En 1962, en Montevideo, se montó por primera vez Esperando la carroza, una obra escrita por Jacobo Langsner y dirigida, en esa oportunidad, por Sergio Otermin. El estreno fue en la Sala Verdi el 12 de octubre, y fue un fracaso: el público no acompañó y la crítica posterior la destrozó. La puesta realizada más tarde por Jorge Curi en el Teatro Circular, en cambio, fue muy exitosa, y resultó un trampolín para su estreno en Buenos Aires en 1975. Finalmente, en 1985 la pieza llegó al cine bajo la dirección de Alejandro Doria, para transformarse en un clásico inolvidable, con Antonio Gasalla en el papel de Mamá Cora y China Zorrilla como Elvira.

Esperando la carroza se vincula estrechamente con cierta forma de comicidad emparentada con el sainete –breve pieza de tipo tragicómico basada en la caricatura del costumbrismo urbano– y el grotesco criollo, característicos del teatro porteño.

La obra cuenta la historia de tres hermanos (Jorge, Sergio y Antonio) con sus respectivas esposas (Susana, Elvira y Nora), que no quieren hacerse cargo de la madre (Mamá Cora). El planteo evidencia la situación de desplazamiento de las personas viejas, que se convierten en un problema para la familia. Langsner busca hacer visible el maltrato que reciben los ancianos en la sociedad una vez que han dejado de ser útiles y productivos en el sentido del mercado.

La acción transcurre durante “un plácido domingo familiar”, como dice el personaje de Antonio, que tomará un rumbo opuesto cuando Mamá Cora desaparezca y la den por muerta. En ese proceso de búsqueda y velatorio se van tejiendo y destejiendo los vínculos y salen a la luz celos, envidias y engaños que muestran la hipocresía en la que viven los personajes mientras se muestran como ese cuadro de la familia ideal.

La puesta en escena de Jimena Márquez juega con dos planos. El primero es el tradicional, en el que se presenta la obra clásica, con una impronta estética que nos remite directamente a la película de Doria. La segunda rompe la cuarta pared para instalar a la Mamá Cora perdida en el teatro, entre el público, con la consigna de interrumpir una función para pedir ayuda. Este plano de la acción le permite a Petru Valensky –la Mamá Cora que en su tiempo fue Gasalla– realizar ese despliegue clásico, reconocible enseguida, en el que juega con el público.

Ambos sectores de la acción escénica dialogan para resolver en la puesta la cuestión de la desaparición del personaje problemático: la vieja.

En cuanto al plano que se desarrolla dentro de los límites de la cuarta pared, los personajes están definidos a partir de la misma concepción estética que recordamos de la película.

Aun así, algunas actuaciones se imponen, claramente, en la definición de sus personajes, más allá del imaginario del film. Jimena Vázquez, en su papel de Susana, transita la construcción del rol atravesando la obvia línea de tensión que le exige un personaje nervioso y harto de sostener sola a Mamá Cora. Vázquez le imprime a Susana una textura más densa, que subraya la frustración en la que vive como una marca de clase que se filtra en las reacciones necesarias para desmontar el dibujo de un domingo en familia.

Por otra parte, Gabriela Iribarren tiene la difícil tarea de representar el papel que en su tiempo hizo China Zorrilla y que ha marcado el imaginario popular. Sin embargo, si hay una actriz capaz de representar ese personaje, levantando una Elvira propia, con recursos que desarticulan la tendencia a la comparación, esa es Iribarren. Sabe cómo perfilar un personaje con suturas estéticas –más allá de la impronta visual– para atrapar al público hasta convencerlo de que esta es la única Elvira posible.

De todas formas, es importante subrayar que el elenco en general está muy bien: logra un principio de equilibrio en una obra en la que el ritmo y los tiempos son indispensables. Sin duda alguna, un sello de Jimena Márquez.

La pregunta final sería: ¿cómo es que una obra que se estrenó hace 60 años aún llena la sala? Es claro que estamos ante una pieza de culto, pero eso no es suficiente para agotar cada función. La obra despierta una curiosidad comparativa inevitable, que se suma a la errada convicción de que se trata sólo de una comedia hilarante. La necesaria trampa en la que cae el público viene de la mano del tema, que sigue siendo actual: el lugar que ocupan los viejos en la sociedad.

Cuando Langsner escribió la obra no existían “casas de salud”, y las tareas de cuidado eran asumidas por las familias como podían. Hoy abundan y se han convertido en una solución aparente, pero se mantiene esta cuestión como un nudo del que nadie se hace cargo. La obra, que incluye personajes pobres, de clase media y ricos, es una radiografía fuertemente pesimista de nuestra sociedad, que ha dejado pendiente desde hace 60 años el tema de la vejez como si se tratara de un problema ajeno.

Esperando la carroza. De Jacobo Langsner, con dirección de Jimena Márquez. Sala Verdi. Miércoles a sábados a las 21.00 y domingos a las 17.00.