Este es el cuarto estamento cinematográfico del MonsterVerse, el universo ficticio sobre una Tierra intervenida por monstruos gigantes, desarrollado por la productora Legendary alrededor de criaturas ideadas originalmente por los estudios japoneses Toho. La propia Toho ya había realizado, en 1962, el crossover de su monstruo estrella, Godzilla, con el hollywoodense King Kong (King Kong vs. Godzilla, de Ishiro Honda). La presente película reproduce, con tecnología y estética actuales, y presupuesto de blockbuster, el escenario de un enfrentamiento entre estos dos titanes.

Anuncian “Godzilla vs. Kong” como si fuera la pelea del siglo, pero tiene tanto sentido como un embate de Mike Tyson contra Danny DeVito: Godzilla es incomparablemente más poderoso, más grande y pesado, tiene una piel impenetrable, cola devastadora, dientes afilados, es anfibio y emite un rayo mortífero por la boca. Para equilibrar un poco, en esta película, en forma inexplicada, Kong está tres veces más alto que en su aparición previa en la franquicia (Kong: la isla Calavera, 2017, de Jordan Vogt-Roberts). Para qué, si Godzilla también ganó poderes, y unos que bordean lo divino. Persigue a Kong para subyugarlo y, así, imponer su condición de alfa (elevadísimo propósito para el bicho que es el celador del “equilibrio del planeta”). De alguna manera, Godzilla “sabe” que Kong está en determinado lugar y cruza el océano para darle pelea. Hasta ahí, vaya: digamos que puede sentir el olor u ondas telepáticas del otro gigante. Pero Godzilla “sabe” también que la empresa de robótica Apex está construyendo un Mechagodzilla (un godzilla robot, para desafiarlo) y ataca sus instalaciones para tratar de evitarlo. Esto ya implica omnisciencia y alta inteligencia. Hay más: cuando Godzilla “siente” la presencia de Kong en la Tierra Hueca (es decir, en el centro de la Tierra) emite su aliento atómico y en cuestión de segundos abre una perforación desde la corteza terrestre hasta allí (¡6.000 kilómetros, prodigio de fuerza y puntería!), que el gorila sortea de un salto para que los dos empiecen a trenzarse a las trompadas. ¿Por qué Godzilla no imprimió un poquitín más de energía a su aliento atómico y disolvió a Kong de una? Ética caballeresca reptílica, quizá.

¿Y qué hacía Kong en la Tierra Hueca? Pasa que los técnicos de Apex necesitan la energía del centro de la Tierra para activar al Mechagodzilla, y necesitan que Kong los guíe hasta allí. Ahora, por lo que vemos, Kong no tiene la menor idea de dónde es el pasaje al centro de la Tierra, y son los técnicos de Apex quienes lo llevan hasta allí. ¿Para qué necesitaban a Kong? ¡Y pensar que esta historia estúpida fue elaborada por un equipo de ocho guionistas!

La animación de la expresión facial de Kong es estupenda. Pero la de su cuerpo gigante es mucho menos convincente, y la impresión de tamaño y peso se transmite esencialmente con los gestos ralentizados, y es tratado en forma muy inconsistente en la película. Kong, desde su carguero, toma impulso y pega un salto de decenas de metros para caer parado arriba de otro barco. Caramba, ¿cuántos cientos de toneladas pesa un gorila musculoso de más de cien metros de alto? ¿Su peso, cayendo parado luego de un salto, no tendría que partir el barco al medio, o al menos hundirlo?

En fin, lo que tenemos es una especie de lucha libre fantasiosa, con tres extensos rounds en los que los dos titanes se enfrentan y un showdown de ambos contra el Mechagodzilla. Es difícil decir que la historia “lleva” a las peleas. Más bien funciona como una especie de relleno entre ellas. En esos momentos, me distraje observando los cuidados ideológicos de la película. El villano es el presidente de Apex, el tipo de figura que no le cae bien a nadie ni a derecha ni a izquierda, sobre todo si se lo pinta en los lineamientos del cliché de “usurpar el lugar de Dios” (cuyo lugar paradigmático aquí está encarnado por el Godzilla de carne y hueso). Es obvio que Kong es el personaje objeto de identificación primaria, y lo hace desde el machirulismo más básico de un primate musculoso que disputa a las piñas la condición de alfa, aunque tiene buen corazón y es un caballero con la mujer y la niña que lo cuidan. Es nuestro Dwayne Johnson, Vin Diesel o Bruce Willis. Es un juego de ideales e identificaciones con un perfil de comportamiento que actualmente está muy cuestionado, pero se excusa porque se proyecta en un bicho. El héroe humano masculino, el doctor Nathan, este sí es ejemplar: es viril pero delicado y respetuoso, la tal mujer y la niña le toman el pelo y le dicen cobarde y él se ríe con ternura, y es tan fiel que se termina ganando su cariño. Otro grupo de personajes positivos son unos whistleblowers que pretenden denunciar las maniobras malvadas de Apex. Se los retrata como una mezcla de ecoterroristas, conspiranoicos y filtradores de información, pero siempre en un marco ambiguo medio caricaturesco que, en todo caso, abraza la simpatía por su idealismo sin comprometerse con sus métodos y postura. El elenco de personajes principales activos y empoderados incluye un tercio de mujeres y una amplitud de tipologías (negros, mexicanos, asiáticos, un maorí) y una niña portadora de deficiencia física (sorda).

La coordinación de los movimientos de los gigantes con los movimientos de encuadre es preciosa. Procuren ver la película en una sala con pantalla grande, o siéntense en las primeras filas: hace diferencia. Hay imágenes muy bellas. El montaje, sin embargo, es un enchastre, con mucho mayor énfasis en el bombardeo de planos que en la claridad, y puede convertir en algo confuso incluso un mero dialoguito entre dos personas sentadas. Esto compromete bastante la eficacia de las escenas de pelea. Me gusta entender qué pasa en una lucha, como quien ve un partido de fútbol, pero quizá este criterio de montaje no sea una mera torpeza, sino que responde a una estética de energía visual semiabstracta, tanto así que, de pronto, los monstruos se están peleando entre los edificios de Hong Kong y estos aparecen iluminados con líneas de neón, como si fuera una ciudad virtual en un jueguito retro. Por supuesto, nunca vemos las víctimas humanas colaterales de los edificios derribados mientras esos dos bichos se miden para ver quién la tiene más grande.

Godzilla vs. Kong. Dirigida por Adam Wingard. Con Rebecca Hall, Kaylee Hottle, Brian Tyree Henry. Estados Unidos, 2021. En varias salas.