¿Qué hace un novelista con los personajes históricos, esos caracteres que han quedado fijados en letra de molde en los manuales de Historia o en los bustos y estatuas en plazas y reparticiones públicas? ¿Los incorpora a sus ficciones manteniendo estricta fidelidad a las cualidades registradas por los historiadores, esto es, los hechos que protagonizaron y las frases que dejaron para la posteridad, o los desmitifica para bajarlos del pedestal de la gloria, volviéndolos más humanos y, por ende, más maleables y cercanos? Hay tantas respuestas para estas preguntas como novelistas para enfrentarse al dilema, en una variedad tan amplia que puede ir, para usar sólo dos ejemplos y limitarnos a las heteróclitas aguas de la ficción narrativa del siglo XX, desde el Juan Manuel de Rosas que aparece en la breve novela El farmer (1996), de Andrés Rivera, al George Washington que irrumpe en la extensa novela Mason & Dixon (1997), de Thomas Pynchon.

En El pájaro carpintero, el libro con el que el escritor y saxofonista neoyorquino James McBride (1957) se alzó con el National Book Award a la mejor novela de 2013, el personaje central es el abolicionista estadounidense John Brown (1800-1859), un nativo de Connecticut que abrazó la lucha armada como la única forma de acabar con la esclavitud en su nación, convirtiéndose ya durante su ajetreada vida en una suerte de mito que, con el tiempo, la cultura popular procesó de diversas formas. Lejos del bronce y el recuerdo ornamental, en las antípodas de cualquier retórica heroica, el John Brown de James McBride, al que todos los personajes conocen como El Viejo, a secas, aparece en la novela armado hasta los dientes y dispuesto a llevarse puesto a cuanto esclavista le salga al paso, siempre con la palabra de Dios en los labios y seguro hasta el paroxismo de que una recompensa lo espera en el otro mundo.

Los tiempos finales de John Brown, hasta el asalto al arsenal federal de Harpers Ferry​ (en la actual Virginia Occidental), que acabó con las fuerzas del abolicionista diezmadas y con él mismo, tras ser acusado de traición y asesinato, ejecutado, son narrados desde el punto de vista de Henry Cebolla Shackleford, un niño negro que, tras vestirse con ropajes femeninos, se convertirá en una niña para todos los demás personajes, con las variadas complicaciones que tamaño gesto de travestismo tendrá para el personaje en particular y la trama en general.

El personaje de Cebolla Shackleford es el logro mayor de esta irreverente novela, en la que el autor se permite diseccionar una gran variedad de temas –la esclavitud, el sufragio, las creencias religiosas, la estructura familiar, la estrategia militar–, desde los ojos de un niño esclavo, cuya limitada visión del mundo se ve atropellada a cada página por los dos bandos en pugna y por todas las rencillas internas que (aunque el personaje aún no lo sabía) estaban leudando la Guerra de Secesión, que comenzaría unos meses después de terminados los hechos que el libro relata.

Un recurso interesante (a pesar de lo súper trillado) del que se vale McBride es el del manuscrito encontrado: El pájaro carpintero está conformado por las memorias del centenario Henry Cebolla Shackleford, halladas en 1966 entre los restos del incendio que destruyó la Primera Iglesia Baptista y Unificada de los negros de Abisinia, en el cruce de la calle 4 con Bainbridge, en Wilmington, Delaware. Leída desde el presente del hallazgo del texto, la voz del narrador suena cáustica y al mismo tiempo cercana, con la particularidad de referir los hechos que protagoniza de primera mano, o a los que asiste como testigo, desde un particularísimo presente, desconectado de las resoluciones que tanto los manuales de historia como los lectores del futuro tendrán de los acontecimientos.

Otro elemento interesante en la conformación de la voz narradora y en el propio despliegue de las acciones es la forma en que se incorporan a la trama determinados episodios históricos, contados desde el mismo presente en el que ocurren. Un ejemplo de lo anterior sucede cuando, desde la clandestinidad, John Brown y sus hombres se enteran, a través de las páginas de un periódico viejo, del famosamente triste episodio ocurrido en la Cámara de Senadores, el 22 de mayo de 1856, cuando el representante de Massachusetts, el abolicionista Charles Sumner, fue víctima de una violenta paliza a bastonazos por parte del representante de Carolina del Sur, el proesclavista Preston Brooks.

Sobre el final, un comentario acerca de la traducción de El pájaro carpintero, emprendida por Miguel Sanz Jiménez. El relato de Henry Cebolla Shackleford está atravesado por diversos giros y modismos de un hablante negro y pobre del sur de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, por lo que los desafíos que debió enfrentar Sanz Jiménez para desarrollar su trabajo debieron de ser numerosos y variados. En una nota introductoria, el traductor explica que se decantó por la estrategia de compilación dialectal, que consiste en convertir el dialecto del texto original en una mezcla de dialectos o modismos propios de la lengua de llegada que no remitan a un área geográfica específica, de modo que se respeten la localización y la ambientación originales para no caer en la aculturación. Tamaña decisión, similar a la que podemos encontrar en los personajes negros que atraviesan las páginas de ¡Desciende, Moisés!, de William Faulkner (en traducción de Ana María de Foronda), o en el Burma Jones de La conjura de los necios (en traducción de JM Álvarez Flórez y Ángela Pérez), permite que el texto se lea con fluidez y que la voz narradora sea asimilada con todas sus particularidades por el lector, resonando incluso como un eco pertinaz una vez que se termina el libro.

El pájaro carpintero. De James McBride. España, Hoja de Lata, 2017, 452 páginas. Traducción de Miguel Sanz Jiménez.