Para David Letterman, Norm era el mejor. Ni bien se quedó sin su trabajo en Saturday Night Live (SNL), el más respetado de los conductores nocturnos le dijo ‒al aire‒ que podía hacer lo que quisiera en su late show, y así terminó siendo su invitado regular más gracioso, hasta el final del ciclo de Letterman en la cadena CBS.

Conan O’Brien pensaba igual, que no había mejor y más impredecible visita a sus sillones que la de Norm. Fue uno de tantos colegas que siempre le dejaron saber lo talentoso que era, y tal vez el que más lo alentó en sus travesuras. En uno de los episodios más recordados del programa Conan, Norm, como había aprendido a hacer en sus últimos años, en vez de ir munido con un paquete de bits de comedia actualizada, llevó historias de granja, caballos y viejos con escopeta, y los mezcló con chistes viejísimos totalmente pasados de moda.

Casi no importaba lo que eligiera como material: había desarrollado un asombroso talento para contar cualquier historia y tensar las cuerdas de la comedia a su antojo. Podía soltar el chiste al comienzo, al final o en el medio de su delirio. A veces lo tenía previsto. Casi siempre prefería mirar las caras de los demás, pícaro, para decidir qué hacer, incluso cuando no tenía la más mínima idea de por dónde seguir, y simplemente inventaba algo nuevo.

A la vez, con los años y su obsesión por la comedia, profundizó sobre el pensamiento lógico y argumental, y con un notable dominio de su funcionamiento aprendió a destruir cualquier discusión sobre corrección política en la forma de los chistes más geniales, negros, absurdísimos, pero al final, perfectamente lógicos. Uno de los mejores de esta serie comenzaba con: “Soy el más reprimido de los homosexuales”, y lo pueden buscar en internet.

Norm Macdonal nació el 17 de octubre de 1959 en Quebec, Canadá. Primero incursionó en la escena de stand up de su país y rápidamente se fue probar suerte a Estados Unidos.

Siempre dijo que no sabía hacer imitaciones ni personajes, aunque sí sabía. Se enfocó en escribir buen material y logró, en 1993, un lugar en el célebre Saturday Night Live. Fue una de sus mejores figuras, pero lo echaron cinco años después. Era el rey del pesado segmento “Weekend Update”, pero resultó indomable para los ejecutivos de la cadena NBC, que le pedían una y otra vez que dejara de hacer bromas con el exjugador de fútbol americano OJ Simpson mientras este resolvía sus problemas con la ley.

Fue muy cercano a otros miembros de SNL, como Adam Sandler, David Spade y Chris Farley.

Tuvo su propio show, Norm (1999-2001), y como de costumbre, fue más prestigioso que exitoso. Hizo muchas películas, aunque nunca le interesó demasiado ese mundo ‒como todo excepto las bromas‒. Con Dirty Work (1998), de todos modos, dejó un clásico de comedia como parte de su legado.

Era extremadamente gracioso sin esfuerzo, y así lo demostraba en los cientos y cientos de programas, chicos, grandes y medianos, de radio y tevé a los que iba de invitado sin más ambición que la de pasar el rato.

Era cristiano, y el juego fue su mayor problema en sus años de mayor fama.

En los últimos tiempos se había acomodado en su rutina de comediante de stand up que podía recorrer el país y brillar a piacere en los shows más exitosos para promocionar sus actuaciones o especiales. Cada vez que estuvo con Jimmy Fallon, Conan O’Brien, Jimmy Kimmel, Colbert, Larry King, o en el programa de radio de Denis Miller, la descosió.

En 2016 editó su libro Based on a True Story: A Memoir, y fue best seller, aunque en realidad, según contaba, ahí no había ninguna historia real, ni tampoco memorias suyas.

Le gustaban los deportes y podía tuitear un partido entero de básquetbol minuto a minuto.

Hace un par de años se entregó a un show para Youtube, el Norm Macdonald Live, y fue increíble. Era barato y básico, pero podía hacer lo que se le cantara. Por ahí pasaron Jerry Seinfeld, Letterman, el gran Dave Osbourne, Tom Green, entre muchos. Ninguno podía creer por qué, con todo su talento, no estaba haciendo lo mismo en una gran cadena de tevé y prefería una audiencia de 500 personas en línea.

Norm era simplemente bohemio, nunca aspiró a demasiado y le bastaba con escuchar una buena broma. Desde hace diez años sufría de un cáncer del que casi no se supo hasta hace unas horas.

Será recordado, igual que en vida, como uno de los más grandes comediantes de todos los tiempos.