Un anciano que arriesga quedar sepultado en vida por sus absurdas colecciones. Un portero que lo roba y lo ayuda. Las mujeres de una aldea que actúan su propia tragedia. El solitario que busca su redención rompiendo su soledad, y parece equivocar el camino. Un hombre que quería morir con tanta fuerza que elige 24 horas más de vida. Cinco historias que podrían resumirse en la paradoja de Pelin Esmer, una de las más celebradas documentalistas turcas de la actualidad: cuanto más ficticia, mejor la película.

Hay que apurarse. En una semana la mayor parte de sus films bajan de cartel. Hasta el último día de agosto pueden verse cuatro de ellas en el sitio de streaming Mubi, mientras que La atalaya (2012), que fue su primer largo de ficción, seguirá en la plataforma sin fecha de caducidad anunciada.

Joven y turca, esta cineasta nacida en 1972 rompe el gran límite entre cine documental y cine de ficción. Lo hace de la mejor manera: contando sus historias. Hay algo de novela en El coleccionista (2002), un mediometraje sobre su propio tío, un personaje inverosímil que tiene una pulsión irreal por acumularlo todo, sin sentido. Desde pequeñas etiquetas que vienen pegadas directamente encima del pan hasta relojes que atrasan. Aunque Mithat Bey se vea impedido de entrar a varias habitaciones de su pequeño apartamento por las montañas de diarios, por ejemplo, la cineasta no lo trata como un demente poseído del mal de Diógenes, sino que le da el estatus del título. Lo muestra como una versión proletaria de aquella obsesión romántica del protagonista de El museo de la inocencia (2008), la novela del Nobel Orhan Pamuk sobre un millonario que colecciona todo lo que había tocado la mujer que fue su amor imposible y autodestructivo. Aquí, sin embargo, el ser amado son las colecciones. No hay esposa. Cuando la tía de Pelin Esmer le dio a elegir a Mithat Bey entre sus objetos o ella, el coleccionista no lo dudó.

Once menos diez (2009) es una secuela quizá demasiado larga. Con elementos ficcionados, muestra cómo el portero del edificio se vuelve un aliado de Mithat Bey cuando los vecinos y la municipalidad quieren obligarlo a deshacerse de sus obsesiones. Primero traslada cajas al sótano y le hace pequeños mandados, aunque de a poco empieza a robarlo. Al final, aunque le quite diez de los tomos de la enciclopedia que el coleccionista guarda con la esperanza de completar con el esquivo tomo 11, le consigue lo que le falta.

Ese juego entre perder en cantidad pero ganar en calidad, dándolo todo por eso que, de tanto ser buscado, se ha vuelto único, está presente como trasfondo de la mejor película de la directora. La que deberá verse si se tiene que elegir una sola. En Algo útil (2017) Esmer aprovecha todo lo que aprendió sobre la condición femenina en los documentales anteriores (en especial en la disfrutable La obra, 2005) y lo pone en juego para mostrarnos, al final, el mejor retrato de su único personaje masculino. Antes que ese film, la directora había hecho otra incursión en la ficción completa, La atalaya (2012), que puede dejarse para ver con menos urgencia. Ahí, la perspectiva de una joven azafata de ómnibus de provincia se hace pedazos, y se recompone como puede, cuando colisiona con la de un guardabosques atrapado en la culpa de un accidente en el que perdió a su familia. Es en esos estudios documentales de sus personajes ficticios, probablemente, donde Esmer logra sus mejores trabajos. Y no es paradoja.