Poeta de un refinado y acuciante lirismo (en Despedida, su último poemario, publicado en 2020, un fragmentado viaje hacia el pasado a través de la memoria es intervenido por un virus global que todo lo trastoca), novelista de particularísima factura (su temprana novela Philip y los otros, publicada a los 21 años, lo posicionó con creces en el mapa de la literatura neerlandesa) y ensayista de lúcida mirada y variadas inquietudes (ha colocado el foco sobre temas tan diversos como la condición europea, la obra de Hieronymus Bosch y el propio trabajo con la escritura), el amsterdamés Cees Nooteboom (1931) es, por sobre todas las cosas, un incansable viajero que ha sabido convertir la materia de sus periplos a lo largo y ancho del mundo en una serie de inclasificables libros de viajes, que pueden ser leídos como una suma de crónicas fragmentarias, por completo alejadas de las guías turísticas y los promocionados centros de interés. Allí están, como testimonios indelebles de esto, textos como El desvío de Santiago (un viaje hacia Santiago de Compostela que se dilata en innúmeras paradas previas), El azar y el destino. Viajes por Latinoamérica (donde recala en países como Bolivia, Surinam, Colombia y Brasil), Hotel nómada (en el que arrastra su nomadismo por apartadas regiones de Gambia, Malí y el Sahara), Noticias de Berlín (que relata su permanencia de un año y medio, a partir de marzo de 1989, en la convulsionada capital alemana) y Tumbas de poetas y pensadores (donde junto a su esposa, la fotógrafa Simone Sassen, emprende una recorrida por cementerios de diversos continentes tras las moradas finales de ilustres finados, como Carlos Drummond de Andrade, Honoré de Balzac, Walter Benjamin, Giacomo Leopardi y unos setenta y pico más).

En Venecia. El león, la ciudad y el agua, los lectores frecuentes de Nooteboom encontrarán la misma mirada puntillosa de los libros previos, envuelta en la propia reflexión sobre la condición de viajero, atravesada por los dardos sutiles pero evidentes de la finitud, pues quien escribe esta obra es un hombre que ha superado los 80 años y es consciente de que ya no volverá a muchos lugares.

Sobre la ciudad de Venecia es mucho lo que se ha escrito y han sido –son– muchos los artistas que la han recorrido en procura de inspiración o de escenario: desde la inconmensurable Los papeles de Aspern (1888), de Henry James, a la sobrevaloradísima Muerte en Venecia (1912), de Thomas Mann, desde la ominosa El juego del escondite (1967), de Patricia Highsmith, a la memorialista El palazzo inacabado (2017), de Judith Mackrell, para quedarnos sólo entre los escritores y no abrir el juego de citas a pintores, compositores, escultores y cineastas. En la última recorrida que Nooteboom emprende por Venecia (confiesa que en sus diez viajes a la ciudad nunca sintió el interés por subirse a una góndola), lo acompañan dos autores de novelas policiales que ambientan sus tramas en el lugar, a saber, el inglés Michael Dibdin (1947-2007) y la estadounidense Donna Leon (1942), creadores de los detectives Aurelio Zen y Guido Brunetti, respectivamente. La referencia a la práctica detectivesca no es gratuita aquí, porque Nooteboom emprende sus recorridas por la ciudad de los canales con la impronta de un sabueso, dedicándole un buen rato al rastreo de alguna pista esquiva, invisible para los demás paseantes, pero que a él puede conducirlo a una súbita revelación. Ocurre así, por ejemplo, con la majestuosa estatua de un hombre que tira de las correas de varios perros embravecidos, a la que el paso del tiempo y el poco cuidado de las autoridades le han borrado el nombre y cualquier otra referencia que contribuya a identificarla y datarla. Así, Nooteboom sorprende al lector introduciendo en su crónica la historia del explorador Francesco Querini, un montañero que en el año 1900 participó en un viaje al Polo Norte comandado por el Duque de los Abruzos, para desaparecer en las aguas del Ártico.

El libro que Cees Nooteboom le ha dedicado a Venecia se encuentra atravesado por un sinfín de historias como la de Querini, muchas veces surgidas a partir de la mera contemplación de una obra de arte (como el extrañamiento ante la innumerable cantidad de personas que Tintoretto introdujo en su obra El Juicio Final, expuesta en la Iglesia de la Madonna dell'Orto) y otras desde hallazgos inesperados, como el ejemplar de un pequeño libro impreso en 1646, dedicado a contar la vida de Paolo Sarpi (1552-1623), un teólogo, historiador, astrónomo y anatomista veneciano, enemigo declarado del papa Pablo V, con quien emprende una lucha soterrada que atraviesa décadas y cortes. Entre las numerosas fotografías de Simone Sassen que pueblan el libro, el lector encontrará la de una estatua de Paolo Sarpi, de un crudo gris revenido por la humedad del tiempo, que se redimensiona con el relato dispuesto por Nooteboom.

Casi al inicio del libro, el autor cuenta: “antes de mi partida compré un libro de Hippolyte Taine, de 1858; los pasajes que marqué con una cruz hablaban del centelleo en el movimiento del agua, lo cual constituye también una lección de humildad, porque en su descripción el agua centellea de verdad. Ahora que estoy aquí me doy cuenta de lo difícil que es hacer lo que en el siglo XIX aún se hacía sin ningún reparo: describir lo que se ve minuciosamente, de forma impresionista, hasta el último detalle”. Más de un siglo y medio después, cuando para muchos viajar se reduce a una larguísima serie de selfies con edificios mal enfocados al fondo, Venecia. El león, la ciudad y el agua adopta la misma mirada de Taine para contar una ciudad hasta el último detalle.

Venecia. El león, la ciudad y el agua. De Cees Nooteboom, con fotografías de Simone Sassen. Madrid, Siruela, 2020. 232 páginas. Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal.