Antes, vos te sentabas a escuchar un disco de 45 minutos, una hora, y ahora ese tiempo se lo dedicás a ver una serie. Para una canción, de repente, tenés dos minutos, y ya enseguida pasás a otra cosa.

Edward Norton Lorenz (que con el segundo apellido acotó la búsqueda en la web) imaginó alguna vez que el aleteo de una mariposa en algún lugar de Brasil podría ocasionar un tornado en Texas (lo siento, este texto no pretende el rigor de lo que escriben los colegas de Ciencia). Así, un señor cualquiera toma, un día también cualquiera de principios del invierno boreal de 2019, una sopa de murciélago fresco comprada en el mercado de Wuhan, al poco tiempo tiene síntomas de tremebunda gripe y su tos se desparrama por el mundo (esto es una hipótesis, como casi todo lo que se escribe hoy en día). Un año después, un tal Diego Traverso, 19.000 kilómetros más acá, saca un disco.

Diego Traverso siempre fue un hombre en una banda. Quienes transitaron el under y tienen su dosis de memoria lo recordarán de Lenny Valentino, al filo de los 2000, y más acá en el tiempo como guitarra y voz de Santé Les Amis, esa locomotora. Sorprende, entonces, o no, que durante la pandemia season 1 empezaran a aparecer algunas canciones firmadas por él en solitario.

Sorprende también, o no, por el espectro calmo de esas canciones, que poco tienen que ver con el hardcore o el emocore de los comienzos y la mezcla de punk y discoteca de los años Santé. Es claro que los 25 años, en general, no duran para siempre, y es saludable que así sea. Y que uno, Diego Traverso, usted, yo, cualquier vecino, no suele anclar la oreja (el corazón sí, a veces) a los estímulos de las juventudes.

Pero, a ver, no hubo sorpresa para Traverso, que ya venía rumiando la idea de salir con lista propia, con canciones que sentía tan suyas que le exigían más que poner el cuerpo. Entonces, cuando se cocinaba la sopa en Wuhan, cuando la mariposa aleteaba, cuando en un rincón del océano interminable el agua hacía silencio, él ya sabía, ya creía (ya quería) que la música que crecía en su cabeza y desbordaba papeles tenía que dejar una huella.

Esas canciones, hijas de la necesidad y la casualidad, se amasaron en la cocina de Traverso y aparecieron hace unas semanas en El silencio del agua (independiente, 2021), su debut como solista y hombre orquesta.

El silencio del agua no tiene, entonces, desenfreno rítmico, guitarrazos ni aullidos hedonistas. Tiene, sí, un acento medido, que no llega a explotar, a cargo de una caja de ritmo de raíz ochentosa, y un sonido crepuscular, a veces opaco y susurrado. Y tiene, también, la particularidad de sonar como si, antes de que un señor saboreara su sopa en un lugar de la China, Traverso, 19.000 kilómetros más acá, ya hubiera percibido el aleteo de la mariposa.

Sos un tipo al que uno siempre asocia con una banda. ¿Cómo es esto de hacerlo todo solo?

Lo bueno de hacerlo solo es que lo hacés solo. No tenés que estar “negociando” con nadie en todo lo que implica el proceso creativo. Y lo malo es que no tenés que negociar con nadie. Era algo que necesitaba. Antes del último disco de Santé Les Amis ya había empezado a dejar algunas composiciones en otra carpeta. Tenía una necesidad. Creo que también para descomprimir el proyecto que en ese momento era la banda. Y fue una experiencia súper rica. Además, me dediqué a componerlo y a tocarlo todo. No tuve músicos invitados. Igual, esto es algo así por el momento. Capaz que en el próximo disco la composición es más colectiva, invito a gente a componer conmigo.

Pero es más responsabilidad.

Sí. Igualmente, hoy en día, con las computadoras, es más sencillo. Pero sí, a veces notaba que podía invitar a un baterista, por ejemplo, que le podía agregar algo que yo no tengo. Pero fue pasando el tiempo y resolví hacerlo yo, y que saliera lo que saliera. En ese sentido es un disco sincero, es lo que pude hacer. Después de tanto tiempo tocando con banda, necesitaba algo que fuera mío. En todos los proyectos en los que toqué está lo bueno de lo colectivo, donde todo el mundo aporta, pero necesitaba un espacio para mí solo, y de ahí salió este disco.

Tocar un instrumento que no es el tuyo le puede dar una originalidad, una inocencia.

Sí. Lo que más me costó fueron las baterías y las percusiones. Me compré una TR08, que es una versión actual de la Roland 808 de los 80, un modelo vintage que me trajo un amigo de Estados Unidos. Cuando me llegó supe que tenía resueltas las baterías. Es una máquina limitada, no tenés el fill de alguien tocando la batería pero, si te sentás y la programás, le podés dar un buen sonido. Sí sigue siendo un sonido de los 80. Charly grabó Clics modernos con batería electrónica. Yo pensaba en eso: es un instrumento. Te limita, pero te da posibilidades.

Cuando compuse el disco metía algunas bases con la idea de, después, hacerlas tocar de nuevo. Pero después grababa arriba de esas baterías, y en un momento ya no podía poner nada encima de eso, porque había hecho toda una serie de arreglos que no lo iban a permitir. Tenía que volver atrás, así que lo dejé así. Yo quería que fuera un disco simple en los arreglos y en la instrumentación. Que fuera batería electrónica, un bajo, guitarra, voces y algún teclado. Esa era la premisa. Hacerlo simple y grabarlo rápido. Me puse a trabajar y empecé a ver más detalles en los arreglos, y no quedó tan simple, pero la raíz era esa.

¿Buscaste deliberadamente marcar una diferencia respecto del sonido de Santé?

Esto es más intimista. Yo sabía que esto iba a ser distinto a Santé, por la forma de componer, yo solo, en mi casa. Si estás tocando con una batería al lado, que tiene un volumen descomunal, tenés que tocar de otra manera. En Santé era así, era la idea de la banda. En este caso, como componía con la Roland, los temas adquirieron una personalidad más calma, y dejé que fluyeran así. Que saliera lo que saliera, tratando de ser sincero con eso. Si iba para otro lado, como que no estaba siendo muy sincero con las canciones. Ahora, como estoy ensayando con banda, tienen otra personalidad. Y algunos temas suenan más grooveros, más pesados, más rápidos. El “en vivo” es otra cosa.

Además de lo musical está lo lírico. Las letras de Santé iban por un lado más “físico”, si se quiere, y este trabajo es más “mental”.

Sí. Capaz que es más reflexivo, y el tempo de los temas ayuda. No son tempos vertiginosos. No busqué eso, me salió así y dejé que pasara. También es cierto que, cuando empezamos Santé Les Amis, yo tenía 27 años, y acabo de cumplir 41. Supongo que las cosas que me están pasando y cómo veo la vida son distintas. Por eso el disco tiene ese mood, me parece. Capaz que el disco que viene va para otro lado, no lo sé.

¿La edad tiene que ver con el sonido?

No sé si la edad. Creo que lo que tuvo más que ver fue la forma de componer, solo. Porque uno solo regula los volúmenes, va por otro camino. A fines de los 90, con el Nico [Demczylo, ex Santé Les Amis, hoy en Hablan por la Espalda], teníamos una banda que se llamaba Reflexión a Tiempo. Escucho ahora un casete que tengo de esa época y parece Los Crudos. Después vino Lenny Valentino, mucho más colgado, y después Santé. Nunca se me había pasado por la cabeza grabar un disco solo. Y ahora dije que sí.

Decís que ya guardabas canciones para vos en los días de Santé, que, además, se separó habiendo sacado un disco celebrado por el público y la crítica. ¿Qué pasó?

Es un tema de visualización del proyecto y qué lugar ocupa en la vida de cada uno. Si eso no es compatible, o uno se baja del proyecto o se disuelve la banda, que fue lo que pasó en este caso. Creo que, en cualquier emprendimiento que uno haga en la vida, si es colectivo, llega un momento en el que empieza como un juego, o se pone de verdad o nos quedamos ahí. Es un momento crucial. Y ahí, en esos momentos, siguen se profesionalizan o se mueren. En el caso de Santé Les Amis se murió, pero fue lo que quisimos hacer. Y antes de eso ya venía yo con este espíritu, porque quería descomprimir, por lo menos, mi energía dentro de la banda, y sacar canciones mías por otro lado, como una forma de no cargarle tanta energía al proyecto, sacar mis ganas por otro lado. En Santé todo demoraba mucho, y yo quería sacar un disco mío, por las mías. Grabarlo solo, que fuera rápido, y al final terminó siendo esto, que me llevó mucho más tiempo que lo que pensaba.

¿Necesitás tener siempre un proyecto importante?

Por mi salud mental, sí.

¿Permeó el espíritu de la pandemia en el disco?

La obra ya estaba terminada. “Oferta”, dice, “peligro de muerte los viernes”… Yo la había escrito hacía mucho tiempo, y con la pandemia agarró otra significación, porque incluso la conferencia famosa fue un viernes... Pero tampoco sé de qué habla el disco. Hay, sí, como una llamada a la acción, a aprovechar el tiempo.

Es un disco visual: hay colores, texturas, objetos presentes.

Sí. Cuando compongo, generalmente hago primero la música y después la letra. Generalmente, a partir de la música, con eso que me genera, trato de pasarlo a palabras. A veces me gustaría hacerlo al revés, porque siento que, de esa manera, la letra se defiende mejor por sí sola. Es más: he escuchado a Fernando Cabrera decir que, a partir de la letra, termina haciendo la música. Lo he visto en los discos de Patricia Turnes también, que tiene unas letras muy buenas. Ellos parten de la letra, y yo voy desde la música. Lo que tiene el lenguaje musical es que es ambiguo, y eso me gustaba que estuviera en las letras. Creo que algo que me gusta del disco es esa ambigüedad, que no es triste ni alegre, ni muy para arriba ni para abajo, que tiene un espíritu ni luminoso ni oscuro: opaco.

¿Fue pensado como un álbum o grabaste las canciones que tenías?

No es un disco conceptual, pero lo pensé como un conjunto de canciones, que tuviera cierta armonía, cierto equilibrio. Vivimos en la época de los simples, pero creo que mucha gente quiere escuchar los discos. Tampoco es una novedad. La música, en general, está pasando por un momento raro, y es que la atención que la gente le dedica a la música ahora no es la que le dedicaba antes. Eso no significa que sea bueno o que sea malo: es distinto. Antes vos te sentabas a escuchar un disco de 45 minutos, una hora, y ahora ese tiempo se lo dedicás a ver una serie. Para una canción, de repente, tenés dos minutos, y ya enseguida pasás a otra cosa. Estamos en una era de inmediatez, todo tiene que ser rápido, tiene que haber un estribillo a los dos minutos, porque si no la gente cambia, y a mí no me sale. No es que no quiera, no me sale. Entonces, hay canciones que son como una invitación a entrar a ese lugar más crepuscular.

Diego Traverso presentará las canciones de El silencio del agua el 20 de agosto, a las 20.00, en Sala Camacuá. Entradas a la venta en tickets.uy. Artista invitada: Bárbara Jorcin.