope (1996), libro de Rivero, el autor entrevistó a más de una quincena de personas, empezando por el líder de la banda y terminando por los músicos, actores y afines que estuvieron involucrados en la creación de Placeres del sado-musiquismo.

Entre ellos cabe destacar el testimonio del músico Rodolfo Bier, mejor conocido como Rudy Mentario, que fue una pieza clave del grupo en sus primeros tres discos –al principio como bajista, al final como guitarrista–; en 1992 emigró a Brasil y falleció en octubre de 2020. De la friolera de músicos que pasaron por la banda, se trata del que tenía un aura más misteriosa y de “personaje”, con su bombín a lo Magritte y sus lentes de sol. Los testimonios, tanto de él como de sus excompañeros del grupo, nos permiten acercarnos más a la persona y también a su rol en La Tabaré.

Hacete dark

El libro tiene 140 páginas y la mitad se la lleva el recorrido de La Tabaré desde sus inicios hasta el disco en cuestión. Esto implica muchos entretelones –en todos los sentidos–, como las idas y vueltas con las cantantes –que luego serían otro sello de la banda– y el zeitgeist musical del Uruguay del segundo lustro de la década del 80, pero sobre todo de principios de los 90, en el que se cultivó Placeres del sado-musiquismo, cuando el rock vernáculo pasó de la efervescencia desbordante al goteo exiguo –con la notable excepción del éxito de Níquel–.

Por ejemplo, el autor cita un breve texto incluido en el librillo del disco, que antecede a la letra de la tercera canción, “No”, y pinta de forma bastante ilustrativa el paisaje del rock –y más allá– uruguayo de principios de los 90: “En este lugar no hay sponsors, no hay publicidad, no hay rayos láser, aquí no se habla en dólares sino en pobres pesos, aquí no hay tecnicismo sino rabia, aquí no hay contracultura porque no hay cultura, aquí no hay rock’n roll sino rocanrol, aquí no hay nada más que ¡No!”.

Como Rivero siempre fue el faro artístico del grupo, hay un capítulo, titulado “Tabaré a través de otros”, dedicado exclusivamente a que sus excompañeros de banda cuenten sus experiencias y pareceres sobre él, que sirve como interludio para llegar a la segunda mitad del libro, en la que el autor se mete de lleno en cada canción, con un análisis bastante detallista e ilustrativo. En esa parte, además de que también marca presencia Rivero –obvio– contando las intenciones, inspiraciones y repercusiones de sus canciones, sobresale el testimonio del musicólogo Gustavo Goldman, que aporta una mirada sobre las canciones desde el ojo estrictamente del lenguaje musical (métrica, armonía, etcétera), que resulta muy lúdica, especialmente si se lee con el disco a mano.

Lo único flojo del libro lo encontramos en el terreno formal de la escritura, con una prosa un poco desprolija que se suma a cierto descuido de las reglas básicas de estilo y no hacen un buen combo. De todos modos, esas fallas no hacen mella en el contenido como para que resulte menos interesante. Se deja leer, nos pone en contexto, brinda información, anécdotas de color, detalles lúdicos y, en definitiva, nos hace (re)descubrir aquel gran disco de La Tabaré y la pasión por la creación que se esconde debajo del torbellino de rabia del líder del grupo. De paso, recordamos una de las frases más célebres de Rivero, del final de la canción “Qué suerte (la muerte está de moda)”: “Si crees que el fin del milenio es un tiempo light, / comprate un burro y hacete dark”.

¿Quién dijo que no había poesía en el rocanrol? De Marcelo Rodríguez Arcidiaco. Perro Andaluz, 2020. 140 páginas.