A las diez de la mañana bajo por la vereda de la calle Ciudadela y un cartel gigante sobre la pared de un edificio, antes del mar, me engaña. Reconozco la silueta de un carpincho blanco entre un montón de amarillo y dos aros con inscripciones que simulan la etiqueta de un producto de la canasta familiar; un litro de aceite, una lata de atún, o algún derivado de la especie autóctona, envasado en los viejos almacenes de Manzanares. Sin embargo, se trata del anuncio de un concierto –ahora, dos– y un festejo por la edición en vinilo de los primeros discos del grupo “hecho en Uruguay” que, con su nombre en letras mayúsculas, rodean al animal.

Pau, que dejó atrás el “O’Bianchi”, tira una moneda para ver si nos quedamos afuera o adentro de un bar y para charlar un rato de estos próximos conciertos de Alucinaciones en Familia y de sus mil proyectos.

“Yo no escucho vinilos, no soy fetichista con el objeto, pero cuando los tuve en mis manos se me movió el piso. Es fuerte ver que si mañana explota internet, el bicho este [el vinilo] puede girar y sonar”, dice sobre las recientes ediciones físicas de los dos long plays encargados en coproducción entre Paulino (su sello) y Little Butterfly Records.

Se mudó hace poco, de La Comercial a Tres Cruces. Me estaba por contar sobre “dos cosas” que le pasaron en la pandemia, cuando volvió sobre sí con rapidez y corrige: “Me pasaron muchísimas cosas”. Pero esta tarde se muestra contento; ensayaron ayer, en lo de Pablo Torres [baterista del grupo], en “un cuadrado de tres por cuatro”. Ellos, que habitualmente son ocho, o más, integrantes de esta familia.

“Somos muy amigos, nos conocemos desde mucho antes de que naciera Alucinaciones, desde la época de Tres Pecados y Millones de Casas con Fantasmas. Cada uno andaba con su proyecto: el Fabri [Fabrizio Rossi Giordano] que tocaba en Solar, el Arqui [Sebastián Pina] en Comunismo Internacional, y así con todos, siempre anduvimos en la vuelta, desde 2005, que fue más o menos cuando empecé a socializar”, recuerda. “Antes de formar la banda nos pasábamos discos y nos encontrábamos en toques. Pero no hubo nada de planificación. Cuando terminó Tres Pecados, falleció Diego [Martínez Herrera, tecladista], y con Pablito [Torres] dijimos: “¿Qué vamos a hacer? Sigamos haciendo música”. Diego en los últimos tiempos estaba en otro plano. Nos decía: “Bo, me voy a ir al campo, no quiero saber más nada de la noche y de la ciudad”, y nosotros, re cachorros, queríamos seguir en la misma. Después Pablo se fue a Nueva Zelanda, yo quería hacer música con otros amigos, él volvió y se reintegró a la banda, y fue así: desde el principio nos juntamos por el amor a la música y porque de a poco nos entusiasmamos todos con el proyecto”.

Entre las “muchísimas cosas” de su pandemia, Pau un día no aguantó más y quiso tocar en la vereda de su viejo barrio, La Comercial, pero recordó a Alicia, de 85 años, y a Ceferino, de 71, los dos vecinos a los costados de su casa, y decidió esperar y “respetar la convivencia”. Desde 2019 hasta ahora grabó diez discos, que ahora se dispone a mezclar y terminar. También descubrió bandas y solistas que lo cautivaron, como Charlie y su primer disco, Cráneo, Incluso si es un susurro soviético y Tallo –ambos de Tacuarembó–, Patricia Robaina y Los Golpes.

Para Jesús Negro y los putos, una de sus bandas más personales, compuso 70 canciones y se quedó con 36, de las que ya están disponibles nueve, bajo el nombre Jardín Delirio, en la página de bandcamp de Paulino Records. “Con Jesús fue como una catarata”, dice.

Entre los diez discos que están prontos en la página están el nuevo de su colega Mínima, nuevos de Los No Fumadores y el próximo de Alucinaciones en Familia, a estrenarse en 2022. “Se va dando como todo en paralelo, pero al mismo tiempo lo que intento es, en determinado momento, poner el foco en un disco en particular para poder avanzar. Pero la forma en que trabajo es muy caótica”, reconoce. Le pregunto por la cantidad de referencias a la fe en sus últimas canciones de Jesús y responde: “En algo creo. A veces creo en el amor y en la amistad, y hay días que quiero prender fuego todo. Supongo que como cualquiera, en esta calesita emocional medio tóxica en la que quedamos con la pandemia. Digamos que ahora estoy como en un equilibrio entre esos dos polos”.

Su taller

De niño, su madre tenía un amigo hippie y percusionista (“El Polo”) que le enseñó candombe y otros ritmos, luego estudió algo –muy poco– de batería y guitarra, y luego fue aprendiendo sobre la marcha con tutoriales de Youtube y piques de amigos. “Sigue siendo casi lo mismo que cuando empecé”, dice sobre el equipo básico de grabación y producción que tiene en su casa: “Una tarjeta de audio, una laptop, y ahora pude comprarme unos buenos monitores. Los que tenía antes eran medio chacales. Recién ahora te podría decir que sé mezclar un disco, y con prudencia”.

Parodista

“Me acuerdo de que tenía el riff del inicio de la canción, y pensé ‘¿por qué no hago la voz igual de entrecortada para que acompañe la guitarra?’. Todavía no tenía la letra. Y después, no me preguntes cómo se me ocurrió esa idea, pero saltó esa: ‘Tengo que hacer una canción que sea de un tipo que mata parodistas creyendo que les roba sus coreografías para conquistar mujeres’. Mucha gente pensó que esa canción era una burla del carnaval, y ni a palos. Ahora que murió Pinocho Sosa estuve ahí, en Martinelli, bancando un poco los trapos, ahí afuera. El carnaval fue de mis primeras influencias sonoras. Con mis viejas [su madre y su tía] íbamos, con las sillas de playa, a ensayos de murga, y nos quedábamos ahí toda la noche”.

Alucinaciones en Familia se presenta viernes y sábado en Plaza Mateo desde las 20.00. Entradas en Redtickets.