La Comedia Nacional cierra la temporada con una obra que deriva de documentos vinculados a nuestra historia reciente. La dramaturgia toma como base las declaraciones realizadas por el coronel Gilberto Vázquez el 26 de julio de 2006, en una sala de la Jefatura de Policía de Montevideo, ante un Tribunal de Honor del Ejército.

Una vez más, Margarita Musto se adentra en temáticas de la órbita política de nuestro país; ya lo había hecho en 2002 con En honor al mérito, sobre los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. También entonces trabajó valiéndose de documentos como fuente principal del relato.

El contexto histórico es el de las últimas dictaduras en el Cono Sur, y los hechos se enmarcan en las acciones conocidas como los “vuelos de la muerte”. El personaje principal de la obra, a cargo de Pablo Varrailhón, es Gilberto Vázquez, un coronel retirado involucrado en los hechos, que debe enfrentar a la Justicia. La obra se sitúa durante su interrogatorio en Jefatura, en el que se va exponiendo el entramado de las acciones militares, los acuerdos, las órdenes, el secretismo.

El relato se enmarca en una serie de eventos que surgen a partir del pedido de extradición de varios militares uruguayos cursado por la Justicia argentina en 2005, para someterlos a juicio por el secuestro de María Claudia García de Gelman en Buenos Aires en 1976, y su posterior traslado ilegal a Montevideo. María Claudia, que sigue desaparecida, estaba embarazada y dio a luz en el Hospital Militar a una niña que fue entregada a un comisario de Policía. En 2006, el coronel Vázquez, que estaba detenido en la División del Ejército I mientras se resolvía su extradición, aprovecha un traslado al Hospital Militar y se fuga. Poco después es recapturado por Interpol.

Mientras la prensa lo muestra, con el pelo largo y una sonrisa extraña, siendo conducido por los agentes, el Comandante en Jefe del Ejército ordena un Tribunal de Honor para juzgar su conducta. La preocupación de los militares está en que, aparentemente, Vázquez ha incumplido su palabra de no fugarse, mientras que este insiste en mostrar que ese no es el problema real. Toda la tramoya de la captura parece un arreglo conveniente para el sistema militar y también para el sistema político. Durante la audiencia ante el Tribunal, Vázquez asume su intervención en los vuelos y en otros casos, pero niega rotundamente tener algo que ver con el caso Gelman. La tensión se articula entre lo que los militares necesitan que él diga y lo que Vázquez no está dispuesto a hacer a cambio de su libertad.

Musto lleva al público en un recorrido por las actas del Tribunal, en el que se asiste a jugosos intercambios entre los personajes. En el proceso se observan comentarios sobre la injusticia de tenerlos presos, aislados, sin poder ver a sus familiares. El paralelismo con lo que vivieron los presos políticos en dictadura subraya, con dolor, la ironía de la historia.

La puesta en escena es provocadora. Los espectadores se concentran en el hall del teatro, donde toman contacto con los informes periodísticos de la época. El ingreso será parte importante del ambiente que se quiere generar. El público entra por un túnel que da una sensación de encierro hasta llegar a la sala. El espacio escénico representa una oficina sobria, con pocos elementos, en la que predomina el gris, acentuado por una luz tenue que sofoca. Entonces el público se convierte en testigo de las actas, en las que se devela, entre otras cosas, la diferencia entre los militares “de alta gama”, presos en Argentina y Chile, y los que fueron presos en Uruguay. Mientras se desarrolla la obra se va haciendo evidente el entramado complejo que va más allá de la dictadura, haciendo referencia al caso Berríos –ocurrido en plena Democracia–, al problema de saber demasiado y al convencimiento del acusado de que no podía haber actuado de otra manera: “tuve que torturar y torturé... y me cuesta muchas noches dormir acordándome de los tipos que cagué a palo, pero no me arrepiento”.

La historia, aun así, está llena de huecos, y la obra nos deja la sensación de que siempre habrá información escondida y un manejo de los hechos a conveniencia.

El trabajo de los actores es muy bueno. Hay que destacar significativamente la labor de Pablo Varrailhón en el papel de Gilberto Vázquez. Compone su personaje con todas sus herramientas. El cuerpo, sostenido por una columna pesada, los gestos, las miradas furtivas para subrayar momentos claves, la voz, todo juega un papel que muestra al actor en un momento clave de su carrera.

Musto usa hábilmente las posibilidades del teatro para desplegar documentos que han quedado algo borroneados en el imaginario del público, porque la historia no está cerrada y aún hay mucho por saber. La directora abre las actas y las muestra, para que el olvido no sea una opción.

Las actas. Dramaturgia y dirección de Margarita Musto. Asesoría e Investigación de Virginia Martínez. Jueves, viernes y sábados a las 21.00 y domingos a las 19.00.