Luego del disco Fan fatal, Alaska y Dinarama, uno de los grupos más importantes de los 80 españoles, se disolvió. Su cantante, Alaska, y su bajista, Nacho Canut, formaron entonces Fangoria, una banda que desde el primer momento fue en busca de un sonido más electrónico y electropop. Cuando, a fines de 1990, grabaron su primer disco, Salto mortal, ya eran una de las bandas más importantes de la noche madrileña. El disco salió finalmente en 1991, con una difusión accidentada y problemas con la discográfica que, igualmente, no impidieron que Fangoria se transformara en una de las bandas de electropop en español más importantes del fin del siglo pasado.
Hay en ese primer disco de Fangoria un aire de época, por más que tanto el dúo como la música pop de esos años se puedan ver como burbujas fuera de contexto o evasivas. Sin embargo –aunque no de forma evidente, porque las letras parecen ser universales y atemporales–, es en la extraña combinación de oscuridad y luz que se puede apreciar esa permeabilidad. Desde los primeros proyectos de la dupla Alaska y Nacho Canut había una marcada tendencia a lo oscuro, al pesimismo, al no future, muy punk al principio, en la época de Kaka de Luxe o Alaska y los Pegamoides, más pop en la de Dinarama, pero oscuridad al fin. En la etapa de Fangoria esa oscuridad se va engrosando además con referencias al gore y al horror, y no sólo desde el propio nombre del grupo.
Sin embargo, en Fangoria empieza a colarse cierto aire optimista y luminoso que no sólo se puede atribuir a la madurez de los artistas, sino también al clima de época. El cambio de los 80 a los 90 se dio en España con cierta calma y estabilidad, algo a lo que los españoles, habituados a décadas de dictadura, no estaban acostumbrados. Cierta libertad de expresión, una convivencia aparentemente pacífica, crecimiento económico, progresiva reeuropeización del país, y cierto aire de optimismo que se respiraba en el continente a partir de la caída del Muro de Berlín y del bloque soviético brindaban una aparente sensación de felicidad y tranquilidad a los españoles, o al menos a los de las ciudades, ya que los pueblos de la llamada España profunda seguían sumidos en la pobreza y el aislamiento. Digo aparente porque, como el tiempo lo demostró, el optimismo en torno al mundo capitalista triunfante e incluso a una tercera vía de izquierda liberal, planteada por Anthony Giddens, demostró ser en el fondo una máscara de legitimación para un modelo igual de opresivo, e incluso menos tolerante y más desigual e injusto que el anterior.
En España, además, la primavera socialista comenzaría a derrumbarse, con escándalos de corrupción (en el momento en que salía el primer disco de Fangoria, el vicepresidente Alfonso Guerra renunciaba, acosado por un caso de corrupción que involucraba a su hermano), crisis económica, desempleo y medidas muy alejadas de las que se podía esperar de un gobierno socialista, sobre todo en lo económico, lo que se sumaba al progresivo crecimiento de la derecha liberal del nuevo Partido Popular y a una fragmentación social que quedó en evidencia con el resurgimiento de jóvenes skinheads que perpetraban ataques nocturnos y con la discriminación de los inmigrantes, la transfobia, los atentados de ETA, entre otros hechos.
A pesar de todo, la sensación era de optimismo o, al menos, de estar en una burbuja en la que no pasaba nada malo y se podía estar por fuera de los problemas. Ese optimismo también estuvo desde el principio en la propuesta de Fangoria, y uno podría pensar que era porque se trataba quizás del proyecto más pop de Alaska-Canut, y el pop también es un poco eso. Pero no mencionar que el contexto favorecía esa luminosidad sería un error.
Demasiado rápidos para el sistema
Con Fangoria también comienza a escucharse un sonido más universal o, mejor dicho, un sonido que tiene en la naciente globalización de principios de los 90 una de sus influencias mayores. Una vez consolidado el poder del mundo capitalista y las reglas de juego marcadas por un mercado creciente y totalizador, se empiezan a dar en la música dos fenómenos. Por un lado, una especie de homogeneización, causada no sólo por el hecho de que al mercado le resulta más rentable y vendible un producto universal, sino porque el acceso a la música se facilita tremendamente, permitiendo conseguir, al menos en los países desarrollados, música de cualquier lado casi en el instante de su salida al público. Por otro lado, se da el proceso de fagocitación de movidas alternativas o marginales. El mercado ya no rechaza las propuestas que van contra su sistema o que pretenden permanecer fuera de él, sino que su nueva estrategia consiste en integrarlas, volver vendible también lo alternativo, esta vez como una etiqueta más dentro del catálogo de la industria. Estos dos procesos comienzan a verse en Fangoria y en otras bandas que provenían del under o de movidas más independientes. Los artistas no lo tuvieron fácil en esa transición. Sin ir más lejos, la difusión de Salto mortal fue muy problemática, por no decir espantosa. La discográfica no estuvo de acuerdo con que la banda tomara algunas decisiones por su cuenta, tal como hacían antes, y prácticamente boicoteó el disco, largándolo en forma de singles, a tal punto que, hasta la reedición de 2002, Salto mortal era una rareza inhallable.
Nada de lo planteado busca quitarle valor al proyecto artístico de Fangoria, sino comprender el contexto en el que estaba inserto y los cambios con respecto a Dinarama. El mayor mérito, quizás, de Fangoria, fue que logró consolidar un camino de etapas muy distintas, pero sin abandonar nunca las etapas anteriores. Los cambios de piel no fueron abandono sino superposición: por un lado, las nuevas búsquedas, ya presentes en Salto mortal, de un mayor hedonismo y un sonido más electrónico que integraba el house y el electropop de distintas partes del mundo; por otro, las referencias y el universo manejados antes con los Pegamoides y Dinarama. Igual se podría aventurar que esas nuevas búsquedas fueron, quizás, las que marcaron las diferencias con Carlos Berlanga, el otro líder de Dinarama, porque el disco en el que se esbozan esos nuevos caminos, Fan fatal, es el último con Berlanga, quien luego inicia su etapa solista con un sonido y unas búsquedas bien distintas de las de Fangoria.
Los caminos tomados por Fangoria, entonces, eran, por un lado, los del pop alegre con reminiscencias electrónicas, como el de B-52’s, principalmente a partir del disco Whammy!, de 1983, o de Dee-Lite en canciones como “En el cielo” o “Hagamos algo superficial y vulgar”; por otro lado, los del house, que desde fines de los 80 había copado Europa con expresiones tan diversas como la de Samantha Fox, Technotronic o incluso el house de Ibiza de los Loco Mía, presente de forma más evidente en canciones como “Entre dos mundos” o “Nunca tiro a dar”. En esos años hay una explosión de discotecas house en las principales ciudades de España, que también coincide con el ingreso progresivo del sonido house en las creaciones de Alaska y Canut. También comienzan a aparecer unas creaciones electrónicas un tanto oscuras o, mejor aún, de un futurismo frío, robótico, en canciones como “La razón de vivir”. Pero como se ha dicho, es igual de importante la presencia de continuidades, de búsquedas de Dinarama actualizadas en el proyecto Fangoria, como “Entre dos mundos”, “En noches como esta” o “Me comeré tu piel”, canciones que, si se las despoja de sintetizadores y bases rítmicas, pueden pasar perfectamente como temas de Dinarama.
Con Fangoria, ambos artistas logran llevar al extremo sus proyectos: la experimentación digital buscada por Canut y la desmesura expresiva de Alaska. En Fangoria conviven magistralmente la perfección fría y robótica de él con la imperfección sanguínea y torrencial de ella, y el resultado es un proyecto artístico de avanzada, tremendamente innovador, un universo de mística, astrología, ciencia ficción, horror, extraterrestres, telenovelas y asesinatos, y, sobre todo, una gran bola de demolición que derriba tabúes respecto de la estética, lo musical, las letras, lo sexual, los vínculos. Un gran desparpajo hedonista y libre que vendría a ser la versión expandida de la liberación posterior a la muerte de Francisco Franco, pero esta vez con una sociedad imbuida de un falso optimismo que acompañó esa fiesta y permitió que el destape de Fangoria fuese más extremo. Fue así que la carrera del nuevo grupo se volvió, es cierto, más irregular, pero también más intensa y demoledora. Un fuego que avanzaba sin importar qué hubiera delante, y que si lo mirabas de frente te podía dejar ciego.
Fangoria no fue frívolo ni pasatista; su militancia, si se quiere, fue por otro lado, y contribuyó en gran medida, con su proyecto desmesurado y de avanzada, a que se abrieran las cabezas de una sociedad, la española, que era mucho más conservadora que la de otras partes de Europa, seguramente por haber vivido una de las dictaduras más largas del siglo pasado. Estaba la industria, estaba el mercado, estaban más que nunca la globalización y el neoliberalismo triunfante; hubo quienes eligieron posicionarse fuera (al menos hasta que el mercado encontró cómo tragarlos), y estuvo Fangoria, que demostró cómo desde el propio núcleo de ese monstruo se podía pensar en que tal vez la salida fuera moverse tan rápido, avanzar tan velozmente que en un momento se volviera imposible para el sistema, tan torpe en sus movimientos, capturarlos y domesticarlos.