Con el paso de los años, han sido tantos los kilómetros de tinta dedicados a la Generación Beat, tantas las semblanzas, los mitos, los ditirambos, los trascendidos, las biografías y las tesis que se han pergeñado a su alrededor, que la reciente aparición en español de una historia literaria del movimiento, a cargo de quien fuera uno de sus protagonistas más visibles, viene a conformarse en una suerte de manifestación de justicia.

Durante décadas, el poeta Allen Ginsberg (1926-1997) se dedicó a estudiar y a enseñar la vida y la obra de sus compañeros beatniks, presentando los resultados bajo la forma de clases, conferencias y diversos escritos. El libro Las mejores mentes de mi generación. Historia literaria de la Generación Beat, editado originalmente 20 años después de su muerte, reúne todo ese trabajo exegético con dos principios señeros: la claridad expositiva y la honestidad brutal.

A diferencia de otros movimientos programáticos, surgidos alrededor de un manifiesto y atados a consignas estéticas férreas, inamovibles por principios y propia determinación de sus integrantes, lo que luego se llamaría Generación Beat surgió en la década del 40 del siglo pasado, a partir de una desordenada suma de factores con epicentro en la Universidad de Columbia, en Nueva York, pero con reverberaciones en otros puntos de Estados Unidos. No es la intención de este articulillo historiar a la Generación Beat, algo que de tan repertoriado ya se ha convertido en una suerte de leyenda moderna (el rechazo a ciertos valores de la sociedad estadounidense, la influencia de la filosofía oriental, el uso de drogas variadas, la libertad sexual, etcétera), pero a efectos de avanzar en la historia que sobre el movimiento escribió Allen Ginsberg, conviene detallar, al menos, algunas de sus características.

Al principio, como en todo orden de la vida, está la cuestión del nombre, la palabra o el término que designa a la cosa. En el caso de la Generación Beat hay por lo menos cinco definiciones que sus protagonistas manejaron en los albores del movimiento, en un gesto de apertura formal y semántica que desestabiliza desde el arranque al ejército de etiquetadores de los estudios literarios. La expresión “Generación Beat” surgió a finales de 1950, en una conversación entre los escritores Jack Kerouac (1922-1969) y John Clellon Holmes (1926-1988), cuando ambos discurrían sobre la naturaleza de las generaciones, recordando el glamour de la llamada “Generación Perdida”. Kerouac dijo entonces: “Ah, esta es sólo una generación beat”, pero no con el propósito de endosarle un nombre el movimiento sino, al contrario, para que no tuviera ninguno. Así, como al pasar, el nombre comenzó a hacer ruido en la prensa (Clellon Holmes publicó, a finales de 1952, un artículo en la revista dominical de The New York Times, llamado “Esta es la generación Beat”, y unos meses después, en el libro New World Writing, una antología de bolsillo, Kerouac incluyó de forma anónima un pasaje de su novela En el camino, con el título “El jazz de la generación Beat”).

Foto del artículo 'Los hechos según Ginsberg: una historia literaria de la Generación Beat'

Luego de que el término se expandiera por los medios, el propio Kerouac se dedicó a machacar, en entrevistas, conferencias y lecturas públicas, acerca de la raíz de la palabra “beat” (a saber, “be-at”, “estar en”, como en beatitud o beatífico), subrayando que su alcance refería a “la noche oscura del alma” o a “una nube de inopia”, al necesario abatimiento de la oscuridad que precede a la apertura de la luz, a la anulación del amor propio que da lugar a la iluminación religiosa.

Todos esos devaneos conceptuales se unificaron tras la conformación de un grupo de amigos que escribía poesía y prosa, dándole forma así al llamado “movimiento literario de la Generación Beat”, integrado, además de los ya mencionados Ginsberg, Kerouac y Clellon Holmes, por William Burroughs (1914-1997), Herbert Huncke (1915-1996), Gregory Corso (1930-2001), Philip Lamantia (1927-2005), Peter Orlovsky (1933-2010), Neal Cassady (1926-1968) y Carl Solomon (1928-1993), a los que también se sumó una serie de escritores de San Francisco, tales como Michael McClure (1932-2020), Gary Snyder (1930) y Philip Whalen (1923-2002), entre otros. Un artículo a modo de balance sobre las actitudes generales, la moral y la literatura de los beats, aparecido en la revista Life, así como una serie de textos sobre la Generación Beat que publicó el periodista Alfred Aronowitz en el New York Post, legitimaron al movimiento ante el gran público.

Después de la publicación de En el camino, en 1957, Jack Kerouac fue invitado a dar una conferencia en el Hunter College, instancia a la que llegó engañado, pues los organizadores del evento, en realidad, querían desenmascarar al movimiento, valiéndose de la presencia en la sala del crítico James Wechsler, que entonces dirigía el New York Post, el antropólogo Ashley Montagu y el novelista inglés John Wain. Luego de diversos cruces en el escenario, y del intento de algunos de los presentes por impedirle a Kerouac leer su discurso, el escritor logró que en la sala se hiciera el más monacal silencio y arremetió con la lectura. En un pasaje de la conferencia, llamada “El origen de la Generación Beat”, Kerouac precisó el momento exacto de la aparición del movimiento, en un párrafo tan desestabilizador como genial: “La Generación Beat se remonta a la década de 1880-1890, cuando mi abuelo Jean-Baptiste Kerouac salía al porche en medio de una tormenta, agitaba una lámpara de queroseno ante los rayos que caían y gritaba: ‘¡Vamos, venid si sois más poderosos que yo, fulminadme y apagad esta luz!’, mientras la madre y los hijos permanecían encogidos en la cocina. Y nunca se apagó ninguna luz”.

Ginsberg profesor

En el preámbulo al flamante libro Las mejores mentes de mi generación, la poeta Ann Waldman (1945), perteneciente a la llamada “segunda Generación Beat”, señala que la serie de conferencias en las que Allen Ginsberg se dedicó a historiar y analizar la vida y la obra de algunos de sus compañeros del movimiento, y las de él mismo, formó parte del primer trabajo docente que el autor de Aullido desarrolló para el departamento poético Jack Kerouac School of Disembodied Poetics, de la Universidad de Naropa, en Boulder, Colorado, considerada “la primera universidad occidental de inspiración budista”. Durante 23 años –desde 1974 hasta 1997, el año de su fallecimiento–, en medio del entorno montañoso y milenario de las Rocosas, con la sombra de Jack Kerouac, que al momento del inicio del curso llevaba cinco años muerto, planeando sobre el lugar, Ginsberg se propuso, según Waldman, “estatuir el canon literario Beat mientras siguiera con vida la mayor parte de sus compañeros. Dónde empezó todo, quién conoció a quién, cuándo y en qué circunstancias. Dar su propia visión de testigo excepcional”.

Jack Kerouack.

Jack Kerouack.

Como profesor, Allen Ginsberg no se redujo al papel de un mero conferenciante que lee su material ante el auditorio; las clases están atravesadas de anécdotas, reflexiones, pertinentes análisis de diversos pasajes de las obras presentadas y una cuidada dosis de chismorreo, a través del cual los escritores beatniks, incluyéndose él mismo, son bajados del pedestal en el que el propio culto del movimiento los fue colocando. Las conferencias se centran en los años más fértiles del movimiento, a saber, desde mediados de la década del 40 hasta finales de la del 50, y en lo que se escribía en Nueva York (está prácticamente elidido el trabajo de los beatniks de la costa pacífica, por lo que Philip Whalen y Gary Snyder son meras referencias y el poeta Lawrence Ferlinghetti, que a través de la editorial de su mítica librería City Lights fue tan importante en la difusión de algunos libros de la generación, para empezar el propio Aullido, de Ginsberg, apenas es mencionado). La vida y la obra de Jack Kerouac ocupan la mayor parte de las conferencias, seguida de cerca por las de William Burroughs, Gregory Corso y Ginsberg, claro está. John Clellon Holmes, Peter Orlovsky y Carl Solomon complementan el programa, con apartados menores.

Todo el trabajo de organización de las conferencias bajo la forma de un libro fue obra de Bill Morgan, que además de oficiar como archivista de Allen Ginsberg hasta la muerte del poeta, es una de las personas que más han investigado a la Generación Beat. Durante años, Morgan transcribió y editó el copioso material de las conferencias, cotejando versiones en grabaciones diferentes, eliminando repeticiones y, por tratarse de un material esencialmente oral, agregando los necesarios puntos, comas y otros signos afines.

En la presentación del curso que Las mejores mentes de mi generación compila, Morgan ofrece un interesante retrato del Allen Ginsberg profesor, un poco apartado de esa imagen mediática que el poeta labró con los años (larga barba entrecana algo descuidada, ropones flameantes y coloridos): “En total, Ginsberg dio cinco veces el curso ‘Historia literaria de la generación Beat’, con casi un centenar de conferencias, que abarcaron una cantidad pasmosa de material. Muchas personas se sorprenden cuando se enteran de que Ginsberg era un profesor exigente que esperaba que sus estudiantes fueran muy leídos y acudieran muy preparados a las clases. A menudo les encargaba más lecturas de las que podían completar”.

Otro apunte interesante de Morgan tiene que ver con la entrega con la que durante años Ginsberg desarrolló sus conferencias: “Las opiniones de Allen cambiaron poco durante los años que dedicó al curso. Siempre pensó que Kerouac era el mejor escritor, Burroughs el mejor intelecto y Corso el poeta con mejores dotes naturales. A menudo volvía sobre las mismas páginas de estos autores para señalar un pasaje interesante o notable, y la admiración que sentía por ciertas palabras clave no titubeó nunca”.

Momentos

Desde luego, en el repaso que Allen Ginsberg realizó de la historia literaria de la Generación Beat se encuentran todos los momentos fundantes, icónicos, que forman parte desde hace décadas del folclore del movimiento –Jack Kerouac escribiendo En el camino en un único rollo de 120 pies de largo; William Burroughs matando a su esposa de un disparo mientras jugaban a Guillermo Tell en México; Kerouac llegando a Tánger para mecanografiar y ordenar el manuscrito de El almuerzo desnudo, de Burroughs; las temporadas de Gregory Corso en la cárcel, aprovechando a leer poesía clásica en la biblioteca de la prisión; la primera lectura pública de Aullido, con sus famosos versos iniciales (“He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles...”) resonando ante un público expectante–, pero también es posible hallar innúmeras escenas poco conocidas e iluminadoras, referidas por alguien que supo ser parte y testigo de los hechos.

Al remontarse a los albores literarios del grupo, Ginsberg se detiene en quiénes fueron los mentores de Jack Kerouac, además de dedicar varias páginas al comentario de la admiración del novelista por la obra de Thomas Wolfe, repleta de larguísimas frases de prosa sinfónica y compleja sintaxis, y de un sentido del júbilo, de la alegría de estar vivo, que hacía, por ejemplo, que el autor de Del tiempo y el río se largara a gritar dos por tres en plena calle ante la propia dicha de la existencia (una suerte de sinsentido del destino, ya que Wolfe murió de una tuberculosis miliar pocas semanas antes de cumplir 37 años, mientras que Kerouac lo haría por una cirrosis hepática, a los 47).

Lawrence Ferlinghetti.

Lawrence Ferlinghetti.

En ese rescate que Ginsberg emprende de los precursores de Kerouac, se destaca el nombre del profesor Raymond Weaver, el mismo que halló en un baúl el manuscrito de Billy Budd y se convirtió en el primer biógrafo de Herman Melville, y que fuera el lector inicial de los tempranos escritos del autor de En el camino, en la Universidad de Columbia. Weaver, ya un veterano durante aquel encuentro en Columbia, entre otras cosas había vivido un tiempo considerable en Japón, y fue quien le pasó a Kerouac una serie de lecturas zen, que marcaron el primer contacto del grupo con la filosofía oriental.

Otro elemento clave de los años iniciales de conformación del movimiento beat es la temprana e intensa vinculación con el jazz, especialmente a partir de la labor de Symphony Sid, un pinchadiscos que, a principios de la década del 40, transmitía un programa sobre el género durante toda la noche. El jazz moldeó las ideas de Kerouac alrededor de la prosa, acerca de cómo debía desarrollarse un texto, en una suerte de traslación de lo que en música hacían saxofonistas como Lester Young y Charlie Parker, o trompetistas como Dizzy Gillespie. En un momento, Kerouac se dio cuenta de que las notas arrancadas a aquellos instrumentos reflejaban las irregularidades rítmicas del habla de los negros. Ginsberg afirma en una conferencia que, en sus mejores momentos, Kerouac pretendía que su ritmo en la escritura fuera una larga frase volátil que sonara como ‘Ornithology’, de Parker, o ‘Night in Tunisia’, de Gillespie.

Entre los nombres que Allen Ginsberg rescata en su historia de la Generación Beat, se encuentra el de Jerry Newman, que además de asesorar a Kerouac y a los otros en los vastos terrenos del jazz, fue determinante en la llamada “técnica de los recortes” (cut-up) de William Burroughs, en la que textos recortados al azar y vueltos a armar conforman un nuevo texto. Newman, que atesoraba una importante colección de cintas con los más variados registros, le hizo escuchar cierta vez a Burroughs la grabación de un locutor de la BBC borracho: al leer las noticias bajo los efectos del alcohol, el informativista no sólo cometía diversas equivocaciones, sino que dejaba que su inconsciente aflorara en el discurso. El episodio fue el que llevó a Burroughs a reflexionar sobre lo que podría ocurrir si se decía en público lo que se decía en privado: “¿Y si lo privado e inconsciente irrumpía en público y la gente escribía como pensaba? ¿Y si la verdad irrumpía en los medios, incluso en la novela?”. El inclasificable personaje del doctor Benway, de El almuerzo desnudo, surgió de aquella reveladora reflexión, pero también, desde luego, libros posteriores como El ticket que explotó y Nova Express.

Cada una de las conferencias compiladas en el libro presenta momentos reveladores como los anteriores, analizados desde la perspectiva de lo que terminaron aportándole a cada autor en particular y al movimiento en su conjunto. Se trata de situaciones específicas, iluminaciones concretas, narradas y desmontadas por alguien que las vivió o recibió de primera mano y que las presenta ante los demás con justeza, sin ningún atisbo de la parafernalia vinculada a la gloria.

Así lo resume el propio Ginsberg en la presentación del curso, cuando recrea el sentido de pertenencia del movimiento y la fugacidad de cada uno ante el omnipresente devenir del cosmos: “Hablaremos del común reconocimiento de la transitoriedad de la existencia, que es la base de la ternura de todo el mundo. La conciencia de que estamos sentados en un aula como un puñado de fantasmas dóciles y deshuesados, y de que no estaremos aquí mucho tiempo. En consecuencia, vislumbrábamos el esplendor del momento como base de nuestro entendimiento literario”. He ahí la clave: fantasmas, amistad y literatura o, como decía Kerouac, el necesario abatimiento de la oscuridad que precede a la apertura de la luz. Y todos los libros que dejaron.

Las mejores mentes de mi generación. Historia literaria de la Generación Beat. De Allen Ginsberg. Anagrama, Barcelona, 2021. 528 páginas. Traducción de Antonio-Prometeo Moya.