Los que escribimos sobre cine solemos recibir quejas por parte de los lectores por el uso indiscriminado de anglicismos. Generalmente nos acusan de una suerte de esnobismo de estilo o, peor, de cipayismo cultural. Pero es innegable que la naturaleza proteica del inglés a veces da con términos que concentran imágenes muy efectivas. Así, cliffhanger logra conjugar en un solo término la figura de una persona agarrándose con sus últimas fuerzas al borde de un risco, solo para que venga un fundido en negro que nos prepara para otro capítulo o la odiosa tanda publicitaria.

El cliffhanger es un producto netamente televisivo (aunque quizás podría remontarse a los folletines por entregas que lo precedieron), ligado a jugar con las ansiedades del espectador para garantizar su fidelidad. Vemos al protagonista en una situación límite o en una nueva revelación y sabemos que tendremos que esperar una semana para averiguar qué sucederá.

Las nuevas plataformas online habilitaron un estilo de visualización en el que no es necesario este estilo narrativo. Ya no es obligatorio explicar qué pasó antes, ni agarrar del cuello al espectador, porque posiblemente esa persona esté tirada en la cama, demasiado lejos del control remoto como para hacer que la serie se detenga.

Si nos regimos por este cambio de paradigma, Mare of Easttown es una serie vieja escuela (evitemos el mucho más atractivo término old school), en la que la textura narrativa es algo como un denso macramé de cliffhangers entrelazados con otros cliffhangers. Esto no es necesariamente malo, aunque hay algunas situaciones donde giros y sorpresas se deben más a una retención de datos por parte de los creadores de la serie que a un súbito cambio de algo que siempre había estado ante nuestras narices.

En la serie seguimos a Mare (Kate Winslet), una policía de vida más caótica que precaria, que lidia con los fantasmas del suicidio de su hijo mientras intenta resolver el asesinato de una chica que tiene extrañas reminiscencias con la desaparición irresuelta de la hija de una amiga.

Podríamos decir que “irresuelto” es el adjetivo clave de todo lo que ocurre, no solo con la vida de Mare, sino con la vida comunal de Easttown, el pequeño pueblo del corazón de Pensilvania. Las adolescentes se embarazan de forma temprana, los adultos no tienen las cosas mucho más claras y todo parece estar barnizado por una espesa pátina de desolación, desempleo, alcoholismo y consumo de opiáceos (un mal endémico del centro de Estados Unidos, retratado con crudeza en el documental Oxyana -Sean Dunne, 2013-, que trataba sobre los estragos producto de la la prescripción irrestricta de oxicodona en West Virginia).

La casa de Mare es, en sí, un modelo a escala de este malestar poblacional: por cuestiones económicas, en el frente de la casa viven ella, su madre, su hija y su nieto (con la custodia obtenida debido a la drogadicción de la mujer de su difunto hijo), mientras que en el fondo reside su ex esposo con su nueva mujer y un constante entrar y salir de familiares y vecinos.

Lo comunal y lo endogámico son la principal fuente de recursos narrativos de Mare of Easttown. La premisa principal sería “cómo ser una policía que busca la verdad en un pueblo donde todos sus habitantes bordean el parentesco sanguíneo, y donde un secreto puede disparar esquirlas por todos lados”. No es muy novedoso (el show es todo menos novedoso) después de series como Twin Peaks o el cúmulo de producciones escandinavas que siempre parecen tratar la dinámica paroxística de “pueblo chico, infierno grande” con una gran predilección por los entornos boscosos y/o deprimentes.   

Si hay dos series a las que se parece Mare of Easttown es a la islandesa Trapped y a la adaptación estadounidense de la danesa The Killing. El personaje de Mare tiene un montón de elementos similares a los de la incansable detective Sarah Linden, pero con una pequeña diferencia: mientras la protagonista de The Killing estaba movida por una obsesiva búsqueda de la verdad que la hacía descuidar todos sus vínculos, la detective de Mare of Easttown emprende esa búsqueda debido a un elemento derivado de su mismo drama personal y social, de un mundo entero que no puede contener ni entender. Las dos terminan en el mismo lugar (mártires), pero mientras a una la guía una fe ciega, casi adictiva y maquinal, la otra llega a ella tras un complicadísimo malabarismo entre sus falencias, sus defectos y sus mismos secretos.

El pistón que mantiene en funcionamiento a toda la compleja maquinaria es la actuación tan contenida como espectacular de Kate Winslet. Los aficionados a las actuaciones oscarizables (o en este caso, grammyficables) suelen apostar a los terrenos más extremos de la condición humana. No es casualidad, así, que triunfen actuaciones en las que prima la locura, la psicopatía o el pathos extremo. Sin embargo, Winslet logra darle hondura y autenticidad a una sensación mucho más mundana, pero por lo general más banalmente representada: el cansancio. Todos los días Mare se levanta por una nueva llamada, una nueva emergencia que puede ser una confusión o altercado ridículo entre viejos, y uno casi puede sentir de manera táctil el peso del día desplomándose sobre ella, el frío y lo absurdo de todo lo ajeno a las sábanas y la frazada. Mare toma café, bebe cerveza, trata de hacer su trabajo, pero el cansancio es otro, uno más cercano al de “I’m too old for this shit” (“estoy demasiado viejo para esta mierda”) que usaba Danny Glover como latiguillo en Arma Mortal, solo que elevado a una dimensión pura kantiana. Uno la ve soltarse el pelo para una cita y de alguna forma uno sabe que se lo lavó, que podría no habérselo lavado, pero que justo antes de probarse la ropa ante el espejo se dijo a sí misma “supongo que voy a tener que lavarme el pelo, la puta madre”. Bajar por las escaleras y luchar entre sus ganas de querer gustarle a su nueva cita y sus deseos de quedarse metida en la cama por una semana entera parece por momentos más heroico que resolver todos los casos de chicas perdidas en la historia del pueblo.

Así, la serie encuentra sus mejores momentos en estos espacios conectivos entre los cliffhangers, vueltas de tuerca (a veces demasiadas) y los señuelos que riegan los creadores del programa. Hay más verdad en Mare intentando secarse un yeso tras caerse en un río, que en la escena anterior, donde su zambullida al río fue crucial para intervenir en un intento de asesinato.

Toda la vitalidad de esa invitalidad está ahí, en el tejido conectivo, en los retratos de un pueblo que encontró su entropía en el sistema cerrado del desempleo y la endogamia, en sus ritos, en sus estaciones de servicio, en sus bares genéricos o de mala muerte, en sus tiempos muertos y en lo absurdo del día a día. Una serie sobre asesinatos, donde lo más jodido y difícil es la voluntad de vivir.

Mare of Easttown, de Craig Zobel. Con Kate Winslet, Julianne Nicholson, Jean Smart, Guy Pearce. En HBO.