Encasillar a un artista dentro de un género o una corriente específica es una tarea tan inútil como inevitable cuando se escribe sobre música. La obra de Pat Metheny es una buena muestra de esta futilidad. Según qué parte escuchemos, se puede asociarla con el costado más melódico y pop del género jazzístico, lo más aventurero y vanguardista de la improvisación instrumental o las experimentaciones más radicales con el ruido y la distorsión. La diversidad de caminos que el músico ha emprendido se ha dado muchas veces simultáneamente en el tiempo y en el espacio, y en varias oportunidades en una misma composición.
A inicios de la década de 1970 la escena musical cercana al jazz estaba viviendo un momento de enormes cambios. El responsable principal de esas transformaciones había sido –como en otras ocasiones– Miles Davis. Sus discos In a Silent Way (1969) y Bitches Brew (1970) habían abierto la puerta a la conjunción de la improvisación jazzera con la energía del rock, el funk, influencias latinoamericanas, africanas y asiáticas, además de hacer uso extensivo de las posibilidades de manipulación y edición del sonido que otorgaban los estudios de grabación. Bandas como Return To Forever, Weather Report, Mahavishnu Orchestra o Headhunters –todas lideradas por músicos que habían sido parte de los grupos de Miles– comandaban la escena llevando esas propuestas a públicos masivos.
Al promediar la segunda mitad de la década aparecieron algunos guitarristas muy jóvenes que, siguiendo esa línea evolutiva que dio en llamarse jazz fusión, prestaban especial atención a la revolución que el rock había significado para la guitarra eléctrica.
Pat Metheny, un adolescente prodigio que a los 18 años pasó de ser estudiante a ser profesor en la Universidad de Miami y a los 19 daría clases de música en Berklee, era parte de esa nueva camada. Estaba marcado por el rock como todos los músicos de su generación, pero a la vez –algo que también compartía con otros colegas– por los grandes trompetistas y saxofonistas surgidos en la década del 50, que habían llevado las posibilidades sonoras, melódicas, rítmicas y de improvisación de su instrumentos hasta el extremo.
En 1975, con sólo 21 años, editaría Bright Size Life, el primer disco bajo su nombre, liderando un trío con Jaco Pastorius al bajo y Bob Moses en batería.
Aunque la música de Metheny se asoció desde siempre al jazz fusión, este disco fue casi una reacción al dominio de esa corriente musical. Su propuesta volvía a dar fundamental importancia a la melodía y las progresiones armónicas, bastante olvidadas por la música de fusión, mucho más basada en lo rítmico, y no hacía una distinción tajante entre composición e improvisación.
Es un debut sorprendente que en su momento pasó un tanto desapercibido pero fue ganando con los años un estatus de clásico, y fue mostrando desde muy temprano una voz única, con influencias que van desde el folk al free jazz de Ornette Coleman (a quien Metheny versiona al final del disco en la única composición ajena que tiene). El álbum marcó el comienzo de una fructífera asociación con el prestigioso sello alemán ECM, que editaría varias obras clave del artista, como el acústico y folk New Chautauqua (1979), el excelente disco doble 80/81 (1980), con Charlie Haden, Jack DeJohnette, Dewey Redman y Michael Brecker, y los trabajos inaugurales con un grupo que lo haría mundialmente conocido e inesperadamente popular.
En grupo
En 1978 se editó el primer disco del Pat Metheny Group, una banda que Metheny formaría con el tecladista Lyle Mays y una cambiante alineación musical. En ese primer disco el grupo era un cuarteto con Mark Egan en bajo y Danny Gottlieb en batería. Muchos de los elementos que habían hecho a Metheny uno de los guitarristas más interesantes de su generación seguían allí, unidos a una mayor sofisticación armónica y una paleta tímbrica un poco más amplia que sus trabajos anteriores, gracias a los aportes de su socio creativo. Con el tiempo el Pat Metheny Group iría ampliando su formación, ensancharía también el concepto de lo que podía entenderse como jazz y se volvería uno de los proyectos de música instrumental más populares de la historia. Metheny desarrollaría una cantidad de ideas nuevas dentro de esa banda e incorporaría nuevos elementos tecnológicos que marcarían su sonido en la década del 80, como el sintetizador de guitarra Roland GR-300.
Su música también se acercaría a la mal llamada world music que haría eclosión en esos años. Los aportes del percusionista brasileño Naná Vasconcelos primero y del multiinstrumentista argentino Pedro Aznar luego colaborarían mucho en darle ese toque multicultural al proyecto. Como siempre sucede, la popularidad del grupo trajo también críticas y detractores. Las acusaciones a la banda por volverse “comercial” y más cercana al pop que al jazz no se hicieron esperar. Es posible que con el grupo la música de Metheny se haya vuelto más previsible, pero la docena de discos que editó en asociación con Lyle Mays ofrece muchísimas cosas diferentes, entre las que no faltan la experimentación y la aventura, además de melodías bellísimas que suenan engañosamente sencillas. Y durante la época de oro del grupo –de la segunda mitad de los 80 a mediados de los 90– Metheny siguió realizando una cantidad de proyectos paralelos extremadamente variados.
Quienes sólo conozcan la obra del Pat Metheny Group pueden sorprenderse al escuchar álbumes como el maravilloso y experimental Song X, a dúo con su héroe, el saxofonista Ornette Coleman (1985), el radical Zero Tolerance for Silence (1994), un disco en el que los decibeles y la distorsión de su guitarra dejan mal parado al más agresivo heavy metal, o sus tríos jazzísticos con Dave Holland y el baterista Roy Haynes en los 80 o con Larry Grenadier en contrabajo y Bill Stewart en batería en los 90.
Durante el nuevo siglo Metheny siguió mostrando sus múltiples facetas. Quizás su proyecto más sorprendente fue el de revivir un olvidado e insólito invento de mediados del siglo XIX, el orquestrión, complicadísimo sistema mecánico que reproducía música sin participación humana, mediante un sistema de tubos, rollos y poleas.
Metheny reprodujo este concepto junto a un grupo de robótica de Brooklyn, grabó un álbum (Orchestrion, en 2010) y salió de gira con una parafernalia de instrumentos orquestales acústicos manejados mecánicamente. El resultado va más allá de una curiosidad exótica: es una propuesta musical muy atractiva, que recuerda tanto a las composiciones minimalistas de Steve Reich como a la obra instrumental de Frank Zappa.
En esta última década Metheny armó un nuevo grupo con el baterista mexicano Antonio Sánchez (parte de la última formación del Pat Metheny Group y conocido por ser el autor de la banda sonora de la película Birdman), la bajista malayo-australiana Linda May Han Oh y el pianista galés Gwilym Simcock. Con ellos grabó el álbum From This Place en 2020, junto a la Hollywood Symphony Orchestra.
Y es con estos tres músicos que vuelve a Montevideo casi tres décadas después de una sonoramente fallida presentación del Pat Metheny Group en el Palacio Peñarol (el lugar menos adecuado del mundo para apreciar su música), pero que motivó un tema con el nombre de nuestra ciudad incluido en el disco Quartet, de 1996, con leve aire de candombe y dejos del estilo de Hugo Fattoruso. La cita será esta vez en un lugar ideal, el jueves 6 de octubre, en el Auditorio del Sodre.