Primero fue un disco, luego un doble, después un quíntuple, y por último, incontables discos duros. Ese fue el camino que recorrió Andrés Calamaro durante la segunda mitad de la última década del siglo pasado para consagrarse como solista, algo que no pudo concretar luego de su salida de Los Abuelos de la Nada pero terminó siendo la lógica conclusión de la separación de Los Rodríguez. Lo que vendría después, sin embargo, lejos de facturar ese merecido logro sería –al decir del propio Calamaro– un interminable fin de semana perdido, que terminaría doblando la esquina del siglo, con aquellos temas que no vieron la luz entonces resonando durante casi toda su discografía posterior, de El cantante (2004) en adelante.
El punto de partida fue Alta suciedad (1997), un trabajo que aún hoy puede ser considerado una de sus obras maestras –después de Nadie sale vivo de aquí (1989) y Sin documentos (1993)–, y el de llegada (o salida, más bien), ese aleph musical que fue y sigue siendo el todavía inabarcable El salmón, tal vez el único disco que, durante la época del reinado del compact, al ser homenajeado se terminó reduciendo: en Salmonalipsis now (2011), a pesar de sus bonus tracks, reencarnó en apenas un álbum doble. Por su parte, Alta suciedad se multiplicó por tres: para facturar su éxito, al año siguiente de su salida se convirtió en una caja con dos discos más, uno que compiló sus simples (Las otras caras de Alta suciedad, 1998) y otro con una selección de sus grabaciones encontradas (Una década perdida, 1998).
Este viernes, a 23 años de su edición original, será el turno del repaso discográfico de Honestidad brutal, y sus dos discos se convertirán en seis: por un lado, al doble original se le sumará un álbum extra, ya editado el año pasado, pero hasta aquí solamente en vinilo. Se trata de Versión original, que reúne lo que inicialmente era un registro de posibles lados B para futuros simples de Alta suciedad, pero que luego de una semana de grabación terminó asomando como posible sucesor. “Pensé que ya tenía un disco: 16 temas nuevos y un cover, no estaba mal”, recordaría Calamaro. Ese germen de lo que serían nueve meses de grabaciones en dos continentes, tres países y 15 estudios contiene versiones crudas de temas incluidos en el disco definitivo, salvo dos: el que originalmente abría esa maqueta (“Colegio de animales”) y el cover (“Desconfío”, tema de Pappo’s Blues). Ambos registros ya habían sido publicados previamente, aunque perdidos en la contundente antología Obras incompletas (2009).
El tesoro de esta reedición extra brut, sin dudas, está en los otros tres discos, pletóricos en mezclas alternativas, versiones, grabaciones en vivo y, especialmente, inéditos. Bautizados In & Alt, suman 45 temas, cuyas posibilidades están bien representadas en los tres adelantos que fueron apareciendo: la mezcla alternativa realizada por Joe Blaney de “Una bomba” (“Su guion sonoro es formidable, y nos hace preguntarnos otra vez cómo es posible que no haya sido impreso en la versión de 1999”, escribe Calamaro), el inédito “Pero igual” y una versión de “Cafetín de Buenos Aires” (“Quedó inédita porque incluimos ‘Jugar con fuego’, que es original”, aclara Andrés. Y recuerda: “Mariano Mores vino al estudio vestido completamente de cuero negro, con una condecoración italiana llamativa”).
Pero hay más, mucho más. Para empezar, el gran tema perdido y rescatado en esta reedición, nada menos que “Graciela” (“La vida me puso / delante de mí un caramelo”), al que entonces se llegó a imaginar como simple pero que increíblemente llevaba más de dos décadas enlatado. No se quedan atrás esa gema confesional que es “Los reventados” (“Me da pena / lo que ayer me daba risa”), deudor del “Most of the Time” dylaniano; los deliciosos coros del pegadizo “Los demonios”, grabado con Guille Martín y Andy Chango; o la crudeza de temas fascinantes como “17 y 3” y “El día de los enamorados”. Se suman invitados, como Fito Páez en “Barcos”, un tema que esperó una década para asomar oficialmente en On the rock (2010); Alejandro Lerner al piano para versionar a dúo su “Cuatro estrofas”; Jaime Urrutia (con Andy Chango) en el juguetón e inédito “Gin tonic time”; y con “Aquellos besos” por fin asoma algo de la perdida y accidentada –así la recuerda Calamaro, al menos– sesión con Alejandro Sanz.
Hay más versiones, como “Seven days” en vivo durante la gira teloneando a Dylan, o “Fiesta cervezal” y “I Shot the Sheriff”, parte de un disco grabado en un fin de semana sólo para que lo escuchara Pappo, que estaba pasando un mal momento, anécdota evocada por Calamaro en uno de los dos textos incluidos en la reedición. El otro lleva la firma del escritor rosarino Patricio Pron, afincado hace tiempo en Europa, colaborador de Andrés en un inminente libro con sus letras comentadas.
Sin embargo, un rápido repaso por esta edición extra brut deja en claro que, a pesar de aquella amenaza inicial de que debía ser un disco quíntuple (“Para que Dylan se entere”), al doble original no parece faltarle (casi) nada. Y la confesión posterior de Calamaro –de que al imaginar un disco más largo estaba loco, pero que era un loco trabajando– queda confirmada tanto en la locura como en el trabajo, método que se profundizaría para El salmón. De hecho, más que referir a Honestidad brutal, los tres discos In & Alt invitan a comparaciones con su quíntuple sucesor.