La recurrencia a las formas breves por parte de algunos escritores puede obedecer a razones tan personales como variadas: desde el dominio de la concentración a la mera pauta del tiempo, desde la (siempre engañosa) economía que impone la extensión al rechazo frente a la vastedad del número de páginas, desde un compromiso editorial a la fatiga o el hartazgo ante el material tratado. El escritor italiano Claudio Magris (Trieste, 1939) se ha valido de las formas breves para edificar su monumental y particularísima obra, en la que siempre es posible encontrar el trabajo cincelado sobre el fragmento, el pasaje, la cita, el apunte o la reflexión, en un movimiento que lo emparenta con Walter Benjamin –una presencia recurrente en sus lecturas e investigaciones–, pero también con Franz Kafka, Joseph Roth y, por supuesto, Jorge Luis Borges.

Todo lo anterior es fácil de comprobar echándole una rápida ojeada a la obra de Magris, que la editorial Anagrama viene publicando desde hace más de tres décadas. Así, la brevedad de las nouvelles Conjeturas sobre un sable (1984) y Otro mar (1991), por ejemplo, puede contrastarse con la arborescencia de El Danubio (1986) y Microcosmos (1997), consideradas por muchos entendidos como sus obras centrales, en las que la extensión descansa enteramente en el fragmento, ladrillo y al mismo tiempo argamasa de toda la estructura.

La brevedad en Magris también está presente en los libros que ha publicado en los últimos años: desde las ponencias y artículos periodísticos compilados en Alfabetos (2008) a los microensayos sobre el arte (y en ocasiones la necesidad) del ocultamiento en la política, la religión y la literatura de El secreto y no (2014) a esa suerte de compendio de clics fotográficos sobre temas tan variados como las ciudades, los editores y la guerra reunidos en Instantáneas (2016). A ese corpus que puede resultar heterogéneo para un observador distraído pero que, en la cercanía de la inmersión, constituye una obra de lúcida y trabajada (pesada y pensada) conexión interna, se acaban de sumar las cinco piezas breves que conforman Tiempo curvo en Krems.

Hay un elemento común en los relatos del último libro de Claudio Magris aparecido en español (publicado originalmente en 2019, el autor triestino ha editado tres obras más desde entonces, que aguardan su traslación a nuestro idioma, al tiempo que subrayan su inquebrantable prolificidad): los cinco están protagonizados por ancianos. Tanto desde la tercera persona (‘El guardián’, ‘Lecciones de música’, ‘El premio’ y ‘Exterior día –Val Rosandra’) como desde la primera (‘Tiempo curvo en Krems’), los cinco personajes centrales comparten una sensación de extrañamiento sobre el punto temporal (y también espacial, a saber, la ciudad natal de Magris, Trieste) al que los llevó la existencia. Hay en los cinco nudos argumentales –el encuentro de un profesor de música con un antiguo y excelso alumno; un hombre que asiste al rodaje de una película en la que un puñado de actores recrea un episodio que él protagonizó de joven; un empresario jubilado que pasa sus días como portero; un conferenciante sobre Kafka que en una remota ciudad encuentra a una mujer que le despierta el recuerdo de otra; un viejo escritor judío que se ve inmerso en una conversación con un poeta joven mientras comparten un traslado en auto– un cuidado trabajo con la introspección o, lo que es lo mismo, con la propia autobiografía, lo que lleva a leer a los respectivos protagonistas como posibles trasuntos del propio Magris.

Más allá de las peripecias, que, en definitiva, es lo que menos importa, los textos de Tiempo curvo en Krems son pródigos en la capacidad miniaturista de la observación, como cuando el comensal de ‘El premio’, a punto de terminar la cena de honor, “miró el plato de su vecino, que contaba a voces, medio girado hacia el otro lado, algo divertido, y observó la grasa que se había pegado al fondo. Aquella salsa, poco antes, era sabrosa. Quién sabe dónde y cuándo comenzaba la primera grieta, si había un momento exacto, una solución de continuidad entre el cuello almidonado y el sudado”. Esa sensación de continuidad y extinción, o, mejor dicho, de la delgada línea que las separa en el contexto endeble de cualquier existencia, es captada por el narrador del cuento que le da nombre al libro, cuando afirma: “La semilla opaca muere bajo tierra, el oro de la espiga se dobla al viento. Eterna hoja del ficus religiosa, cerca de Benarés y del Ganges, bajo el cual un príncipe mendigo desmintió el dolor y el miedo a morir. En la hoja que muere, explica a sus discípulos, está el sol que la calentó, la nube que sació su sed con la lluvia, la tierra que la nutrió; la hoja restituye las cosas y los hechos que la constituyeron y son, continúan siendo sin ella. Eterna imperdurabilidad, eternidad de todas las cosas”.

Las cien y pocas páginas del flamante libro de Claudio Magris que acaba de aparecer en español de la mano de la prístina traducción de Pilar González Rodríguez se integran a pleno al todo que el autor comenzó a desarrollar en 1963, con la publicación de Il mito asburgico nella letteratura austriaca moderna (El mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna, por lo que sé, sin versión en nuestra lengua). Este libro tiene, además, una soterrada (o no tanto) sensación de despedida, como en los versos finales del poema ‘I fiumi’ (‘Los ríos’), de Giuseppe Ungaretti, en cuya postrer estrofa (con traducción de Oreste Frattoni) leemos: “Esta es mi nostalgia / que en cada uno / se me transparenta / ahora que es de noche / que mi vida me parece / una corola / de tinieblas”.

Tiempo curvo en Krems. De Claudio Magris. España, Anagrama, 2021. 112 páginas. Traducción de Pilar González Rodríguez.