Sentí mucha expectativa ante la noticia de que, finalmente, Clint Eastwood volvió a hacer una película adaptada de una novela. Los siete films que realizó entre 2011 y 2018 estuvieron todos basados en hechos reales. Los hubo mejores y peores, pero ninguno de ellos se equiparó con las obras maestras del director, o incluso con sus muchos títulos meramente excelentes. Con muy pocas excepciones (como Bird, de 1988), lo de Eastwood es la ficción-ficción. Otros datos estimulantes que me llegaron sobre Cry Macho son que el guion es de Nick Schenk –el mismo de Gran Torino (2008)–, que hay elementos de wéstern en la ambientación y que el ya nonagenario Eastwood es el actor protagónico. Por desgracia, ninguna de esas cosas hizo mucha diferencia con respecto a sus entregas de la década pasada.

La historia es simple. Mike (Eastwood) es un vaquero veterano de Texas, con un pasado de glorias como jinete en rodeos, y luego con una trayectoria pacata como entrenador de caballos. Un amigo le encarga la tarea de ir a México a buscar a su hijo adolescente, que vive con la madre, mexicana. Al parecer el niño lleva una vida cercana a la delincuencia y sufre abusos. Mike lo ubica y lo convence de ir con él a Texas. En el viaje, hay algunos tironeos entre los dos, pero empiezan a llevarse bien y a quererse. Hay algunos apuntes sobre la masculinidad, que tienen que ver con que el gurí fue educado en un medio que valoriza lo “macho”, mientras que el viejo Mike ya adquirió la sabiduría de que es mucho más valioso vivir tranquila y amablemente las pequeñas cosas de la vida, antes que desgastarse peleando por la condición de alfa. Rafo, el gurí, cría un gallo de pelea llamado, justamente, Macho, y en cierta forma el ave queda como el emblema de esa naturaleza peleadora, sanguinaria, intolerante que la película parece desear superar.

Es el tipo de sinopsis que no dicen mucho. Según cómo esté llevada, es una historia que podría arrancar lágrimas y disparar mil resonancias poéticas y conceptuales, o puede ser un aburrimiento mayúsculo. Tan bajo no llega, pero el guion es espantoso. Quiero suponer que Schenk fue llamado nada más que para pulirlo, ya que el libreto original es del propio autor de la novela, fue escrito en 1975 y (se entiende) nadie lo filmó en más de 45 años.

Todo está basado en la dramatización medio forzada de las situaciones. La madre del adolescente está muy contenta de que Mike se lleve a su hijo. De pronto, en forma medio inverosímil, esa mujeraza treintañera decide seducir al anciano que, en forma también inverosímil, ni la mira. Ella se ofende terriblemente y decide hacerle la vida imposible. En la convivencia entre Mike y Rafo, hay varios momentos en que, de la nada, el pibe se enoja con algo nimio, se baja del auto, amenaza irse, pero luego se genera determinada situación, se ven forzados a seguir y todo se termina arreglando. Ese mismo adolescente irascible, en otras ocasiones, cuando todavía mal conoce a Mike, se abre totalmente con él, le cuenta sus emociones, llora (¿no es que era un casi delincuente callejero, que uno supondría que desarrolló una cáscara espesa contra tales demostraciones de afectos blanduzcos?).

Esos momentos “dramáticos” terminan irritando por lo forzados. Es como charlar con alguien que todo el tiempo parece deshacerse en la ansiedad por agradarte y entretenerte: pará un poquito, sé un poco vos mismo, confiá, porque si no es un embole. También hay varias situaciones en que pasan cosas serias de verdad, pero se resuelven súper fácil, y todo sigue como si nada. Les afanan el auto, pero pronto se consiguen otro y siguen viaje. Unos policías quedan intrigados con respecto a qué hace ese gringo con el gurí mexicano, parece que la cosa se va a complicar, pero justo se arma un lío que distrae de la situación y los protagonistas aprovechan para zafar. Rafo sufre tremenda decepción porque descubre que su padre lo convocó porque lo pretende usar para chantajear a la madre con respecto a unos negocios que tienen en común, pero pronto concluye (nada más que porque es lo que argumenta Mike) que, pese a ese interés adicional, el papá realmente lo quiere, y se convence de ir de todas formas.

Hay también tremenda sensación de refrito. El vínculo del viejo Clint gruñón con un adolescente no caucásico que coquetea con la delincuencia ya estaba, y mucho mejor, en Gran Torino. Clint convive unos días con una mujer madura, se genera una clara corriente de atracción y afecto entre ellos y bailan románticamente al sonido de un oldie (que aquí, dado que la mujer es mexicana, es el bolero “Sabor a mí”): esto ya estaba, mucho mejor preparado, en Los puentes de Madison (1995). El epílogo es un análogo exacto del de Million Dollar Baby (2004).

La puesta de cámara es sabia y serena, como siempre con el director. Las imágenes son muy bonitas. Pero es una lástima que esa belleza visual esté tan apoyada en el recurso medio vetusto de filmar todo en la “hora mágica”. ¿Nunca hay mediodías en México? Todo transcurre al crepúsculo, con las sombras largas, la luz anaranjada pegando de costado.

Sólo una cosa: había dicho arriba que ninguno de los datos previos, que suscitaban optimismo, hacen mucha diferencia. Hay una excepción: la presencia de Clint Eastwood. No hay con qué darle. A los 91 años, con el cuerpo claramente doblado, fragilizado, la piel arrugada que deja percibir cada vez más los huesos del cráneo, el tipo tiene una presencia y una simpatía increíbles, y además funciona como el emblema de sí mismo. Máxime que usa sombrero de cowboy. A Rafo lo llama “Kid”, con esa boca torcida, más abierta de un costado que del otro, con ese dejo mordaz. ¡Y se sube a un caballo y da unas vueltitas! Sé que para mucha gente nada de esto significa demasiado, pero para quienes se dejan afectar vale mucho, aun en el contexto de una peliculita chota como esta.

Cry Macho. Dirigida por Clint Eastwood. Basada en novela de N Richard Nash. Con Clint Eastwood, Eduardo Minett, Natalia Traven. Estados Unidos, 2021. En varias salas.