Como en pocos casos Los bárbaros, espectáculo estrenado la semana pasada en la Sala Lazaroff, tiene una de sus claves en la lengua y en las traducciones. La autora, Nino Haratischwili, nació en Tiflis, capital de Georgia (por entonces integrante de la Unión Soviética), en 1983. En su casa se hablaba georgiano, pero el ruso fue un idioma que frecuentó desde temprano, lo que era habitual para cualquier escolar georgiano de su tiempo. Sin embargo, al ir a un colegio fundado por germanistas, fue escolarizada también en alemán. Y fue su bachillerato en la lengua de Goethe el que le permitió asistir a una universidad alemana y convertirse en una escritora de esa lengua.
Por otro lado, en tiempos prepandémicos, Leticia Hornos Weisz y Jana Blümel, docentes de Alemán en el instituto Goethe de Montevideo, recibieron una invitación de Micaela van Muylem, académica de la Universidad de Córdoba, para pensar en traducir un texto teatral del alemán al español. El texto elegido fue Los bárbaros, de Haratischwili, escrito en alemán, sí, pero por una autora que no tiene ese idioma como lengua materna. Y de hecho, el nombre completo de la obra es Los bárbaros. Monólogo para una extranjera, porque la protagonista, Marusha, es una migrante de Europa del Este que llega a Alemania a mediados de los 90, buscando la felicidad del capitalismo.
Finalmente aparece Florencia Caballero Bianchi, quien como dramaturga tiene uno de sus intereses en las particularidades del habla de sus personajes, estudia Alemán en el instituto Goethe con Hornos Weisz y Blümel, y son ellas quienes le proponen que dirija la traducción de Los bárbaros en 2019. Más allá de la pandemia, el trabajo se complejiza desde su propia formulación. La obra se centra en una migrante que no habla en su lengua materna para un público, el alemán, que sí la domina. En Montevideo, en cambio, la obra, traducida al castellano, es interpretada por una actriz que comparte la lengua materna con el público. El espacio que queda entre la lengua y el que la “replica diferente” no se va a producir. ¿Cómo integrar ese problema al espectáculo? Bueno, ya antes de que el público ingrese a la sala, la cita de Amir Hamed que se inscribe en el programa lo introduce: “El que replica diferente nuestra lengua nos hace dudar de ella”.
Las dificultades de traducir el texto a la escena, muchas insalvables, llevaron a Caballero a ponerlas a la vista de la platea. El escenario se cubre de un rectángulo blanco que delimita el espacio en que se mueve la actriz (Carolina Rebollosa Villegas) la mayor parte del tiempo. Pero a la izquierda, fuera de ese rectángulo blanco, vemos un escritorio en donde trabaja la directora, dando consignas y corrigiendo a la actriz. Durante la mayor parte del espectáculo la “ficción” permanecerá atada a las discusiones sobre las formas de interpretar y de “traducir” las ideas de la obra al escenario. Y en ese intercambio entre quien “actúa” y quien “dirige” (así están indicados sus roles en el programa) no faltará la discusión sobre la pérdida de la identidad en los procesos migratorios ni sobre la pérdida de significaciones en los procesos de traducción (las traductoras aparecerán proyectadas en el escenario hablando sobre esas dificultades). Pero también, lentamente, iremos conociendo la historia de Marusha y, sin que dejen de estar presentes los otros aspectos, el eje de la obra se irá modificando.
Marusha llegó a Alemania 20 años antes de ese 2015 en el que transcurre Los bárbaros, y nunca pudo dejar de trabajar en la misma empresa de limpieza que ahora la envía a limpiar a un campo de refugiados. Y Marusha siente que no es justo. Que a ella nadie le regaló nada cuando llegó junto a su hijo. Que no recibió ninguno de los beneficios que ahora reciben estos “bárbaros” por los que siente un rechazo visceral. Llegados a este punto surgen nuevos problemas.
El énfasis en la lengua hace suponer no sólo una pérdida de identidad del personaje particular, sino un proceso de pérdida más estructural. Parece, como diría Nietzsche, que Marusha no habla alemán, sino que el alemán habla a través de ella. Quizá esa sea una forma de entender las expresiones nacionalistas de Marusha (un nacionalismo sólo asentado en el dominio de la lengua). Y quizá eso explique que este fenómeno sea bastante extendido.
Pero por otro lado hay procesos xenófobos similares que podemos ubicar en nuestro contexto, sin atravesar el Atlántico y sin traducciones. En ese adelgazamiento de la ficción que propone la obra entre los personajes y quienes los representan, se abre el espacio para que esas interrogantes también se planteen respecto de cómo en Montevideo recibimos a las personas migrantes (en particular, latinoamericanas). O, por qué no, sobre cómo los sectores “medios” desprecian a la población que necesita asistencia estatal. En ese punto Los bárbaros se vuelve hacia la directora, y la legitimidad misma de que una persona “blanca” y de “clase media” proponga esas preguntas es puesta en cuestión. En ese momento la obra cruza un umbral y Rebollosa definitivamente “encarnará” a su personaje en un proceso mucho más tradicional, que conduce a un final terrible e insospechado.
Por último, nos interesa destacar la sobria funcionalidad de la estructura escenográfica, que va mutando para sostener la actuación de Rebollosa. Y el enorme trabajo de la actriz. Hacía mucho tiempo que no la veíamos actuar, seguramente desde Una canción de amor idiota, en 2016. Su trabajo en Los bárbaros es de esas actuaciones que, como nos gusta decir, invitan al teatro por sí mismas. No se pierdan Los bárbaros.
Los bárbaros. De Nino Haratischwili. Dirigida por Florencia Caballero Bianchi. Con actuación de Carolina Rebollosa Villegas. Sala Lazaroff (Intercambiador Belloni). Sábados 20.30 y domingos 19.00. Hasta el 23 de octubre.