El viernes, Manolo Nieto presentó, junto a parte de su equipo, su tercer largometraje, El empleado y el patrón, en la Quincena de los Realizadores de esta 74ª edición del Festival de Cannes, ante un público internacional que lo recibió con fervoroso entusiasmo.

Cine de rara solidez, de exquisita belleza y, sobre todo, del que interpela al espectador, que obliga a pensar, que perturba y también, a veces, maravilla. Nieto filma un universo que conoce muy bien, y lo hace con excepcional maestría.

El film remite desde el título a la lucha de clases, pero es justo decir que hay mucho más que este tema que planea sobre él; esto no es declamación ideológica ni cine de denuncia: es cine. Cine mayúsculo.

El patrón, Rodrigo (el excelente Nahuel Pérez Biscayart), es un joven que heredará los campos de su padre, de los que ya se ocupa bastante. Además tiene una pareja, Federica (Justina Bustos, perfecta en el rol), y un bebé de algunos meses. Desde el comienzo, incluso en momentos en que debería vérselo tranquilo y contento, Pérez Biscayart compone, con pequeños gestos y miradas, un personaje tenso y, quizás, atormentado. El empleado, Carlos (Cristian Borges, que no es actor, aunque su presencia y su mirada penetrante impiden que lo sepamos), aún más joven que el patrón, está casado y tiene también una hija bebé, así que cuando Rodrigo le ofrece trabajo, acepta, porque necesita la plata. Quizás el film ya esté señalando, desde el casting, una diferencia, a partir de dos registros distintos de interpretación, porque todos los personajes del entorno del empleado son no actores, oriundos de pueblos de los alrededores de las locaciones de la película, mientras que el patrón y su entorno están encarnados por actores de mucha trayectoria y peso, como Nahuel Pérez Biscayart –con más de 20 largometrajes en su haber y con proyección internacional fruto de un gran trabajo: ya en 120 pulsaciones por minuto (2017), de Robin Campillo, debió haberse llevado la Palma de Oro a mejor actor– o el argentino Jean Pierre Noher, que encarna al padre.

Nieto elige ese rincón del país, muy cerca de la frontera con Brasil, donde el cielo azul es inmenso. La amplitud verde del paisaje, la delicada agitación de los sauces y los eucaliptos, los caballos al trote en el horizonte, el ritmo lento de los trabajos del campo son elementos que aportan al universo de la película una falsa calma, como si los personajes no pertenecieran a esa belleza.

A partir de una tragedia que sacudirá pronto la vida de todos, las relaciones entre las familias del patrón y del empleado se enturbiarán aún más.

El guion es perfecto al dibujar ese entramado de personajes, con sus dobleces y sus ambigüedades, pero también lo es la cámara cuando busca repetidamente seguir su propio camino en forma paralela a la narración. Parece tan interesada en la dualidad de clases como en el entorno, incluyendo al sonido, como si captara las fuerzas invisibles que terminarán obligando a todos a comportarse de cierta manera, debido a –o a pesar de– su relación laboral y su entorno social. El empleado y el patrón propone, a su manera, redibujar las cartas del código de relaciones de dominio y explotación que rigen como leyes de hierro las relaciones laborales y humanas. El resultado es de una exquisita precisión. Hay reverberaciones del cine que muestra las fallas en el terreno que, ineluctablemente, genera el conflicto de clases. Pero “ceci n'est pas un film sur la lutte de classes”, insiste Nieto, aunque a todos nos parece un guiño a Magritte. Desde la raigambre ya marxista de su anterior película, El lugar del hijo (2013), que sacaba a la luz las contradicciones de un sistema capitalista casi feudal, hay un recorrido interesante que va del desclasamiento del protagonista anterior a la aceptación de su rol en esta. El empleado y el patrón trasluce una desesperanza que difícilmente pueda no ser consciente, y para entenderla hay que observar con atención los muy sutiles pero elocuentes gestos de los protagonistas: hasta una semisonrisa final, apenas esbozada, puede explicar mucho.

Con este, su tercer largo, Manolo Nieto se inscribe en la lista de los realizadores del cine latinoamericano más reciente que han alcanzado el reconocimiento de Cannes. Y ahí están desde los mexicanos Amat Escalante y Carlos Reygadas hasta la argentina Lucrecia Martel, de los que su cine se siente cercano. La película merece ser premiada. Ojalá.

Alejandra Trelles, desde Cannes.