Conocida como la Reina del Samba o la Voz del Milenio, Elza Soares dejó este mundo el jueves, en su ciudad natal Río de Janeiro, a los 91 años. “No sé si me considero una estrella. Me considero un soldado raso, una trabajadora por la música”, había confesado la artista durante la entrevista en el programa Matador de passarinho, en 2012, emitida por el Canal Brasil.

“Cuando Dios te da una voz es para cantar todo”, dijo la cantante y compositora de más de 30 discos en esa entrevista con el poeta y cantante brasileño Rogério Skylab. Es que brilló en muchos géneros musicales: desde el samba, la música popular brasileña (MPB), la bossa nova y el jazz hasta el funk, el hip hop y el rock.

En 1953, le dijo a su familia que iba a visitar al padrino de uno de sus hijos –que vivía en el barrio carioca Santa Teresa–, pero era mentira. Llegó a la radio Tupí, ubicada en la avenida Venezuela, y dijo que quería cantar. Vestía una pollera “horrorosa”, llena de alfileres, que le había robado a su madre. Pesaba 38 kilos, y cuando la vieron empezó a escuchar las risas, recordó durante el programa Gente de expressão, en diálogo con la actriz Bruna Lombardi.

“Si quiero fumar, fumo / si quiero beber, bebo / no le importa a nadie / si mi pasado fue barro / hoy los que me difaman / también han vivido en el barro”. Cantó “Lama”, un samba compuesto por Paulo Marques y Alice Chaves, en 1952. Las reverberaciones de su propia voz la emocionaron hasta las lágrimas y las risas dejaron paso a los aplausos. “¿De qué planeta viniste?”, le preguntó el famoso compositor Ary Barroso. Ella respondió: “Del planeta Hambre”.

Elza descubrió su voz cuando era niña, haciendo esos “gemidos” característicos. “Di con el sonido”, recordó en esa entrevista. Entonces, su padre le decía: “¿Qué ruido es ese? Vas a estropear tu garganta”. No eran gemidos, como decía ella, sino gruñidos, un efecto musical que llaman growl; un sonido que compartía con Louis Armstrong, quien en uno de sus encuentros la empezó a llamarla “my daughter” (mi hija). En esas palabras la cantante –que no sabía inglés– escuchaba “my doutor” (mi doctor) y pedía que le explicaran al hombre que no era doctora.

“En mi camino como niña, negra y pobre, mi gente soñaba mucho, yo soñaba mucho sobre cómo salir de ese camino, cómo buscar un camino mejor y siempre buscando a Dios. En mis pedidos nunca me olvidé de pedirle que me diera un jeito, que me iluminara. Padre, ¿cómo puedo dejar de cargar agua? Padre, ¿cómo puedo dejar de andar descalza? Padre, ¿cómo puedo hacer para llegar a un lugar y que paren de reírse de mi pelo y de mi color? Nunca dejé de tener sueños, de decir que yo era grande, que yo era grandiosa. Era la niña que tenía esperanza en un mundo mejor”, expresó en 2018 en una entrevista con los periodistas Guilherme Henrique y Taís Ilhéu de Le Monde Diplomatique Brasil.

Hija de una lavandera y un “operador político fallido que trabajaba en una cantera”, la niña Elza percibió tempranamente que no quería tener la misma vida de sus padres, marcada por la pobreza y el sacrificio. “Me gusta estar bonita. Me gustaba quedarme desnuda frente al espejo y ver que era maravillosa, ¿sabés? Era muy vanidosa. Tenía miedo de subir el morro cargando aquellas cosas. Veía las piernas de aquellas mujeres”, contó a Lombardi.

Esos aires de diva despertaron “cierto pavor” en el padre, quien decidió –sin consultarle– que debía casarse a los 13 años. Un día fue a la cantera y encontró una mantis religiosa, un bichito que en Brasil llaman louva deus (alabado sea Dios) y que a ella le gustaba tomar en sus manos y acercarlo al oído para escuchar ese “barullito musical”, que suena zzz. En ese momento se acercó un hombre, le habló y empezaron a pelear. El padre vio aquello y esa misma noche la sacó de su cama y le dijo que se casaría con él. Así, sin más. “Valió la pena por los hijos”, dijo Elza.

A los 16 quedó viuda y a cargo de los niños. “Crecimos como hermanos: cuando ellos lloraban, yo también lloraba. Peleábamos. Si ellos querían un helado, yo también quería”. La abuela hizo de madre y ella, que aún era una niña, soñaba con volverse rica.

Según describió en esa entrevista, su trayectoria musical fue “extraña”, “mística” e “interrumpida”. “Fui muchas mujeres”, aseguró. De los cortes que tuvo su carrera, recordaba tres. Primero, el de la muerte de su padre, que le fue anunciada por este de manera sobrenatural luego de que abandonara el escenario del teatro Astral de la calle Corrientes, Buenos Aires, en medio de una crisis de llanto. Llegó a su cuarto de hotel y quedó adormecida en la cama. Escuchó el sonido del ascensor y luego, que alguien abría la puerta. “Vuelve, que tu madre te precisa y tus hijos también. Sólo vine a bendecirte porque vas a ser muy rica con esto”, le dijo su padre tocándose la garganta.

El segundo corte fue el casamiento con el famoso futbolista Mané Garrincha (Manuel dos Santos). “Perdí mi cuerpo y mi cabeza”, recuerda ella, y asegura que fue “la pasión de su vida”. El ídolo brasileño era alcohólico y ella pensó que si le daba un hijo, él iba a parar de tomar. Durante los nueve meses de embarazo Garrincha se mantuvo sobrio, entrenó, adelgazó. Ella hizo una promesa de que si él se recuperaba, se iba a rapar la cabeza. Lo hizo. Pero el día que el niño nació, en 1976, recayó. No obstante, la cantante afirmó: “Eu faria tudo outra vez” (lo haría todo otra vez). Garrincha murió el 20 de enero de 1983. El mismo día pero 39 años después, se ha ido Elza.

Cuatro de sus hijos murieron. Dos, recién nacidos, a causa de desnutrición, y también perdió el único hijo que tuvo con Garrincha, como consecuencia de un accidente de tránsito, cuando el niño tenía diez años de edad. Elza cayó en una gran depresión e intentó quitarse la vida. Luego se reinventó. Pero después falleció Gilson, otro de sus hijos, a los 59 años, debido a complicaciones por una infección urinaria.

En 2016, Elza obtuvo el Grammy Latino a mejor álbum de MPB por su disco Mulher do fim do mundo (Mujer del fin del mundo), que también da nombre a la canción que dice: “Pirata y Superman cantan un calor / Un pez amarillo besa mi mano / Las alas de un ángel sueltas en el suelo / En la lluvia de confeti dejo mi dolor / En la avenida que dejé allí / La piel negra y mi voz / En la avenida que dejé allí / Mi discurso, mi opinión / Mi hogar, mi soledad / Me tiré desde lo alto del tercer piso / Me rompí la cara y me deshice del resto de esta vida”.

Antes de Planeta Fome(Planeta Hambre), su último disco grabado, la compositora lanzó, en 2018, Deus é mulher (Dios es mujer), en el que condensa su fe y su posicionamiento político con una fuerte crítica a la situación que atraviesa Brasil. “No es para pelear, es reivindicar, es buscar, es pedir auxilio. Dios mío. Yo no pido sólo para mí, pido para nosotros millón. ¿Entendés? Para nosotros seres vivientes. Dejen a mi mundo gay en paz, dejen a mis mujeres en paz, dejen a mis negros en paz. Por el amor de Dios, eso es lo que quiero”, había dicho ese año en la entrevista con Le Monde Diplomatique Brasil.

Luego agregó: “Menos diezmo y más canasta básica. Dios no quiere dinero. Estamos pasando un momento de odio”. Durante la última dictadura brasileña Soares y Garrincha debieron huir a Italia. La casa que compartían fue ametrallada por los militares. “Pero pasó y estoy aquí, y espero nunca más tener que salir de este, mi país, que amo tanto, de este pueblo que quiero tanto”, expresó en esa oportunidad.

“¿Qué te gustaría recibir de Brasil?”, preguntó el periodista. “Más libertad para el pueblo. No sirve tener en casa una mesa llena y saber que allá afuera está todo el mundo con hambre”, respondió.

Candomblé y protesta

Practicante del candomblé, una de las religiones de matriz africana que existen en Brasil, la cantante defendió a estas religiones ante la demonización que impulsan las iglesias neopentecostales en Brasil sobre ellas. Para su congregación, Elsa era hija de Iansã, una orixá (entidad) guerrera, dueña de los vientos y las tormentas, vinculada al mundo de los muertos. ¿Acaso podría ser hija de alguien más?

Una de las canciones de Deus é mulher está dedicada a Exú, orixá que abre los caminos y desata las encrucijadas. Esta entidad es venerada especialmente en la Quimbanda; sus colores son el rojo y el negro y es representado con cuernos y tridentes, por lo que es normal que se lo vincule con el diablo, a pesar de que no existe una entidad que encarne al mal en estas religiones. La canción dispara: “Exú te quiere y también tiene hambre / porque los almuerzos escolares han sido desviados nuevamente / en un país laico /tenemos la imagen de César en la cédula y un “Dios sea alabado” / los bancos y los lacayos del Estado / Si Jesucristo hubiera muerto en estos días con ética / en todas las casas, en vez de un cruz / habría una silla eléctrica”.