30, de Adele (pop-soul)

19, 21, 25 y 30 son los nombres de los cuatro discos que lleva editados la cantante y compositora inglesa Adele. Falta que lance un álbum más bautizado con un número y ya se puede jugar al 5 de Oro con ellos, pero los títulos no tienen relación con el azar sino con la edad de Adele al momento de publicarlos o componerlos –nació en 1988–. 30 es su flamante lanzamiento –luego de seis años de silencio–, un disco de casi una hora que incluye 12 canciones. Es una duración larga para los tiempos actuales, de déficit atencional masivo, por eso la cantante hizo que Spotify eliminara el botón shuffle –modo aleatorio– de su álbum, así se escucha a la vieja usanza, empezando por el uno y terminando en el 12.

A esta altura del partido, no hace falta ponderar el tremendo caño que tiene Adele en su gola, que le permite ir con facilidad desde lo suave –casi un susurro– hasta desplegar una tormenta aguda, siempre manteniendo la calidez de su timbre, que está más cerca del soul que del pop. En “Easy on Me”, la segunda del disco y el primer corte de difusión, nos topamos con Adele en su máxima expresión: una balada pianera, del estilo “Someone Like You”, en la que lo mejor está en el estribillo, por la construcción de la melodía que se estira y se mantiene en la “ea” de “easy”.

En los seis minutos y medio de “My Little Love” hay de todo; es un soul ambient al que no le falta ni siquiera un diálogo melodramático, con una Adele de voz más madura que recuerda a lo mejor de Norah Jones, arropada con un coro femenino que le da una justa dosis de épica. En “Cry Your Heart Out” se pone más juguetona, ya que es una especie de reggae-soul con aires de la Motown. En el disco también hay canciones con guitarras acústicas, como la ágil “Can I Get It” o la bajonera “Woman Like Me”.

Quizás una de las mejores del álbum sea “Oh My God”, que se diferencia de las demás por tener un pulso más bailable y un sonido negro. “I know that it’s wrong / but I want to have fun, / mmh, yeah, / mmh, yeah”, canta Adele, en los versos más simples y hedonistas que se hayan escapado de su hermosa voz.

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Open Arms to Open Us, de Ben LaMar Gay (jazz)

“Sometimes I Forget How Summer Looks on You” es un gran nombre de canción y con ella empieza el disco Open Arms to Open Us, de Ben LaMar Gay, músico de Chicago nacido en 1984 de quien, grosso modo, se puede decir que hace jazz, pero lo mezcla con tantas cosas que el resultado es una orgía estética tal que por momentos no sería descabellado preguntarnos: “¿Qué carajo estoy escuchando?”. Pero al rato ya estamos hipnotizados. La canción que abre el disco, que tiene como invitada a la banda –también de Chicago– OHMME –el álbum está lleno de colaboraciones–, empieza con una percusión que parece una broma, pero cuando la batería despliega lo suyo nos mete de lleno en el viaje.

Hay viajes con aires tribales y de mantra, como los de “Aunt Lola and the Quail”, canciones en las que la percusión es medio cuadro (“I Be Loving Me Some of You”) y encares más atmosféricos y ambient (“Slightly Before the Dawn”). La canción que cierra el disco, “We Gon Win”, puede darnos la misma sensación extraña del principio, pero si llegamos hasta el final, ya no será tan raro.

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Projector, de Geese (indie rock)

Geese es una novel banda de Brooklyn (Nueva York) que acaba de debutar en las bateas con Projector, un álbum de indie rock pero que también tiene algo de pospunk, como lo demuestra su primera canción, “Rain Dance”, con arpegios de guitarra al estilo Television y un cantante de despliegue vocal que remite más a los 80 que a esta época. Hay canciones danzarinas, de bajo inquieto, como “Low Era”, “Fantasies / Survival” y “Disco”, que respiran brisas de britpop y del primer disco de The Killers.

El bajón lento no puede faltar en el indie rock y para eso tenemos “First World Warrior”, con una coda de arpegio de guitarras eléctricas repetido hasta el infinito que nos puede dar un déjà vu bastante amplio, de miles de canciones, pero de tanto repetirse se vuelve único. El disco cierra con “Opportunity is Knocking”, que al inicio parece una clásica canción pospunk pero de golpe arremeten dos puentes instrumentales que cambian por completo el paisaje.

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The Lady in the Balcony: Lockdown Sessions, de Eric Clapton (blues-rock)

El maestro Eric Clapton, que en marzo cumplirá 77 años, con el arribo de la pandemia se mostró peleado con el mundo y un poco cascarrabias, pero cuando se trata de la música, sigue tan clarito como siempre. Acaba de lanzar, en todos los formatos posibles (CD, vinilo, DVD, Blu-ray y plataformas), el álbum The Lady in the Balcony: Lockdown Sessions (algo así como “sesiones del encierro”), grabado en vivo, en formato íntimo y esencialmente acústico (guitarra folk, contrabajo o bajo, batería y teclado), que recuerda a aquel legendario Unplugged lanzado hace exactamente 30 años. Pero, a diferencia de aquel, el nuevo disco fue grabado sin público y tiene más canciones, en su mayoría los standards de blues que obsesionaron a Clapton durante toda su vida y casi que hizo suyos, más algunos de sus himnos, que nunca podrán faltar.

El álbum arranca con “Nobody Knows You When You’re Down and Out” (Jimmy Cox), que grabó por primera vez en el disco Layla and Other Assorted Love Songs (1971), con Derek and the Dominos. Entre las más destacadas está la versión de “Black Magic Woman”, que Clapton dedicó a su autor, Peter Green (no, no es de Carlos Santana, aunque él la popularizó), pope de la primera formación de Fleetwood Mac, que falleció en 2020.

Entre los blues clásicos ajenos también están “Rock Me Baby”, “Key to the Highway”, “Long Distance Call” y “Got My Mojo Working”, con la que cierra el álbum. Y de las más clásicas de Clapton tenemos “Tears in Heaven” y “Layla”. A lo largo de las 17 canciones del disco se respira un aire puro, de tipos tocando la música que les encanta, sin pretensiones ni parafernalia, como si estuvieran en el fondo de una casa y no supieran que los estamos escuchando.